Aprendiendo a lidiar con las pérdidas
Ronnie Roberto Campos
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Introspectiva Introspectiva Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará. Prov. 22:6, NVI. Lo recuerdo como si fuera hoy. A decir verdad, difícilmente ocurre alguna cosa en mi vida que no me haga pensar en él, en su mirada, su sonrisa calma, su voz grave y firme. Sus palabras aún resuenan en mi mente cada vez que se me presenta una situación difícil o cada vez que un problema se vuelve más grande que mis fuerzas. A veces pienso en lo que debería haber dicho y en lo que podría haber hecho para mostrarme agradecido por todo el tiempo que me dedicó, al ayudarme a moldear mi vida. Hoy lo sé. Sé que él tenía razón. Él sabía de lo que estaba hablando. Pero en aquellos tiempos... en aquellos tiempos yo solo pensaba en disfrutar la vida. No tenía tiempo para pensar en el futuro. No tenía tiempo para él. Aun así, él siempre encontraba alguna forma de estar presente. Sus palabras tenían una especie de imán, de pegamento; quedaban grabadas en la mente de la gente. Era como si él siempre estuviera ahí, bien cerquita... solo para asegurarse de que todo estuviera bien. Hoy que tengo tiempo, él no está más aquí. ¡Y cómo me hace falta! ¡Cómo me hiere esta sensación de vacío! Me gustaría haber dedicado menos tiempo a tener y más aprendiendo a SER. Ser un poco de lo que él fue, aunque fuera una pálida similitud. Mi modelo, mi maestro, mi consejero, mi profesor, mi héroe: mi padre. Gracias, papá, por enseñarme, aun cuando no estaba interesado en aprender. Gracias por no desistir. Hoy lo sé…
1 - Mi amigo Tuna
2 - Sembrar y cosechar
3 - Tiempo de reír
4 - Tiempo de llorar
5 - Deslumbrado
6 - Primer empleo
7 - Empleo de primera
8 - Tiempo de aprender
9 - Princesa
10 - Príncipe
11 - Tiempo de enseñar I
12 - Tiempo de enseñar II
13 - La herencia
Herencia
Aprendiendo a lidiar con las pérdidas
Ronnie Roberto Campos
Título del original: Herança Aprendendo a lidar com as perdas. Casa Publicadora Brasileira, Tatuí, San Pablo, Brasil. 2019.
Dirección: Walter Steger
Traducción: Germán Correa
Diseño del interior: Carlos Schefer
Diseño de tapa: Nelson Espinoza, Romina Genski
Ilustración de tapa: CPB
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXX
Es propiedad. © CPB 2017. © 2019 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-118-6
Campos, Ronnie RobertoHerencia : Aprendiendo a lidiar con las pérdidas / Ronnie Roberto Campos / Dirigido por Walter Steger. - 1ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.Libro digital, EPUBArchivo digital: onlineTraducción de: Germán Correa.ISBN 978-987-798-118-61. Psicología diferencial. I. Steger, Walter, dir. II. Correa, Germán, trad. III. Título.CDD 155.937 |
Publicado el 30 de marzo de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)
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A mi amada esposa,
A mi hijo,
A mis padres,
A mis hermanos y hermanas,
A mis sobrinos y sobrinas,
Y a todos aquellos que siempre estuvieron cerca.
A ustedes dedico estas páginas.
(Ronnie Roberto Campos)
Somos lo que somos
a la ida o a la vuelta.
Uno lleva, otro trae
y si así nos ponemos
o si así nos vemos;
la verdad, lo mismo da.
Hacia adelante vamos,
mientras ellos piensan
que vamos hacia atrás.
Instruye al niño en el camino correcto,
y aun en su vejez no lo abandonará.
Prov. 22:6, NVI.
Lo recuerdo como si fuera hoy. A decir verdad, difícilmente ocurre alguna cosa en mi vida que no me haga pensar en él, en su mirada, su sonrisa calma, su voz grave y firme.
Sus palabras aún resuenan en mi mente cada vez que se me presenta una situación difícil o cada vez que un problema se vuelve más grande que mis fuerzas.
A veces pienso en lo que debería haber dicho y en lo que podría haber hecho para mostrarme agradecido por todo el tiempo que me dedicó, al ayudarme a moldear mi vida.
Hoy lo sé. Sé que él tenía razón. Él sabía de lo que estaba hablando. Pero en aquellos tiempos... en aquellos tiempos yo solo pensaba en disfrutar la vida. No tenía tiempo para pensar en el futuro. No tenía tiempo para él.
Aun así, él siempre encontraba alguna forma de estar presente. Sus palabras tenían una especie de imán, de pegamento; quedaban grabadas en la mente de la gente. Era como si él siempre estuviera ahí, bien cerquita... solo para asegurarse de que todo estuviera bien.
Hoy que tengo tiempo, él no está más aquí. ¡Y cómo me hace falta! ¡Cómo me hiere esta sensación de vacío! Me gustaría haber dedicado menos tiempo a tener y más aprendiendo a SER. Ser un poco de lo que él fue, aunque fuera una pálida similitud. Mi modelo, mi maestro, mi consejero, mi profesor, mi héroe: mi padre.
Gracias, papá, por enseñarme, aun cuando no estaba interesado en aprender.
Gracias por no desistir.
Hoy lo sé…
Aprendí que algunas veces todo lo que necesitamos es una mano a la cual aferrarnos y un corazón que nos entienda
(William Shakespeare).
CAPÍTULO UNO
Mi amigo Tuna
–Hijo, ¿podrías traerme la cajita con libros que está en el portaequipaje de la moto?
–Sí, papi…
A veces, cuando mi padre llegaba del trabajo, después de darme ese abrazo cariñoso, me pedía que buscara algo de la moto, mientras abrazaba a mi madre.
Yo no tenía más que cuatro o cinco años, pero lo recuerdo como si fuera hoy. Al acercarme a la moto divisé la cajita y fui directamente hacia ella. Quería llevársela rápidamente, para poder jugar con él un poco antes de que saliera nuevamente. Mi padre era profesor. Daba clases por la mañana, la tarde y la noche.
Cuando estuve cerca de la moto, mi pequeño corazón dio un vuelco. Había un ruido extraño que venía del interior de la caja de “libros”. En aquel instante lo sospeché: solo podía ser un perrito. ¡Y así fue! Era un cachorro de poodle. ¡Qué cosita más linda! Suave, negrito, con el pecho, el hocico y las patitas blancas.
Mientras me emocionaba y admiraba el regalo, ni me di cuenta de que mi padre y mi madre estaban allí, cerquita, abrazados, disfrutando de aquel momento en el que me deshacía de felicidad.
–¿No le vas a poner un nombre? –preguntó mamá.
–Necesita un nombre –afirmó mi padre.
–¡Aceituna! Se va a llamar Aceituna. Aceituna… Aceituna… Ven, ven…
La sonrisa de mis padres no cabía en sus rostros. Les gustaba verme feliz. No perdían oportunidad para demostrarme cuánto me amaban. Pero yo en aquel momento solo tenía ojos para Aceituna, mi nuevo amiguito.
–¡Aceituna! Aceituna… Aceituna… Ven, ven…
Me encantaba aquella pelotita peluda negra. Con el tiempo su color se fue aclarando y lo que era negro se hizo gris; el gris más hermoso que haya visto alguna vez. Cuidé de aquel perrito como si fuera mi hijo. Le di tanto cariño que hasta se puso mañoso.
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