Lan Chang - Herencia
Здесь есть возможность читать онлайн «Lan Chang - Herencia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Herencia
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Herencia: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Herencia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Herencia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Herencia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Todavía recuerdo el olor exuberante de la primavera en flor mezclado con el torbellino de la esperanza y el deseo. Las primeras semanas me pasaba horas enteras sentada a solas, con el colgante que me había regalado Hu Ran, y escribía una carta tras otra con destino al continente. De cuando en cuando, soltaba la estilográfica y miraba por la ventana, más allá de esa isla populosa y de las pardas aguas turbulentas, hacia el lugar donde seguía mi viejo país de vastas playas y calles oscurecidas por el gentío. Durante siglos, el mar que separaba la isla del continente había sido una membrana permeable que veleros, barcos de vapor y, ya en nuestro siglo, aviones, cruzaban con facilidad. Los dialectos llevaban milenios separándose y volviéndose a entrelazar. Eran muchas las familias con miembros en ambas orillas, siempre intercambiándose paquetes de ayuda humanitaria llenos de latas de té y otros productos típicos enterrados en un lecho de setas secas. Con tantas y tantas cosas como habían viajado de un lado a otro, seguro que habría alguna forma de borrar lo que yo había hecho. Hu Ran y yo teníamos que volver a encontrarnos, como siempre habíamos hecho, contra todo pronóstico.
«Lo siento -le escribía una y otra vez-, no podía abandonar a mi madre.» Le invitaba a Taiwán, dándole las señas de nuestra casa en Taipei. Hice las promesas más insensatas de que volvería al continente. Mis palabras sonaban huecas, incluso a mí. No tenía cómo regresar al continente ni cómo mantener a Hu Ran en Taiwán.
Pasaron dos, tres semanas. Guardaba las cartas y, cada pocos días, salía de casa a hurtadillas y echaba a correr por las atestadas calles hasta llegar a la oficina de correos. En una de estas salidas clandestinas me tropecé con Pu Taitai. Estaba canosa y fatigada, pero encantada de verme. Acababa de enviarle una carta a Pu Li. Había logrado arañar el dinero suficiente para mandarlo a Macao, y allí estaba el muchacho, esperando un visado de estudiante para los Estados Unidos. Yo asentía toda sonriente pensando en mis propias cartas. ¿Adónde iban a parar? Era imposible que desapareciesen sin más, que se hundiesen en el abismo cada vez mayor que separaba los dos mundos.
Esa tarde llamaron a la puerta. Salí corriendo de mi cuarto con el corazón en un puño, abrí la puerta sonriendo de oreja a oreja, con los ojos llenos de lágrimas… y me llegó el aroma familiar del perfume de sándalo. La visitante era Pu Taitai; nuestro encuentro casual en la oficina de correos había servido para reuniría con mi madre. Hwa también se llevó un chasco. Pero mi madre salió de su postración y sonrió como si la reaparición de esa mujer, con su voz chillona y su amorfa blusa gris y azul lavanda, fuera un buen presagio.
– ¡Li Taitai! -gritó Pu Taitai.
Hwa enarcó las cejas a espaldas de mi madre. Pu Taitai entró y se puso a ensalzar la habilidad de su vieja amiga: ¡Había encontrado una casa decente! ¡En una ciudad tan hacinada! Dijo que teníamos muy buen aspecto a pesar de los pesares. No hizo mención de la ausencia de mi padre. Ni una pregunta ni un comentario de pasada. Mi madre tampoco le preguntó cómo se las arreglaba, ni de qué vivía. En lugar de eso, mandó a la criada que preparase dianxin.
– Siéntate, siéntate -le dijo mi madre. Y nos reclutó a Hwa y a mí para echar una partida de mahjong.
Pu Taitai se puso a comer. Se tomó una docena de ciruelas saladas y varios cuencos de puré de judías verdes. Comió cacahuetes y pipas de sandía. Comió bolas de masa y albóndigas de pescado como para tres personas. Los mofletes se le tiñeron de un color saludable; sus ojos se desorbitaron y empezaron a brillar. Fingimos no darnos cuenta. El crepúsculo dio paso a una oscuridad acogedora. La noche se posó sobre nuestra casa como una gasa reconfortante y nos relajó con su quietud. Hubo un apagón. Bajamos la luz de los candiles y dejamos que se oscureciese la estancia hasta que casi no se veían las fichas sobre el tapete.
Pu Taitai no paraba de hablar. Se vanagloriaba de su hijo, que había obtenido una beca para estudiar ingeniería en California. Nos contó historias heroicas de los generales nacionalistas que habían defendido las islas y de los focos de resistencia que quedaban en el continente. Se refirió con pesar a mi padre; creía que lo habían capturado -tal vez tendiéndole una trampa- y que lo habían dejado tirado, puede que tras asesinarlo. No sé de dónde habría sacado esa idea. Supongo que mi madre le habría contado un cuento para guardar las apariencias. Entonces Pu Taitai entonó el eslogan de la época:
Primer año: preparativos
Segundo año: contraataque
Tercer año: saodang (avance arrollador)
Quinto año: éxito
Enumeró nuestras victorias una y otra vez: la valerosa defensa de la isla llevada a cabo por el general Hu Lian, la última detención de un espía comunista. De la derrota no decía nada, ni del cansancio, las capitulaciones, las pérdidas o la muerte. Mi madre sonrió y le señaló un platito de dulces de ajonjolí; Pu Taitai cogió uno y se lo comió. Al menos ellas dos eran verdaderas amigas. Me alegré por mi madre; hasta entonces no había tenido una sola amiga de verdad. Pero algo de aquella compasión me trajo a la mente el recuerdo de Hu Ran, y mientras Pu Taitai agitaba el dado para comenzar, tuve la sensación de estar presenciando la partida desde muy lejos.
– Tenemos que criar una nueva generación de patriotas chinos -decía Pu Taitai-. Cuando mi Pu Li se case con tu Hong, mezclaremos la sangre de dos grandes generales y esa combinación producirá un héroe chino.
Me miró encantada de la vida. En ese momento, mi madre también me miró y sonrió: una sonrisa irónica y de complicidad que me dejó sin habla.
Me quedé anonadada, en completo silencio. Pu Taitai revolvía y mezclaba; las fichas repiqueteaban sin cesar. La sonrisa de mi madre me reveló lo que yo no me había permitido saber. Debería haberme dado cuenta, podría haberme dado cuenta, pero estaba demasiado preocupada para advertirlo. Es verdad que las señales eran pequeñas y parecidas a los síntomas típicos de la desubicación. Las náuseas, la fatiga, las lágrimas y aquel apetito inexplicable me habían parecido lógicos en un nuevo lugar. Pero otra fuerza se había apoderado de mi cuerpo, hinchándome los pies y el estómago, propagándose por todo mi organismo hasta las mismísimas raíces del pelo, que, efectivamente, se me habían puesto tan espesas y frondosas como las de las embarazadas.
Por supuesto que mi madre se había percatado del cambio, claro que lo había notado. Había presenciado esos cambios físicos en Hu Mudan, en ella misma y en su hermana. Conocía las señales tan a fondo como la pena.
Ahora colocaba verticalmente las fichas que le habían tocado, con toda delicadeza.
– Uf, qué malas. Paso.
Una arruga diminuta se formó entre sus cejas y enseguida desapareció. Tuve la sospecha de que aquella mano mi madre la jugó mal a propósito. Pu Taitai se congratuló de su victoria y la velada concluyó sin que nuestra invitada se enterase de nada de lo ocurrido.
Esa misma noche, mucho después de marcharse Pu Taitai, fui a ver a mi madre. Estaba en su dormitorio, de pie ante el armario, hurgando en su lujoso contenido como si buscase consuelo. Me quedé detrás de ella, a la espera, pero no me hacía ni caso.
– Lo siento -dije-. Ya sé que es una deshonra.
Siguió acariciando el cuello de piel oscura de un chaquetón.
– Era… es… un buen chico. Tú lo sabes. De no ser por él…
– Tienes que ir a ver al boticario.
La última vez que la había oído hablar en ese tono fue en Shanghai, la noche en que mi padre la abandonó. Entonces, viéndola tan dolida, me ablandé. Pero ahora sentí una frialdad rebelde en la punta de los dedos. Respiré hondo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Herencia»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Herencia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Herencia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.