Lan Chang - Herencia

Здесь есть возможность читать онлайн «Lan Chang - Herencia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Herencia: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Herencia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Herencia narra el rastro de una traición a lo largo de generaciones. Sólo una mirada mestiza como la de la escritora norteamericana de origen chino Lang Samantha Chang podía percibir así los matices universales de la pasión, sólo una pluma prodigiosa puede trasladarnos la huidiza naturaleza de la confianza.

Herencia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Herencia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

No había vuelto a ver a mi tío desde la noche en que lo vislumbré huyendo de los soldados japoneses, cuando me quedé parada detrás de la puerta y él me mandó entrar en casa. Desde entonces había crecido tanto que ya era más alta que mi madre. ¿Cómo iba a reconocerme Li Bing?, me pregunté mientras el ciclotaxi se abría paso por las calles abarrotadas. ¿Cómo me reconocería yo misma? Las últimas semanas mi mente y mi cuerpo habían experimentado tantos cambios que tenía la impresión de que aquellos años en Hangzhou habían tenido lugar en una vida anterior. Me llamo Li Hong, recité para mis adentros. Soy la hija de tu hermano. Durante una época, vivíamos todos juntos en la casa de la calle Haizi, en Hangzhou. Yo era tu sobrina favorita, la que se sentaba a jugar en tu regazo. ¿No te acuerdas?

Pero al llegar al salón de té, mi tío me echó una ojeada y vino corriendo hacia mí. De no ser por eso, igual ni lo hubiese reconocido.

Se había convertido en un soldado. Se me plantó delante, un hombre delgado, tostado por el sol y vestido de uniforme. Llevaba una gorra con una estrella roja, el emblema que acababa de adoptar el Nuevo Cuarto Ejército; bajo las gafas, unos pómulos descarnados proyectaban un triángulo de sombra sobre la boca.

– Xiao Hong -dijo-. Eres toda una mujer. -Tenía los dientes manchados de nicotina. Miró a Hu Ran y volvió a mirarme a mí-. ¿Qué haces aquí?

– Éste es Hu Ran -dije-. Necesitamos tu ayuda.

Mi tío, adusto y con el rostro surcado de arrugas, se inclinó hacia nosotros. Hu Ran le transmitió lo que le había contado Cheng, un vecino de Hangzhou de quien Li Bing había oído hablar aunque no lo conocía personalmente.

Lo que sí sabía era el lugar donde habían capturado a mi padre. Apenas el nombre del salón de té salió de los labios de Hu Ran, mi tío me agarró del brazo y nos sacó del local rápidamente.

Guardó silencio dentro del ciclotaxi, como si no percibiese el tumulto de la calle ni las gotas de lluvia en la cara. Me figuré que estaría evocando momentos compartidos con mi padre, recuerdos de la niñez que pasaron juntos en Hangzhou. Quizá se lamentase de que hubiesen terminado así. Era imposible saberlo.

Finalmente volvió en sí. Me miró, y con aquel tono suelto e irónico que yo recordaba, me dijo:

– Vaya susto te has llevado al verme, Hong. ¿Seguro que no te parezco un desconocido?

– No -contesté-. Pero es que no te he visto en diez años. Pareces… -Fruncí el ceño-. Pareces cambiado. -Me costaba traducir mis pensamientos en palabras, responder con laconismo y enjundia a la parquedad gestual de mi tío. Finalmente le solté-: Pareces estar viviendo con una idea entre ceja y ceja.

Se relajó y esbozó una sonrisa.

– Como todas las mujeres de tu familia posees una sensibilidad fuera de lo común. Pero yo no vivo en función de una idea. Es más bien la idea la que vive a través de mí. Por encima de todo, existe un propósito; luego están los planes y las expectativas. Es como si yo, en lugar de una persona, fuese una pieza más de un gigantesco diseño. A veces, cuando estoy con mis camaradas, incluso en mitad de una discusión relevante, tengo la sensación de no estar presente. Me observo: soy yo el que habla, pero no sé quién me dicta las palabras. Diría que somos como una barca en mitad de un vendaval. Las velas están tensas y henchidas de viento, pero lo único que tenemos es la arrogante y falsa ilusión de llevarlo todo bajo control. Y el viento puede cambiar; de hecho, no espero otra cosa. A veces lo percibo, un viento taimado, dispuesto a destrozarnos.

Siguió hablando: un torrente de palabras. Mi padre lo había ayudado una vez; ahora mi padre necesitaba de su ayuda. Bajo su aparente fortaleza, mi padre, tan generoso, tan cegado por el optimismo, siempre había sido un bobalicón. Pese a su aguda inteligencia, no le extrañaba que hubiese caído, por puro azar, en manos de una pequeña célula de activistas. Siempre igual, mi padre, tan seguro de sí mismo que no paraba de caer en trampas, sin enterarse jamás de cuándo estaba bajo el yugo de otro, ya fuese hombre o mujer. Al decir esto último, Li Bing se calló. Durante un instante no dijo nada. Luego, se volvió hacia mí. Habían cogido a mi padre, de acuerdo, ¿pero teníamos que culparlos por eso? ¿Tan horrible era luchar por los ideales del comunismo, darles un poco de poder a los hombres y mujeres pobres, hacer que se sintiesen partícipes? ¿Tan sorprendente era que, una vez liberados de sus opresores, se alzasen en armas para defender esa libertad y se rebelasen contra el destino que los condenaba a semejante sufrimiento?

Yo escuchaba sin decir palabra, pues me daba la impresión de que no era a mí a quien se dirigía. Hu Ran, sentado a mi lado, asentía con la cabeza por agradarle.

Una hora después, cuando mi padre salió del cuarto trasero, la luz se derramó a su espalda; unos rayos plateados perfilaron su alargada silueta y sumieron su rostro en sombras. Por un momento, era la imagen que yo llevaba tanto tiempo atesorando en la memoria, un puro chi a punto de levitar. Tuve la sensación de que, de alguna manera, era diferente a cualquier otro ser humano: más radiante, con toda su fortaleza recortada contra la luz del cielo. Entonces vino hacia mí y esa imagen se desvaneció. Le vi la cara ensombrecida, la ropa arrugada y, a cada paso que daba, la lesión que había destruido sus andares, el instante de indecisión al plantar el pie derecho en el suelo.

– Hong -dijo. Sus palabras me llegaron muy tenues, como si hablase a distancia-. Hija mía. Hu Ran.

– General Li -dijo Hu Ran.

Cuando mi padre vio a su hermano de pie a nuestro lado, no fue capaz de encontrar palabras de bienvenida. Se quedaron un buen rato parados uno frente a otro, mirándose.

Li Bing fue hacia él.

Gege.

Didi.

Casi toda la sala tenía los ojos puestos en ellos, pero ninguno de los dos se daba cuenta.

Gege -repitió mi tío, cogiendo a mi padre del brazo-. Siéntate. -Se lo llevó a una mesa-. Por favor, siéntate conmigo un momento. Todo ha sido una equivocación. Pido perdón por lo ocurrido. No sabía que eras tú hasta que vino a verme Hu Ran. Habría venido inmediatamente.

Li Bing se volvió hacia Hu Ran.

– Gracias, muchas gracias -le dijo.

Mi padre sonrió a Hu Ran y lo saludó.

Entonces mi tío me miró.

– Hong, vete a casa y espera a tu padre. Tenemos cosas de que hablar. Llegará en una hora o dos.

Hizo un gesto para que les sirviesen té. Hu Ran y yo salimos de la sala. Los vi inclinarse el uno hacia el otro, veladas las facciones de mi padre por el humo que ascendía de su taza. Años después, cuando mi padre contaba esta historia, nunca revelaba lo que se dijeron el uno al otro.

Hu Ran paró otro ciclotaxi y le dimos al conductor las señas del Y. Recorrimos varias manzanas dando botes bajo el toldillo sin cruzar palabra. El aire era frío y húmedo. Yo me iba fijando en los destartalados tendajos, con sus letreros y carteles de papel colorido flameando con bravura bajo la lluvia.

Hu Ran se decidió por fin a hablar.

– He oído que te han prometido a Pu Li en matrimonio.

– Eso no es verdad -me apresuré a explicarle-. Es que mi madre y la suya son amigas. -Él no mudó la expresión-. Bueno, a decir verdad, no creo que a mi madre le caiga bien la suya. Pero me parece -traté de explicar- que nuestros padres eran amigos.

– La parejita perfecta.

– No -insistí. La rueda del taxi se metió en un charco y tuve que agarrarme a un lado-. Pu Li y yo no estamos prometidos -dije-. Sólo es algo que mi madre le dijo a Pu Taitai hace muchos años. Estoy segura de que mi madre ya lo ha olvidado.

– ¿Por qué estás segura?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Herencia»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Herencia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Herencia»

Обсуждение, отзывы о книге «Herencia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x