Lan Chang - Herencia
Здесь есть возможность читать онлайн «Lan Chang - Herencia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Herencia
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Herencia: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Herencia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Herencia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Herencia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Su mirada era de lo más intensa.
– No lo he pensado nunca -le dije.
– ¿De verdad crees que tu madre se olvida de algo?
Mi mente se movía lentamente.
– ¿Por qué habría de prometérselo a Pu Taitai? -pregunté.
Hu Ran se encogió de hombros.
– Dicen que Pu Taitai es una mujer generosa. Igual le ha hecho algún favor que otro a tu madre.
– Mi madre no necesita que le hagan favores.
– ¿Te gusta Pu Li?
Me fijé en las piernas del taxista, en constante movimiento giratorio. Pensé en Pu Li, pequeño y robusto -más bajo que yo- con su espesa mata de pelo suave y su cara redonda y blanca. Tenía una serenidad bondadosa que me reconfortaba.
– ¿Qué es lo que quieres saber?
– Me han dicho que estás prácticamente casada con Pu Li.
No dije nada. Recordé las palabras que pronunciara Pu Li años atrás, bajo las bombas, en el refugio: «Tu madre se lo ha prometido a la mía».
– No lo entiendo -dije-. ¿Y si es verdad, qué? Sigo sin creerme que pueda ocurrir.
– Bueno, ocurrirá a menos que tú te opongas.
Escuchamos el repiqueteo de la lluvia en el toldillo.
– ¿Por qué no le haces frente a tu madre? ¿Es que quieres pasarte toda la vida sometida a ella?
Recordé lo que le dijo mi madre a Hu Mudan: «… y llévate a ese mocoso». Quería explicarle a Hu Ran que la cosa no era tan simple.
– ¿Y a ti qué más te da? -le pregunté, esforzándome en controlar la voz-. No vas a tener que irte. Este país será tuyo.
Se quedó quieto unos instantes, clavando la vista al frente, más allá de la bamboleante espalda del taxista.
– Podrías quedarte, Hong. Quédate conmigo.
– ¿Quieres que me quede?
– Este país podría ser nuestro.
Cuán súbita surgió ante mí la oportunidad de escoger mi destino. Mi madre había intentado protegerme como si me tuviese en una vitrina. Ahora podría salir al mundo con Hu Ran, su madre y mi tía. Podría dejar atrás a mi madre y vivir una vida de pasión. Podría quedarme y vivir el futuro de China.
Hu Ran me cogió de la mano. Parecíamos dos niños buenos, sentados en aquel ciclotaxi, posados en el ojo del huracán. Enseguida concluiría el trayecto. El mundo regresaría dando vueltas y lo encontraríamos más cambiado de lo imaginable.
– Me quedaré contigo -dije.
– ¿Estás segura, Hong? -preguntó con voz dulce.
– Lo estoy.
Se metió la mano en la chaqueta. Cuando la abrió, tenía en la palma el colgante de jade verde que había tratado de darme cuando no éramos más que unos críos.
– Este colgante se lo dio tu abuela Chanyi a mi madre -dijo-. Le explicó que era un símbolo de amor y amistad, y que siempre, pasase lo que pasase, conectaría al que lo daba con el que lo recibía. Ya no soy un niño. Estoy seguro de que mi madre y tu abuela lo entenderían.
Agaché la cabeza y me puso el colgante. La cadena estaba fría, lo noté en la garganta, pero el jade estaba caliente.
Más tarde, cuando salimos de su cuarto, nos deslumbró la suave claridad, y ya en el ciclotaxi, tuve la sensación de que estábamos bajo el agua. Nos movíamos despacio, como si estuviésemos sumergidos, y, a nuestro alrededor, todos los colores empapados refulgían con mayor viveza que antes. Era como si mi decisión hubiese disuelto por fin la barrera que me separaba del mundo. Ahora me encontraba en mitad de un mar inmenso, fluctuando, codo con codo, con todos los habitantes de la ciudad. Miles de personas flotaban por delante de nosotros acarreando fardos y pertenencias. Una mujer con un paraguas rojo chillón desprendió una brillante gota de lluvia que vino a parar a mi ventanilla. A nuestra vera, un hombre tiraba de una calesa. Me llegaba el olor -a coliflor y soja- de su resuello, denso y cargado.
Tardamos un rato en llegar a mi calle. Los olmos majestuosos se erguían ante nosotros; nunca había visto sus hojas tan verdes, ni tan negros los troncos. Goteaban sobre las tímidas mansiones, muchas de ellas tabicadas con tablas para hacer frente a la marea del cambio. Pronto llegarían los soldados y arrancarían las tablas. Pronto tomarían posesión de las casas y de todo lo que había dentro. Pronto. Pero la casa de mi madre estaba toda iluminada, como si fuesen su fuerza y su determinación las que irradiasen la luz desde dentro, y al andar por el sendero, sentí un extraño escalofrío.
Hu Ran y yo cruzamos el umbral.
Mi padre y mi tío estaban allí. Los oí desde el vestíbulo y, mientras me acercaba al salón, también oí la voz de mi madre. Junto a ellos estaba Hwa, atenta y tan formal como siempre. Estaba acicalándose para una fiesta de Año Nuevo cuando llegaron los hombres, y todavía tenía puesta su brillante blusa roja, perfectamente planchada hasta dejar la seda tan plana como el papel.
– … que me echases una mano con unas cuantas cosas -estaba diciendo mi madre.
– Estoy en deuda contigo , jiejie. Por supuesto que los funcionarios harán la vista gorda a uno o dos envíos.
– Gracias -dijo mi madre-. Son sólo muebles. Pero es que les tengo muchísimo apego. Ya me duele tener que marcharme como para encima… -En ese momento nos vio a Hu Ran y a mí en el pasillo. Ya le había soltado la mano, pero mis dedos, sabiendo que él estaba presente, seguían tibios. Mi madre me recorrió entera con la mirada: el pelo, los ojos, las mejillas, la boca. Durante unos buenos momentos me sentí desprotegida. Después, ella también se me antojó vulnerable.
Fue mi padre el primero en hablar.
– Junan, ¿te acuerdas de Hu Ran?
– Oh, sí -dijo mi madre cortésmente, recobrando la compostura-. ¿Qué tal estás, Hu Ran?
– Bien.
– De no haber sido por este jovencito -dijo mi padre-, estaría muerto.
Mi madre sonrió con frialdad.
– Gracias por traer al general a casa -dijo-. Te mereces una recompensa.
– De ninguna manera -respondió Hu Ran.
– Bueno, entonces, gracias por tu xingli.
– Muchacho -terció mi tío-, me parece que es hora de que tú y yo nos vayamos. Tenemos mucho de qué hablar. -Hizo un gesto en dirección a la puerta-. Hasta la vista -le dijo a mi madre.
– Gracias por tu ayuda, Li Bing.
– Adiós -dijo, mirando a mi padre-, y piensa en mi consejo.
– Lo haré.
Hu Ran me guiñó un ojo. Miré alrededor para ver si alguien se había dado cuenta.
Me asomé a la ventana y los vi salir de casa y recorrer el sendero hasta la verja, Hu Ran con la cabeza gacha, escuchando a mi tío.
Y allí nos quedamos los cuatro, mi madre y mi padre, Hwa y yo, sentados en las cuatro sillas sin cubrir, bajo las luces brillantes que se reflejaban en las ventanas salpicadas de lluvia. El resto de los muebles, un sofá, dos sillones y un diván, estaban cubiertos con sábanas.
Ahora que mi padre había vuelto de improviso, ahora que se hallaba sano y salvo después de haber estado en peligro, mi madre no paraba de temblar. El amor que sentía por él la atravesaba; le crispaba la espalda; le refulgía en los ojos. Por encima de todo, la avergonzaba.
– Ya he embalado todo lo que podemos llevarnos -dijo-. Estoy lista para partir, y, con la ayuda de tu hermano, los muebles y otras cosas llegarán sin problemas a Taiwán.
Mi padre no respondió nada.
– Nos vamos dentro de dos días -dijo mi madre.
Tampoco dijo nada. Se miraba las manos.
– ¿Qué pasa, Li Ang?
– Junan -dijo mi padre-, eres una mujer generosa.
– ¿Qué es lo que quieres?
– Junan -repitió-, hablemos de esto a solas.
Pero mi madre nos hizo un gesto a mi hermana y a mí para que nos quedásemos donde estábamos.
– No creo que tengas que decirme nada que no puedan oír nuestras hijas.
Mi padre me miró primero a mí y luego a Hwa, con expresión de impotencia, antes de volverse hacia mi madre.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Herencia»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Herencia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Herencia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.