Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta

Здесь есть возможность читать онлайн «Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La hormiga que quiso ser astronauta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La hormiga que quiso ser astronauta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuando las preocupaciones podían extirparse con anguilas modificadas con Quimicefa, y tus amantes incluían a una pintora que era, literalmente, tu alma gemela, y a un ángel (bueno, un serafín) exiliado del Cielo. Cuando los repartidores de pizzas conspiraban para escribir tu biografía no autorizada, y una vieja grabadora trucada podía servir para recuperar y extraer sentido de las palabras dichas en una ruptura. Cuando La Muerte recorría la ciudad con una lista de víctimas que, si eras lo suficientemente rápido, podías alterar. Cuando las hormigas aspiraban a alcanzar las estrellas. ¿Lo recuerdas? ¿Sí? Ahora, ¡despierta!

La hormiga que quiso ser astronauta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La hormiga que quiso ser astronauta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Existe un dicho muy extendido sobre la atracción de los polos opuestos aplicada al amor que a mí siempre me ha parecido un contrasentido de lo más absurdo, no tanto por la atracción referida como por su contrapartida, es decir, la creencia de que dos personas de gustos idénticos están condenadas a repelerse. Blanca y yo nos reíamos de ello con la mayor irreverencia posible, y desafiábamos aquel supuesto tan idiota abrazándonos con fuerza junto a ventanas abiertas. Y ninguno de los dos salió nunca despedido por una de ellas.

Y hacíamos el amor por la mañana y por la tarde y a media noche; en la cama, donde yo había colocado mi póster de Star Wars a modo de marca para no extraviarme, en la ducha, entre los cuadros, allí donde ordenase una mirada, allí donde se prolongase una caricia, allí donde acabásemos rodando. No como lo hacen el aceite y el vinagre cuando ocupan un mismo vaso, no, lo hacíamos siempre como aquella primera vez, con aquella desesperación por tenernos, por devorarnos, usando siempre el placer como un medio para regatear tanta carne y tocarnos la punta del alma, porque eso era lo que perseguíamos. Y nos dejábamos aniquilar por el orgasmo sintiéndonos naufragos arrastrados por las mismas olas, conducidos a la misma playa, y era tanto el amor que yo lo sentía rebosar de nuestros cuerpos y cabalgar a lomos de la brisa nocturna como un virus, contagiando nuestra ansia a la ciudad entera, incitando a mil manos a recorrer mil cuerpos en una conspiración de colchones y suspiros bajo un cielo acribillado de estrellas.

Luego, ella solía encender un porro y mirábamos la luna a través de las gafas sin graduar de la marihuana. Era entonces cuando nos despegábamos un poco, y flotábamos un rato cada uno por nuestro lado, a solas a pesar de que mi mano no soltaba nunca la suya. Aquellos momentos sin Blanca me aterrorizaban porque en la espumosa soledad de la droga me encontraba con la parte más racional de mi mente, y ésta siempre se empeñaba en refutar la felicidad sin mácula que nos envolvía y acababa por convencerme de que aquello era demasiado bonito para que durase siempre.

10

Huí de ella un mes después, dejando una nota llena de frases hechas más bien deshechas pegada al frigorífico porque no tuve fuerzas ni para enfrentar su mirada azulina ni las verdaderas causas de mi fuga.

Haciendo uso de ese trascendentalismo compulsivo al que Blanca era tan aficionada, podría resumirlo todo diciendo que la vida es como un detector de felicidad. Cuando Blanca y yo lo atravesamos sonó un pitido y nos dijeron que pusiéramos sobre la mesa toda la felicidad que lleváramos encima. Y eso hicimos. Blanca y yo, como esos niños de antes de la Nintendo que se divertían con cromos, jugábamos a voltear el amor, ignorando que no siempre tenía por qué caer del lado bueno, un dibujo apretado de árboles y hierba que representaba el Paraíso, hasta el día que cayó del revés y descubrimos que su dorso, por eso de la simetría, estaba ilustrado de llamas feroces y estalagmitas rojas.

Pero nadie va a dar al Infierno sin antes chamuscarse los pies en el Purgatorio. Si he de precisar el momento justo en que todo comenzó a torcerse, ese hilo mínimo que logra deshacer el tapiz si tiramos de él, creo que me inclinaría sin dudarlo por el episodio del poema. Quizá si antes de él hubiese estado tan alerta como lo estuve luego, una vez que los acontecimientos empezaron a precipitarse unos sobre otros como fichas de dominó, venciendo su insignificancia mediante la acumulación, ahora podría remontarme más atrás aún, pero si antes del referido episodio sucedió algo digno de mención me pasó absolutamente desapercibido, o puede incluso que lo festejase sin sospechar nada, como un bebé que ríe al sentir el roce helado de un revólver en la sien.

El episodio del poema, a saber, se produjo al mes de estar juntos. Yo, por aquel entonces, era un hombre enamorado y feliz que se consideraba afortunado por haber tenido la suerte de embarcarse en un romance excepcional que nada tenía que ver con las relaciones sentimentales que sucedían a mi alrededor. Me bastaba con sentarme en un banco o un bar para corroborarlo. El amor que se profesaban los demás se me antojaba torpe y adocenado, pulgoso, chirriante si llegaba a mis oídos algún grumo de conversación; observaba a cualquier pareja y adivinaba abismos insalvables entre ellos.

La tarde en que se cumplió un mes de nuestro encuentro en el parque yo me encontraba exultante. Tanto era así que había decidido, impulsado por ese optimismo, fotocopiar el temario de unas oposiciones que se estaba preparando Julio. Y quería hacerle saber a Blanca que mi balance del mes había dado positivo. Ardía en deseos de ello. Quería, en realidad, hacérselo saber a la ciudad entera, que todos los mensajeros trabajasen esa noche para mí, informando a los vecinos en su propio domicilio que un tal Alejandro estaba locamente enamorado de una tal Blanca, pero debía comprender mis limitaciones, especialmente las de mi bolsillo. Opté por amasar todo aquel orgullo en un poema. Me tiré horas en el Picalagartos forcejeando con la métrica hasta obtener una remesa de versos resultones que me apresuré a envolver con un te quiero. ¿Y ahora?, me dije al concluirlo. Lo leí varias veces, paladeando la rima forzada e imaginándolo apelotonándose en mi boca al intentar recitarlo ante Blanca. Descarté tal humillación. Sin embargo, la entrega en propia mano me resultaba demasiado oficial. Se me ocurrió esconderlo. Por la mañana, Blanca había comprado pasta para preparar una cena conmemorativa. Sabía que luego, con el cascabeleo plácido de la digestión, nos enzarzaríamos en un coito remolón y pausado que con toda probabilidad las carcajadas impedirían culminar. Y luego nos prepararíamos un porro. Ella guardaba la marihuana en una especie de joyero arábigo que reposaba sobre el televisor, en cuyo aromático interior descubriría esta noche un poema.

Pero para ello debía llegar a casa antes que Blanca, y según iba desfalleciendo la luz lo tenía difícil. Enfilé hacia su estudio atravesando por el centro, culebreando con paso ágil por calles abarrotadas de consumidores vespertinos y tentando al tráfico con mis regates, pero cuando llegué al apartamento, Blanca ya se encontraba allí. Tropecé con sus bártulos desperdigados por el suelo, y traté de enfocarla en algún punto de la habitación antes de escuchar el monólogo de la ducha. Disponía de unos segundos. Me acerqué al televisor de puntillas, sacando el poemita del bolsillo con dedos de carterista, atento a la puerta del baño. Abrí el cofrecito, que me arrojó a la cara su noble aliento y me mostró, entre las quebradizas hojas de marihuana, un papelito doblado similar al que yo me disponía a esconder. Unos cinco segundos de absoluta irrealidad. Tras reponerme de la sorpresa, lo tomé con cuidado y lo desdoblé, encontrando la caligrafía de unos versos dirigidos a mi persona rayando su superficie. El poema era distinto, pero el sentimiento que lo habitaba parecía ser el mismo. Había adornado las esquinas del papel con esas florituras que tan bien le salían. Lo volví a dejar en su sitio y cerré el joyero, sin saber cómo tomarme aquella coincidencia. En ese momento, dejó de correr el agua de la ducha y yo me aparté lo más posible del lugar del crimen y me dejé caer en un rincón con cara de recién llegado. Blanca salió del baño con ese aire de pan recién hecho que otorgan las duchas y un vestido de gasa para la ocasión. Me preguntó si había conseguido el temario y me besó sin sospechar nada.

Nos dejamos resbalar como hábiles esquiadores por las laderas de una noche que ya había sido organizada por la mañana. Durante la cena y el intento de coito posterior, yo me mantuve inusitadamente pasivo, como en un modesto segundo plano, aceptando cada paso con una sonrisa ligera en los labios. Todo cuanto Blanca decía o hacía estaba encaminado a favorecer el golpe de efecto del poema, y el saber de antemano la sorpresa que ella me reservaba me untaba el alma de una desagradable sensación de superioridad. Presenciar sus ensayados intentos por encauzar la velada hacia el colofón final, aquella especie de redoble que presentaba un espectáculo inofensivo, era como contemplar las evoluciones de los peces de un acuario. Blanca se me mostraba terriblemente sabida y patética, envuelta en una triste candidez que me irritaba y me conmovía a partes iguales. No hay nada más horrible que conocer los entramados que sustentan la ilusión ajena. Cuando al fin ella formuló la pregunta esperada, sentí un amago de llanto. Quise huir, irme lejos, enrolarme en un pesquero, entre marineros rudos pero solidarios que cada mañana se ofrecían a los caprichos del mar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta»

Обсуждение, отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x