Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta

Здесь есть возможность читать онлайн «Félix Palma - La hormiga que quiso ser astronauta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La hormiga que quiso ser astronauta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La hormiga que quiso ser astronauta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuando las preocupaciones podían extirparse con anguilas modificadas con Quimicefa, y tus amantes incluían a una pintora que era, literalmente, tu alma gemela, y a un ángel (bueno, un serafín) exiliado del Cielo. Cuando los repartidores de pizzas conspiraban para escribir tu biografía no autorizada, y una vieja grabadora trucada podía servir para recuperar y extraer sentido de las palabras dichas en una ruptura. Cuando La Muerte recorría la ciudad con una lista de víctimas que, si eras lo suficientemente rápido, podías alterar. Cuando las hormigas aspiraban a alcanzar las estrellas. ¿Lo recuerdas? ¿Sí? Ahora, ¡despierta!

La hormiga que quiso ser astronauta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La hormiga que quiso ser astronauta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Pero cuéntamela -insistió, belicosa.

– No.

– Venga, Álex. No seas así.

La miré a los ojos. Esta bien, cielo. Ahí va.

– Yo era el único cristiano de un circo romano untado de salsa barbacoa.

Ella sonrió, y me lanzó una servilleta hecha una bola. Me golpeó en la nariz y me cayó dócilmente en el regazo, donde nunca había habido coraje para enfrentar las situaciones más difíciles de la vida.

– ¿Te pasarás un rato por el parque? -me preguntó, levantándose de la silla y preparando sus bártulos.

– No -respondí-. Me quedaré estudiando.

– Vale. Yo me voy a cazar japoneses. Ah, hoy como fuera con unos amigos que conocí el verano pasado. Vendré para cenar.

– Vale. Aquí me encontrarás estudiando.

Por supuesto no abrí el temario en toda la mañana. Asuntos de mas enjundia requerían mi atención. En cuanto Blanca se marchó, me levanté de la silla y traté de serenarme dando vueltas por el estudio, elípticas y obsesivas, repasando los hechos. ¿Cómo tomarme aquello? Blanca había despertado de madrugada, dejando su pesadilla a medias. Y yo la había continuado, como un compañero de trabajo solícito y meticuloso. Bien mirado -y mal mirado también, para qué negarlo-, era algo bastante curioso, un asunto que pendulaba entre lo cómico y lo escalofriante. Hasta donde yo sabía los sueños de una persona solían quedarse quietecitos en su cabeza, como niños en misa. Nunca había oído hablar de pesadillas saltarinas, que ante una muerte inminente trataban de perdurar abordando cerebros vecinos. ¿Debía empezar a gritar ya? Rodeado de tanta cotidianidad, resultaba difícil reconocerlo como un suceso siniestro. Se mostraba más bien como una anécdota divertida. Mientras no volviera a repetirse, claro.

A eso de las tres me preparé alguna insignificancia para comer, retiré los platos y coloqué el temario sobre la mesa. Se acabaron las gilipolleces. El plazo de la convocatoria estaba a punto de expirar y no podía permitirme el lujo de ir malgastando tardes. Había llegado la hora de ser alguien en la vida, aunque no fuese más que otro funcionario malcarado tras la pecera sucia de una ventanilla. Me olvidé del sueño compartido e hice frente a la primera página del grueso libro, con la intención de dejarme las pestañas en aquellas fotocopias ilegales. Sin embargo, a pesar de que sólo había comido un sándwich de atún y una Pepsi, sentía el estómago cada vez más pesado y un compacto sopor fue sobornando mis miembros uno a uno hasta que las letras iniciaron una especie de danza maorí sobre el papel. El cuerpo me pedía siesta. Alcancé la cama a duras penas y hundí mi rostro en la almohada, dejando que el sueño me codificara los pensamientos de inmediato.

Desperté alrededor de las siete y media, desorientado, con el cuerpo hecho una piltrafa, la mente desagradablemente húmeda y un sabor a calderilla en la boca. Nada anormal después de una siesta. Me arrastré hacia el temario como un tullido, esta vez dispuesto a vencer a la primera página. Puede decirse que hicimos tablas. Aparté el mamotreto de fotocopias a un lado y arrimé la silla a la ventana, donde la tarde se despedía en una menstruación rosada y malva. Por más que lo intentase, la coincidencia de los sueños no se me iba de la cabeza. Blanca debía de estar al llegar. Decidí contárselo. Al fin y al cabo, aquello nos incumbía a los dos, ¿por qué ocultárselo?, ¿por qué aquel tonto afán de protección? Sí, se lo diría en cuanto llegase. Así podríamos hablarlo, restarle importancia o lo que fuese. ¿Qué podía pasar? Probablemente ni siquiera me creyese. Para empezar, yo carecía de pruebas. Y para terminar, seguro que acabaría riéndome mientras se lo contaba, abortando cualquier remota posibilidad de que ella me creyese.

La noche llegó, alquitranando el cielo con calma de obrero mal pagado, y el río, allí a lo lejos, encajonado entre los edificios, se volvió plateado y se dejó tatuar por los neones de la orilla como un marinero borracho. La noche llegó, sí, pero Blanca no. Y yo seguí en la silla, inmóvil, meditabundo, poca cosa contra la estampida de sombras que arrasaba el estudio. Al pensar en comer algo, descubrí cierto revuelo en el estómago. Estudiándome con detenimiento también advertí que, aunque de forma imperceptible, mi mente comenzaba a nublarse. Pensar se volvía más trabajoso a cada segundo. Lo achaqué al cansancio y las preocupaciones que habían adobado aquel maldito día de mi existencia, que al parecer se resistía a finalizar. Era, sin embargo, un mareo agradable, en absoluto febril, que a medida que se intensificaba iba restando importancia a las cosas, acolchando los salientes del mundo. En cierto momento, miré el reloj y descubrí que eran las dos de la madrugada. Sería embarazoso para ambos, atiné a pensar, si Blanca llegaba y me encontraba en la silla a esas horas, como el muñeco de un ventrílocuo. Yo no era su padre. Ella no era mi hija. No había ido al baile del instituto con el capitán del equipo de rugby, dueño del Porsche con los asientos traseros más peguntosos del estado. Decidí tumbarme en la cama y fingir que dormía.

Me incorporé. Y estuve a punto de desplomarme. La cabeza me daba vueltas, las piernas me fallaban y una risa tonta e inevitable festejaba mis sinuosos andares. Me desplomé sobre el colchón como un tronco que recibe el último hachazo. Lo único que alcancé a preguntarme, antes de que mi mente cerrara sus compuertas, fue que si a pesar de que mis polvos podían contarse con una mano y nunca habían sido lo suficientemente salvajes como para hacerme desatender las precauciones, no había acabado por pillar ese virus con nombre de perrita de vedette que acecha ominoso en la espesura nocturna.

Cuando abrí los ojos, ya había amanecido. Un sol entusiasta rielaba por el estudio y zapateaba sobre mis córneas. La cabeza me palpitaba. Blanca se encontraba dormida a mi lado, ovillada y ronroneante, con los vaqueros todavía puestos. Al incorporarme, ese gran conductor que es el colchón le transmitió que yo ya me encontraba funcionando correctamente -era un decir, se hacía evidente que necesitaba todo tipo de reparaciones-, y pude asistir en primera fila a ese enternecedor espectáculo que es el despertar femenino, esos movimientos espesos con que tratan de rasgar la crisálida del sueño, ese aroma a hojarasca húmeda, a recovecos íntimos que destilan sus poros, esa sonrisa tonta e involuntaria que se prende enseguida a los labios, esas primeras miradas, entreveradas de parpadeos, que enseñan el alma con impúdica precisión, ese aire de rosa abierta que, en definitiva, plagian sin pretenderlo. Me eché a su lado de nuevo y ella rodó hacia mí por las sábanas, ciega y líquida, como esos troncos transportados en las corrientes de los ríos. Mis brazos aceptaron su cuerpo aún nocturno, y a pesar de que me sentía algo indignado por su comportamiento, acaricié su piel, que debido a que ella no había terminado de instalarse en su interior y que yo sentía el mío abotargado, tenía la textura quebradiza de las gambas.

– Perdona, cariño -la oí decir, su voz amortiguada por el sueño-. La comida se alargó mucho, y nos estábamos divirtiendo tanto que decidimos empalmar con la noche.

– Ya.

– Lo siento. De verdad.

– Olvídalo -dije, cerrando el tema.

A la mierda las minucias de convivencia. Blanca ya se encontraba lo suficientemente despejada como para afrontar asuntos de mayor importancia. Intenté recordar qué había soñado hoy, con la intención de comprobar si el efecto volvía a repetirse, pero fue inútil. Mi cabeza no estaba por la labor. Bueno, debería conformarme con lo que ya tenía.

– Blanca… -empecé.

– ¿Sabes, Álex? Ayer me harté de beber y no conseguí emborracharme. Fue rarísimo. Todos acabaron por los suelos y yo seguía de pie… Bueno, a veces pasa, ¿no? Estaré tensa o algo así. En fin, por lo menos no tengo resaca -Se encogió contra mí, como resguardándose de la vida-. Aunque me muero de sueño. ¿Qué tal si nos quedamos un rato en la cama?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La hormiga que quiso ser astronauta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta»

Обсуждение, отзывы о книге «La hormiga que quiso ser astronauta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x