FÈLIX RUEDA
ME QUEDO CON LA CABRA
1ª edición en formato electrónico: abril 2020
© Fèlix Rueda
© Terra Ignota Ediciones de la presente edición
Diseño de la cubierta: ImatChus
Terra Ignota Ediciones
c/ Bac de Roda, 63, Local 2
08005 – Barcelona
www.terraignotaediciones.com
ISBN: 978-84-121812-5-8
IBIC: FA 2ADS 1DSEJ 5X
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FÈLIX RUEDA
ME QUEDO CON LA CABRA
Tabla de contenido
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Andaba pateando distraído un canto rodado en el camino de descenso al Puig de la Llosa, mientras su cerebro se debatía en profundas reflexiones. Eran unas excursiones ligeras a los pequeños picos de la parte más oriental del Pirineo, conocida como la sierra de la Albera, donde vivía. Estas caminatas le ayudaban a despejar las nieblas de su mente, cuando las prolongadas etapas de soledad lo abrumaban. Esos largos paseos lo reconfortaban, la suavidad de los pastos pirenaicos y la belleza de sus paisajes le aclaraban las dudas del porqué había abandonado la ciudad y su mundo veloz y desenfrenado. Aun tratándose de una opción libremente elegida, vivir en el campo, y además en soledad, resulta duro. Cuando uno adopta esta decisión, no sólo se lleva consigo los enseres personales, también se arrastran todas las contradicciones, las costumbres, las ideas y lo que más pesa, la historia. A no ser por una forzada amnesia provocada por enfermedad o accidente, el renacimiento no existe para las personas y como etapa cronológica, no se podría entender sin los acontecimientos históricos, sociales y económicos anteriores, cuanto más, para un personaje que se pretende reinventar a sí mismo, con qué materia lo va a conseguir, sino con la de su propia historia, con la de su experiencia previa, con la de su cultura. Aunque pretenda destruir todas ellas, es sobre estas mismas, sobre las que ha de basar su batalla. Las nuevas ciudades siempre se construyeron sobre los restos de las antiguas, los muros góticos sobre los romanos, las catedrales sobre antiguos templos de dioses olvidados. Por mucho que se pretenda, nadie emprende un viaje de estas características desnudo, aunque así lo hiciera físicamente, existe un bagaje que va dentro de ti y que cuesta ir abandonando lentamente por el camino.
Un jovencito lo hizo despertar de su ensimismamiento sobresaltadamente. Enrojeció, como quien es pillado en alguna falta, como si sus pensamientos se hubieran materializado y el niño pudiera opinar sobre lo absurdo de sus meditaciones. A pesar de ello, el niño se encontraba a una distancia considerable y habían sido sus gritos los que lo habían devuelto a la realidad.
―Señor Martí, señor Martí, un amigo suyo lo anda buscando. Me ha enviado mi padre, que lo ha visto subir esta mañana, para que se lo diga… ―El chaval gritaba desde un claro del boscoso camino, sin ganas de proseguir el ascenso. Cuando Martí llegó a su altura el niño pelaba una castaña ayudándose de los dientes.
―¿Sabes quién es? ―El chaval se rascó la cabeza― Me ha dicho cómo se llamaba, pero ahora no me acuerdo… Mi padre me ha dicho que lo está esperando en la puerta de su casa ―A Martí le ilusionó la idea de descubrir la intriga. No solía recibir visitas y fuera quién fuera, sería una sorpresa agradable. Al menos eso esperaba.
―¿Y tú, Feliu, qué haces aquí a esta hora? ¿No tenías cole?
―Sí, pero el Manel se ha puesto enfermo y he tenido que subir yo las vacas a pastar. Mañana o pasado mañana, mi padre me enviará con una nota al colegio diciendo que el que estaba enfermo era yo. Porqué si la señorita se entera de que he faltado a clase por esto, se va a cabrear mucho y le cardará una bronca a mi padre de aquí te espero
―Y tiene razón ―terció Martí―-. Este es tu tiempo de estudio, ya te llegará el momento de trabajar. Todavía eres demasiado joven…
―En mi casa trabaja hasta el gato. Como no cace al menos un ratón por semana, mi padre lo guisa a la cazuela ―contestó Feliu bromeando.
―Dile a tu padre, que cuando le pase otra vez que el Manel no pueda sacar las vacas a pastar, me llame por la radio y ya las sacaré yo. Tú tienes que estudiar.
El niño protestó tímidamente―: No, si a mí ya me gusta hacer campana de tanto en tanto. Además, me llevo la escopeta y si puedo cazo algún conejo.
―Lo que me faltaba por oír. Mira Feliu, las obligaciones no gustan a nadie, pero ahora es tu obligación hacerte un hombre culto y para ello es necesario ir cada día a la escuela. Además, no deberías ir por ahí cazando conejos, que algún día me llenarás el culo de perdigones cuando esté buscando setas
El niño rio la ocurrencia, pero no demostró ningún convencimiento sobre los beneficios de la escuela―: Total, para que me servirán las tonterías que me enseñan en el colegio. Mi padre dice que el trabajo del campo se aprende haciéndolo
―Y tiene razón, pero posiblemente esos trabajos los aprenderás, lo quieras o no, en cambio en la escuela te enseñarán cosas que no se aprenden si no se estudia. Ahora Figueres, Cadaqués, Llança, o incluso Girona están a un paso en coche y no querrás ir allá y que todas las chicas piensen que eres un payés y que sólo sabes tratar con vacas. Además, quién te dice a ti, que no le cojas gusto a eso de estudiar y acabes yendo a la Universidad. Yo estudié economía en la Universidad y en cambio, he acabado haciendo de payés, quizás tú hagas el camino contrario y estudies literatura y te hagas un escritor famoso, o química, y acabes trabajando en Barcelona.
Feliu se sorprendió―: ¿Tú estudiaste en la Univer-sidad?
―Sí, pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora soy un payés como tu padre.
El niño, con una espontaneidad no exenta de cierta malicia, no pudo dejar de objetar, lo que su padre alguna vez habría comentado: ―Mi padre dice que eres muy inteligente y que le gusta mucho hablar contigo, pues aprende muchas cosas, pero que como payés eres un desastre.
La sinceridad del chaval le dolió un poquito, pero acepto deportivamente la crítica ―Seguro que está en lo cierto, pero voy aprendiendo poquito a poco. Eso mismo debes hacer tú en la escuela.
Al llegar a un pequeño camino entre la maleza, Feliu se despidió precipitadamente para no tener que seguir conversando con un adulto. Aunque Martí no le cayera mal, la gente mayor se pasaba el día diciéndole, que se debe y que no se debe hacer y Feliu era un ente libre, cuya mayor felicidad era acertar con una piedra en la cabeza de un conejo, difícil, pero algún día lo había de conseguir―: Me voy por este atajo, que así llego antes a casa. ―Y salió zumbando.
Martí continuó su camino intrigado. Hacía tanto tiempo que no recibía visitas, que el hecho de recibir una, le sorprendía y hasta cierto punto, despertaba su curiosidad, pero al mismo tiempo, le molestaba la fractura de sus rutinas que implicaba esta visita incontrolada. Sin embargo, hizo un esfuerzo por buscar los aspectos positivos del encuentro, fuera con quien fuera. No deseaba convertirse en un ser huraño. Uno de los mayores peligros de la soledad.
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