Joanne Harris - Chocolat
Здесь есть возможность читать онлайн «Joanne Harris - Chocolat» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Chocolat
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Chocolat: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Chocolat»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Chocolat — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Chocolat», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Ahora reía con más fuerza, con las manos en el estómago.
Intenté agarrarla por el brazo.
– Joséphine, hablo en serio. Puede encontrar un trabajo. No debe…
– Pero aquí me lo encontraría de vez en cuando… -seguía riéndose, cada palabra una bala envenenada, su voz metálica destilaba autodesprecio-… cuando el cerdo se pone cachondo… es un cerdo gordo y peludo.
Y de pronto comenzó a llorar de la misma manera dura y estrepitosa que cuando se reía, los párpados fruncidos y las manos apretadas contra las mejillas como si quisiera impedir que estallasen. Esperé.
– Y después, cuando ha terminado, se da media vuelta y al cabo de un momento lo oigo roncar. Y después por la mañana intento… -hizo una mueca y torció la boca para articular las palabras oportunas-… intento… sacudir… su hedor… de las sábanas y después me quedo todo el tiempo pensando: ¿qué ha sido de mí? ¿Qué ha sido de Joséphine Bonnet, tan buena alumna en la escuela, ella que soñaba con ser bailarina…?
Se volvió bruscamente hacia mí, el rostro encendido, pero tranquilo a un tiempo.
– Le parecerá una tontería, pero yo me decía que seguramente había algún fallo en alguna parte, que un día llegaría alguien y me diría que aquello no había ocurrido, que todo aquello lo había soñado otra mujer y que, en realidad, no me había sucedido a mí.
Le cogí la mano. Estaba fría y temblaba. Tenía una uña arrancada y en carne viva y la palma de la mano sucia.
– Lo curioso del caso es que intento recordar cómo era él cuando yo lo amaba y no hay nada. Hay un espacio en blanco. Nada en absoluto. Me acuerdo de todo lo demás… de la primera vez que me pegó, sí, de eso me acuerdo muy bien… Pero incluso en el caso de Paul-Marie tendría que existir algo digno de recordar, algo que lo excusara todo… tanto tiempo perdido…
Se calló bruscamente y miró el reloj.
– Hablo demasiado -dijo, sorprendida-. Si quiero coger el autobús no me da tiempo a tomar el chocolate.
La miré.
– Pues tómese el chocolate en lugar de coger el autobús -le dije-. Invita la casa. Ojalá que fuera champán.
– Tengo que irme -insistió.
Se hundía repetidamente los puños en el estómago. Bajó más la cabeza, parecía un toro preparándose para embestir.
– No -le dije mirándola-. Debe quedarse. Tiene que luchar con él cara a cara. De otro modo será como si no lo hubiera dejado.
Me devolvió la mirada un momento, medio desafiándome.
– No puedo -su voz sonaba desesperada-, no podré. Dirá cosas… lo tergiversa todo.
– Usted aquí tiene amigos -le dije con voz amable-. Y aunque ahora no lo crea, usted es una mujer fuerte.
Joséphine se sentó entonces, decidida, en uno de los taburetes rojos, apoyó la cara en el mostrador y lloró en silencio.
Dejé que llorara. No le dije que todo iría bien. No hice esfuerzo alguno para consolarla. A veces es mejor dejar las cosas como están, dejar que el dolor siga su curso. En vez de consolarla me metí en la cocina y, muy lentamente, le preparé el chocolat espresso. Lo vertí en las tazas, le añadí una pizca de coñac y unas virutas de chocolate, puse las tazas en una bandeja amarilla y dejé un azucarillo en cada platito y, al servírselo, ya había vuelto a recuperar la calma. Es una magia poco espectacular, lo sé, pero a veces funciona.
– ¿Por qué ha cambiado de parecer? -le pregunté cuando ya iba por la mitad de la taza-. La última vez que hablé sobre esto con usted me pareció que no quería abandonar a Paul.
Se encogió de hombros, tratando deliberadamente de no mirarme a los ojos.
– ¿Ha sido porque le ha vuelto a pegar?
Me miró con sorpresa. Se llevó la mano a la frente, donde la piel lastimada se había inflamado y presentaba bastante mal cariz.
– No.
– Entonces, ¿por qué?
Sus ojos se apartaron nuevamente de los míos. Con las yemas de los dedos tocó la taza del espresso, como si quisiera comprobar la realidad de su existencia.
– Nada. No lo sé. Nada.
Es mentira, se ve a la legua. Obedeciendo a un automatismo, penetro en sus pensamientos, tan abiertos hacía un momento. Necesito saber si he sido yo quien la ha empujado a esta decisión, si yo la he forzado a pesar de mis buenas intenciones. De momento, sin embargo, sus pensamientos son informes, nebulosos. Lo único que distingo en ellos es oscuridad.
Sería inútil violentarla. En Joséphine hay una veta de empecinamiento que se resiste a inducciones apresuradas. Con el tiempo me lo dirá. Si quiere.
No había caído todavía la noche cuando Muscat vino a casa a buscarla. Ya habíamos preparado la cama para Joséphine en la habitación de Anouk y entretanto ésta dormiría en el lecho de campaña colocado junto al mío. Anouk había aceptado a Joséphine como acepta tantas cosas, sabía que aquello suponía una pequeña contrariedad para mi hija, ya que esta ha sido la primera habitación propia que tiene, pero le he prometido que no sería por mucho tiempo.
– Se me ocurre una idea -le dije-. Quizá podríamos convertir la buhardilla en una habitación exclusivamente para ti. Pondríamos una escalera para que pudieras subir y una trampilla y podríamos abrir unas ventanas redondas en el tejado. ¿Te gustaría?
Es peligroso recurrir a seducciones engañosas. Presupone que nos quedaremos aquí mucho tiempo.
– ¿Vería las estrellas? -preguntó Anouk con avidez.
– ¡Claro!
– ¡Bien! -exclamó y corrió escaleras arriba para comunicárselo a Pantoufle.
Nos sentamos a la mesa de la exigua cocina. La mesa es una reliquia de los tiempos de la panadería, un mueble macizo de madera de pino desbastado recorrido por las cicatrices que ha dejado en él el cuchillo y veteado por surcos de masa harinosa seca que han adquirido la consistencia del cemento y le han dado un acabado tan suave que parece mármol. Los platos son dispares: uno verde, otro blanco, floreado el de Anouk. También los vasos son todos diferentes: uno alto, otro bajo, otro que todavía ostenta la etiqueta de la Moutarde Amora. Sin embargo, nunca habíamos poseído esta clase de cosas. Antes nos servíamos de cachivaches sacados de hoteles y de cuchillos y tenedores de plástico. Incluso en Niza, donde vivimos más de un año, los accesorios eran prestados, alquilados con la tienda. Esa novedad de la propiedad sigue siendo para nosotras una situación exótica, algo precioso y embriagador. Envidio a la mesa sus cicatrices, las marcas que han dejado en ella los moldes calientes del pan. Envidio esta sensación serena del tiempo y quisiera poder decir: yo hice esto hace cinco años. Yo hice esta marca, dejé este cerco con el café que mojaba la taza, quemé la madera con el cigarrillo, perforé esta hilera de huecos en el áspero grano de la madera. Aquí es donde Anouk grabó sus iniciales el año en que cumplió seis, justo en ese lugar secreto detrás de la pata de la mesa. Fue hace siete veranos, era un día caluroso y trazó las letras con la navaja. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas del verano en que el río quedó seco? ¿Te acuerdas?
Envidio a la mesa esta sensación serena que produce ocupar un puesto. Hace mucho tiempo que está aquí. Este sitio es suyo.
Joséphine me ha ayudado a preparar la cena, una ensalada de judías verdes y tomates aliñada con aceite especiado, aceitunas rojas y negras que compré el jueves en el tenderete del mercado, pan de nueces, albahaca fresca que compré a Narcisse, queso de cabra, vino tinto de Burdeos. Hablamos mientras comemos, aunque no sobre Paul-Marie Muscat. Le hablo, en cambio, de nosotras, de Anouk y de mí, de los lugares que hemos visto las dos, de la chocolaterie de Niza, del tiempo que pasamos en Nueva York después de nacer Anouk, y de épocas anteriores, de París, de Nápoles, de todos los sitios en los que nos detuvimos mi madre y yo convirtiéndolos en residencia temporal a lo largo de nuestra larga huida a través del mundo. Hoy quiero recordar tan sólo las cosas agradables, las cosas divertidas, las buenas. Bastantes ideas tristes flotan ya en el aire. Enciendo una vela blanca en la mesa para ahuyentar los malos augurios y su aroma me parece nostálgico y reconfortante. Recuerdo en honor de Joséphine el pequeño canal de Ourcq, el Panteón, la Place des Artistes, la maravillosa avenida de Unter der Linden, el ferry de Jersey, las pastas vienesas envueltas en papeles calientes que comíamos en plena calle, el muelle de Juan-les-Pins, los bailes callejeros del día de San Pedro. Observo que su rostro ha perdido algo de su expresión concentrada. Le cuento que mi madre vendió un asno a un campesino de un pueblo cerca de Rivoli y que el animal nos siguió y no paró hasta dar con nosotras, ya casi en Milán. Y la anécdota de las floristas de Lisboa, donde abandonamos la ciudad metidas en la furgoneta frigorífica de un florista que nos depositó cuatro horas más tarde, medio congeladas, en los blancos y cálidos muelles de Oporto. Al principio Joséphine sólo sonreía, pero ha acabado riendo a carcajadas. A veces teníamos dinero, mi madre y yo, y Europa estaba entonces llena de sol y de promesas. Esta noche las recuerdo. Me acuerdo del árabe que iba en una blanca limusina y que dio una serenata a mi madre en San Remo y de lo mucho que nos reímos y de lo feliz que era y de cómo vivimos después mucho tiempo del dinero que nos dio.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Chocolat»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Chocolat» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Chocolat» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.