Joanne Harris - Chocolat
Здесь есть возможность читать онлайн «Joanne Harris - Chocolat» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Chocolat
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Chocolat: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Chocolat»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Chocolat — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Chocolat», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No creo que haya buenos y malos cristianos -le digo-, sólo buenas personas y malas personas.
Él asiente con la cabeza mientras ase el bollo redondo entre el índice y el pulgar.
– Es posible.
Un largo silencio. También yo me sirvo chocolate con licor de noisette y virutas de avellana. El olor es tan cálido que marea, como la leña con el sol de otoño. Guillaume se come su religieuse con mesurado deleite y recoge las migas del plato pegándoselas al dedo medio previamente humedecido.
– En tal caso, las cosas en las que he creído toda mi vida… con respecto al pecado y a la redención y a la mortificación del cuerpo… no tienen ningún sentido según usted, ¿verdad?
Sonrío al ver que se lo toma tan en serio.
– Seguro que ha hablado de estas cuestiones con Armande -le digo con amabilidad-. Y diría también que tanto uno como otro tienen perfecto derecho a creer lo que les parezca… si esto les hace felices.
– ¡Oh! -me mira con cautela, como si esperara que de un momento a otro me asomaran unos cuernos-. Y suponiendo que la pregunta sea pertinente, ¿se puede saber en qué cree usted?
En viajes en alfombras mágicas, en la magia rúnica, en Alí Babá y en las visiones de la Santa Madre, en viajes astrales y en la predicción del futuro visto en el poso de un vaso de vino tinto…
«¿Florida? ¿Disneylandia? ¿Los Everglades? ¿Qué me dices, cariño? ¿Qué me dices?»
En Buda. En el viaje de Frodo a Mordor. En la transustanciación del sacramento. En Dorothy y Toto. En el conejo de Pascua. En los alienígenas espaciales. En la Cosa dentro del armario. En la Resurrección y la Vida al dar la vuelta a un naipe… En algún momento de mi vida he creído en todas estas cosas. O he fingido creer en ellas. O he fingido no creer en ellas.
«Lo que a ti te guste, madre. Lo que te haga feliz.»
¿Y ahora? ¿En qué creo ahora?
– Creo que la única cosa importante es ser feliz -he dicho finalmente.
La felicidad. Algo tan simple como un tazón de chocolate o algo tan tortuoso como el corazón. Amargo. Dulce. Vivo.
Por la tarde ha venido Joséphine. Anouk ya había vuelto de la escuela y casi inmediatamente volvió a salir corriendo para ir a jugar a Les Marauds, cuidadosamente embutida en su anorak rojo y con instrucciones precisas de regresar en seguida a casa si se ponía a llover. El aire tiene un olor tan intenso como la madera recién cortada y roza, bajo y taimado, las esquinas de las casas. Joséphine llevaba un abrigo abotonado hasta el cuello, su gorro rojo y un pañuelo rojo nuevo que le golpeaba con furia la cara. Entró en la tienda con actitud segura y desafiante y por un momento la vi radiante, seductora, las mejillas encendidas y los ojos chispeantes debido al azote del viento. Pero la ilusión se desvaneció y volvió a ser la de siempre, las manos hundidas en los bolsillos y la cabeza baja, como si fuera a embestir a un desconocido agresor. Al quitarse el gorro y dejar en libertad sus enmarañados cabellos le vi una roncha fresca y reciente que le cruza la frente de un lado a otro. Parecía asustada y eufórica a la vez.
– Lo he hecho -declaró sin ambages-. Vianne, lo he hecho.
Por un terrible instante tuve la certeza de que iba a confesarme que acababa de asesinar a su marido. Eso parecía por lo menos… por su actitud de salvaje abandono, sus labios contraídos dejando los dientes al descubierto, como si acabase de morder una fruta ácida. El miedo parecía emerger de su cuerpo en oleadas calientes y frías alternativamente.
– He abandonado a Paul -y en seguida volvió a repetir lo de antes-: Al fin lo he hecho.
Sus ojos eran cuchillos. Por primera vez desde que nos conocemos he visto cómo era Joséphine hace diez años, antes de que Paul-Marie Muscat la convirtiera en el ser triste y desgarbado que yo conozco. Estaba muerta de miedo y, sin embargo, debajo de aquella locura había una cordura que helaba el corazón.
– ¿Lo sabe él? -le pregunté, cogiéndole el abrigo, cuyos bolsillos estaban repletos de algo que, he supuesto, no era bisutería.
Joséphine negó con la cabeza.
– Se figura que he salido para ir a comprar a la tienda -me dijo sin aliento-. Nos hemos quedado sin pizzas para el microondas y me ha dicho que comprara algunas -sonrió con cara de niña traviesa-. He cogido algún dinero de la casa -me confesó-. Lo tiene guardado en una caja de galletas debajo del mostrador. Novecientos francos.
Debajo del abrigo llevaba un jersey rojo y una falda negra a tablas. Que yo recordase, era la primera vez que la veía sin sus consabidos pantalones vaqueros. Echó una ojeada al reloj.
– Póngame un chocolat espresso, por favor -me dijo- y déme una bolsa grande de almendras -dejó el dinero sobre la mesa-. Tengo el tiempo justo para coger el autobús.
– ¿El autobús? -le pregunté, desconcertada-. ¿Adónde va?
– A Agen -me miró con decisión y un poco a la defensiva-. Después, no sé. Tal vez vaya a Marsella. Lo más lejos de él que pueda -seguidamente me echó una mirada cargada de desconfianza y de sorpresa-. No vaya a decirme que no debo, Vianne, fue usted quien me empujó. Si usted no me hubiera dado la idea, ni se me habría ocurrido.
– Lo sé, pero…
Sus palabras me sonaron a acusación.
– Usted me dijo que yo era libre.
Era verdad. Libre de correr, libre de emprender el vuelo movida por las palabras de casi una desconocida, libre de cortar las amarras y de salir despedida como un globo desatado a merced de vientos cambiantes. El miedo se había convertido de pronto en helada certidumbre dentro de mi corazón. ¿Era ése el precio que debía pagar para poder quedarme? ¿Hacer que se fuera ella en mi lugar? ¿Qué alternativa le había ofrecido en realidad?
– Pero usted disponía de seguridad aquí.
En su rostro veía el rostro de madre, y apenas pude pronunciar las palabras. Renunciar a la seguridad a cambio de un poco de conocimiento, de atisbar el océano. Y después… ¿qué? El viento nos devuelve siempre al pie de la misma pared. Un taxi de Nueva York. Un callejón oscuro. La dura escarcha.
– Pero no se puede huir de todo -le dije-. Lo sé porque yo lo intenté.
– De acuerdo, pero tampoco puedo quedarme en Lansquenet -me respondió y en aquel momento me di cuenta de que estaba al borde de las lágrimas-. No puedo quedarme con él. Ya no.
– Me acuerdo de cuando vivíamos de esa manera. Siempre de aquí para allá. Huyendo siempre.
También ella tiene su Hombre Negro. Lo veo en sus ojos. Es un hombre con una voz cargada de autoridad a la que no es posible replicar, con una lógica aparatosa que te deja helada, te obliga a obedecer, a tener miedo. Liberarse de ese miedo, escapar corriendo llena de esperanza y de desesperación, correr y descubrir que lo has llevado dentro todo el tiempo, como un niño malvado… Al final mi madre acabó por enterarse. Lo veía en todas las esquinas, en el poso de todos los vasos, le sonreía desde todas las vallas, la miraba desde detrás del volante de coches veloces. Y a cada momento que pasaba lo tenía más cerca.
– Si huye ahora tendrá que huir siempre -le dije con impaciencia-. Quédese conmigo. Quédese y luche conmigo.
Joséphine me miró.
– ¿Con usted? -su sorpresa rayaba en lo cómico.
– ¿Por qué no? Tengo una habitación sobrante, una cama de campaña… -ya había empezado a mover la cabeza en un gesto negativo y tuve que reprimir el impulso de aferrarme a ella, de obligarla a quedarse. Estaba convencida de que podía conseguirlo-. Sólo un tiempo, hasta que encuentre otro sitio, hasta que encuentre trabajo.
Se echó a reír, tensa, una risa histérica.
– ¿Trabajo? ¿Qué sé hacer? Aparte de limpiar… y de cocinar… y de vaciar ceniceros y… de servir pintas de cerveza y de cavar el jardín y de joder con mi… marido cada viernes por la noche…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Chocolat»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Chocolat» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Chocolat» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.