Rosamunde Pilcher - Días De Tormenta

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Instalada en Londres, donde lleva una vida ordenada y solitaria, Rebecca tiene que viajar imprevistamente para acompañar a su madre, la que al sentirse al borde de la muerte le revela secretos familiares que la conmueven. Movida por una intensa curiosidad, Rebecca se traslada a la mansión de campo de su abuelo para intentar completar el difuso cuadro familiar. Esos días de viento y lluvia se convierten en una experiencia memorable, que determinará su futuro.

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– De Sophia.

– ¿Qué hay de Sophia?

– Grenville me dio la llave del estudio para que eligiera un cuadro y me lo llevara a Londres. Vi un retrato de Sophia. Uno de verdad, con la cara totalmente visible. Eliot apareció en aquel punto y también lo vio.

Se produjo un largo silencio. Miré a Joss, pero su perfil era de piedra, concentrado en el camino.

– Entiendo -dijo por fin.

– Es igual que tú; o tú eres igual que ella.

– Es natural, era mi abuela.

– Sí, eso pensé.

– ¿Así que el retrato estaba en el estudio?

– ¿Fue… fue por eso por lo que viniste a vivir a Porthkerris?

– Grenville y mi padre lo decidieron así. Grenville puso la mitad del capital para abrir la tienda.

– ¿Tu padre…?

– Ya lo conoces. Tristram Nolan Gardner. Tiene una tienda de antigüedades en New Kings Road. Le compraste un par de sillas de respaldo acolchado, ¿recuerdas?

– Y tu padre supo por el cheque que le extendí que yo me llamaba Rebecca Bayliss.

– Exacto. Y se puso a hablar contigo y averiguó que eras la nieta de Grenville Bayliss. Y también que ibas a coger el tren de Cornualles el lunes pasado.

– Entonces te llamó por teléfono y te dijo que fueras a la estación.

– Exacto.

– Pero, ¿por qué?

– Porque creyó que era su deber. Porque le pareciste desconcertada e indefensa. Porque quería que no te perdiera de vista.

– Todavía no lo entiendo.

– ¿Puedo decirte una cosa? -dijo Joss-. Te quiero un montón.

– ¿Porque soy tonta?

– No. Porque eres maravillosamente inocente. Sophia no sólo era la modelo de Grenville. También era su amante. Mi padre nació al comienzo de sus relaciones, mucho antes de que naciese tu madre. Sophia se casó después con un viejo amigo de la infancia, pero no tuvo más hijos.

– ¿De modo que Tristram…?

– Tristram es hijo de Grenville. Y Grenville es mi abuelo. Y voy a casarme con mi prima.

– Pettifer me dijo que Sophia no significaba nada para Grenville. Que sólo era una joven que había trabajado para él.

– Pettifer juraría que lo negro es blanco con tal de proteger a Grenville.

– Sí, supongo que sí. Pero a Grenville se le escapó una indiscreción mientras discutía con Eliot. Tú no eres mi único nieto, dijo.

– ¿Grenville dijo eso?

– Sí. Y Eliot creyó que se refería a mí.

Habíamos llegado a la cima de la colina. Las luces de la ciudad habían quedado atrás. Delante, más allá de las tortuosas siluetas de la urbanización de Ernest Padlow, se extendía la oscura línea de la costa jalonada por las débiles luces de las casas de labor. Y más allá, la negra inmensidad del mar.

– No recuerdo que me hayas pedido que me casara contigo -dije.

La furgoneta daba bandazos mientras proseguía el camino hacia Boscarva.

– No soy muy hábil para pedir cosas -dijo Joss. Apartó la mano del volante y la apoyó en la mía-. Normalmente, las anuncio.

Al igual que la primera vez, fue Pettifer quien vino a nuestro encuentro. Tan pronto como Joss apagó el motor de la furgoneta, se encendió la luz del vestíbulo y Pettifer abrió la puerta, como si hubiera sabido por instinto que estábamos en camino.

Vio a Joss abrir la puerta del vehículo y salir con evidente dificultad. Y al verle la cara…

– Dios mío, ¿qué te ha pasado?

– Un contraste de pareceres con nuestro viejo amigo Morris Tatcombe. No tendría este aspecto si Morris no hubiera estado con tres compinches.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí, fabuloso. Ningún hueso roto. Vamos dentro.

Entramos y Pettifer cerró la puerta.

– Me alegra verte, Joss, de verdad. Hemos tenido un buen lío aquí, ya lo creo.

– ¿Cómo está Grenville?

– Está bien, levantado, en el salón, esperando a Rebecca.

– ¿Y Eliot?

Pettifer miró a Joss y luego a mí.

– Se ha ido.

– Será mejor que nos lo cuentes todo desde el principio -dijo Joss.

Terminamos en la cocina, alrededor de la mesa.

– Después de irse Rebecca, Eliot fue al estudio y regresó con el retrato de Sophia. El que habíamos estado buscando, Joss. El que no habíamos podido encontrar.

– No entiendo -dije. Joss me lo explicó.

– Pettifer era el único que sabía que Sophia era mi abuela. Nadie más. Fue hace tanto tiempo que nadie se acordaba de ella. Grenville quería que todo quedara así.

– Pero, ¿por qué había un único cuadro del rostro de Sophia? Grenville debió de pintar docenas. ¿Qué pasó con ellos?

Hubo una pausa durante la cual Pettifer y Joss se miraron. Entonces Pettifer prosiguió la explicación con mucho tacto.

– Fue por la anciana señora Bayliss. Estaba celosa de Sophia… no porque hubiera adivinado la verdad, sino porque Sophia formaba parte de la otra vida del Capitán, la vida que la señora Bayliss odiaba.

– Te refieres a su vocación por la pintura.

– Nunca tuvo ningún trato con Sophia y se limitaba a saludarla con frialdad si por casualidad se cruzaba con ella en Porthkerris. El Capitán lo sabía y no quería ofenderla, así que vendió y regaló todos los cuadros de Sophia… menos el que usted encontró. Sabíamos que tenía que estar en alguna parte. Joss y yo estuvimos un día entero buscándolo, pero no apareció.

– ¿Qué habríais hecho con él si lo hubierais encontrado?

– Nada. Sólo queríamos que no lo viera nadie más.

– No entiendo por qué era tan importante.

– Grenville no quería que nadie supiera lo que había sucedido entre él y Sophia -dijo Joss-. No es que se avergonzara de ello. La había amado mucho. Y cuando fallezca, el secreto dejará de tener importancia. Pero es orgulloso y siempre ha vivido de acuerdo con determinadas reglas. Quizá nos parezcan muy anticuadas, pero son sus reglas. ¿Lo entiendes?

– Sí, creo que sí.

– Los jóvenes de hoy hablan de liberación y de tolerancia como si ellos hubieran inventado tales ideas -dijo Pettifer con seriedad-. Pero no es nada nuevo. Siempre ha sido así, sólo que en la época del Capitán se hacía con un poco más de discreción.

Aceptamos el hecho con humildad.

– Parece -dijo Joss- que nos hemos salido por la tangente. Pettifer nos estaba hablando de Eliot.

– Es verdad -dijo Pettifer-. Bueno, pues Eliot entró en el salón como una tromba. Yo iba detrás de él. Fue directamente a la chimenea y puso el cuadro en alto, junto al otro. El Capitán no dijo una palabra. Se limitaba a mirarle. Y Eliot dijo: ¿Qué tiene que ver con Joss Gardner?. Y el Capitán se lo dijo. Se lo contó todo. Muy tranquilo y lleno de dignidad. Y la señora Roger también estaba allí. Casi le dio un ataque. Dijo que el Capitán había estado engañándolos durante todos estos años por permitir que Eliot creyera que era su único nieto y que heredaría Boscarva cuando el Capitán muriese. El Capitán respondió que él jamás había dicho nada por el estilo, que sólo habían sido conjeturas y que habían vendido la piel del oso antes de matarlo. Entonces le preguntó Eliot con mucha frialdad: ¿Podrías decirnos de una vez cuáles son tus planes?, pero el Capitán dijo que sus planes eran asunto suyo. ¡Y tenía razón!

Pettifer acompañó esta breve defensa con un puñetazo en la mesa de la cocina.

– ¿Y Eliot?

– Eliot dijo que, en ese caso, iba a desentenderse de todos nosotros, refiriéndose a la familia, por supuesto. Dijo que él tenía sus propios planes y que daba gracias al cielo por poder deshacerse de nosotros. Cogió unos papeles y una carpeta, se puso el abrigo, silbó a su perro y salió de la casa con un portazo. Oímos que se alejaba el coche y desde entonces no ha vuelto.

– ¿Adonde iría?

– A High Cross, supongo.

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