Rosamunde Pilcher - Días De Tormenta

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Instalada en Londres, donde lleva una vida ordenada y solitaria, Rebecca tiene que viajar imprevistamente para acompañar a su madre, la que al sentirse al borde de la muerte le revela secretos familiares que la conmueven. Movida por una intensa curiosidad, Rebecca se traslada a la mansión de campo de su abuelo para intentar completar el difuso cuadro familiar. Esos días de viento y lluvia se convierten en una experiencia memorable, que determinará su futuro.

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– Puede que estuviera borracho -dijo Eliot.

– Sí. Quizás. Borracho y violento.

Ni Grenville ni yo dijimos nada. Fue como si hubiésemos pactado guardar silencio al respecto, lo cual tampoco significaba que yo hubiera perdonado a Joss por lo que sí había hecho. Tal vez más tarde, cuando Grenville hubiera hablado con él, saldría a la luz toda la verdad. Para entonces, era probable que yo ya estuviera en Londres.

Y si todavía estaba allí… Comí despacio un racimo de uvas. Aquélla podía ser mi última cena en Boscarva. En realidad no sabía si quería que lo fuera o no. Había llegado a una encrucijada y no sabía qué camino tomar, pero iba a tener que decidirme pronto. Eliot había hablado de compromiso y lo que me había dicho no parecía muy atractivo. Pero después de lo ocurrido aquella noche, cada palabra tenía un contenido bien fundado, lógico y realista, con los pies en el suelo.

Naciste para tener mando, hijos y una casa,

Cogí la copa de vino y, al levantar la vista, vi que Eliot me observaba desde el otro lado de la mesa. Sonrió, como si fuéramos cómplices. Su rostro no sólo expresaba confianza sino también triunfo. Tal vez, mientras yo pensaba que probablemente terminara casándome con él, él ya estaba seguro de que lo haría.

Estábamos otra vez en el salón, sentados alrededor del fuego y terminando el café, cuando se puso a sonar el teléfono. Pensé que contestaría Eliot, pero estaba apoltronado en un sillón, con su periódico y su bebida, y tardó tanto en levantarse que no tuvo más remedio que contestar Pettifer. Oímos que se abría la puerta de la cocina y que sus viejas piernas cruzaban el vestíbulo a paso lento. Los timbrazos dejaron de oírse. No sé por qué, eché un vistazo al reloj que estaba sobre la chimenea. Eran casi las diez menos cuarto.

Esperamos. Se abrió la puerta y Pettifer asomó la cabeza. Sus gafas reflejaron la luz de la lámpara.

– ¿Quién es, Pettifer? -preguntó Mollie.

– Es para Rebecca -dijo Pettifer.

– ¿Para mí? -dije con sorpresa.

– ¿Quién puede llamarte a estas horas? -dijo Eliot.

– No tengo ni idea.

Me levanté y salí de la habitación. Quizás fuera Maggie, para decirme algo sobre el piso. Quizás fuera Stephen Forbes, para saber cuándo volvería al trabajo. Me sentía culpable porque habría tenido que llamarle para decirle lo que hacía y cuándo planeaba volver a Londres.

Me senté en el baúl que había en el vestíbulo y cogí el auricular.

– ¿Diga?

Una voz débil, como la de un ratón, comenzó a hablar en mi oído. Parecía muy lejana.

– Señorita Bayliss, verá, es que pasamos por allí y lo vimos tendido en el suelo… Mi marido dijo… bueno, le ayudaremos a subir las escaleras de su casa… No sabíamos qué le había ocurrido. Estaba cubierto de sangre y apenas podía hablar. Quisimos llamar al médico… pero no nos dejó… me da miedo que esté allí solo… alguien debería quedarse con él… dijo que se recuperaría…

Reaccioné con una lentitud asombrosa, porque tardé un rato en darme cuenta de que quien hablaba era la señora Kernow y de que me llamaba desde la cabina que había al final de Fish Lane para decirme que algo le había sucedido a Joss.

Capítulo 12

Estaba sorprendida y satisfecha a la vez por la tranquilidad casi absoluta que me dominó en aquel puno. Era como si ya me hubiese preparado para aquella misión, como si ya me hubieran dado instrucciones sobre lo que tenía que hacer. No hubo dudas y en consecuencia tampoco vacilaciones. Tenía que ir con Joss. Así de sencillo.

Subí a mi habitación y cogí el abrigo, me lo puse, me lo abroché y bajé otra vez. La llave del coche de Mollie estaba donde yo la había dejado, en la bandeja le bronce que había en la mesa del vestíbulo.

La cogí y en aquel momento se abrió la puerta del salón. Eliot avanzó hacia mí, pero ni por un momento se me ocurrió que quisiera detenerme. Ni por un momento se me ocurrió que nada ni nadie pudiera impedirme lo que iba a hacer.

Me vio envuelta en el viejo abrigo de cuero.

– ¿Adonde vas?

– Fuera.

– ¿Quién llamaba?

– La señora Kernow.

– ¿Qué quería?

– Joss está herido. El señor y la señora Kernow volvían de casa de la hermana de ella por la avenida leí puerto. Y se lo encontraron caído en el suelo.

– ¿Y? -Su voz era fría y serena. Creí que me intimidaría, pero no fue así.

– Voy a pedirle el coche a tu madre para ir a verle.

Se le crispó la cara y se le acentuaron los huesos a causa de la tirantez de la piel.

– ¿Te has vuelto loca?

– No lo creo.

No dijo nada. Me guardé la llave en el bolsillo y me dirigí a la puerta, pero Eliot fue más rápido que yo y de dos zancadas se puso frente a mí, de espaldas a la puerta y con la mano sobre el tirador.

– No irás -dijo con calma-. No pensarás que voy a dejarte, ¿verdad?

– Está herido, Eliot.

– ¿Y qué? Ya has visto lo que le ha hecho a Andrea. Es un sinvergüenza. Tú sabes que es un sinvergüenza. Su abuela era una puta irlandesa, quién fue su padre no lo sabe nadie y él es un mujeriego despreciable.

Aquellas palabras, dichas con ánimo de impresionarme, me pasaron rozando sin alcanzarme. Mi indiferencia le enfureció.

– ¿Por qué quieres ir a verle? ¿En qué podrías ayudarle? No te va a dar las gracias por meterte en esto, si es agradecimiento lo que buscas. Déjalo en paz, no forma parte de tu vida, no significa nada para ti.

Me quedé mirándole, pero nada de lo que decía tenía sentido para mí. Y así, de repente, supe que todo había terminado, la incertidumbre y la indecisión; y me sentí ligera, como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Todavía estaba en la encrucijada. Mi vida estaba llena de confusión. Pero una cosa tenía bien clara: nunca me casaría con Eliot.

Un compromiso, había dicho. Pero habría sido un paso contraproducente para mí. Sí, era un hombre débil y no parecía muy brillante profesionalmente. Había descubierto esos defectos en su personalidad y estaba dispuesta a aceptarlos. Pero la acogida que me había dispensado, su hospitalidad y aquel encanto que podía manifestar y esconder como si pudiera manipularlo mediante un interruptor, no me habían dejado ver su resentimiento y la violencia alarmante de sus celos.

– Déjame pasar -dije.

– Supongamos que no te dejo ir. Supongamos que te retengo. -Me puso las manos en las sienes y apretó con tanta fuerza que creí que me iba a aplastar la cabeza-. Supongamos que te digo que te quiero.

Ya estaba harta de él.

– Tú no quieres a nadie. Sólo a Eliot Bayliss. No hay lugar para nadie más en tu vida.

– Creí que habíamos quedado en que eras tú la que no sabía amar.

El apretón se hizo más fuerte. Mi cabeza comenzó a latir con violencia y cerré los ojos para resistir el dolor.

– Cuando ame… -le dije con los dientes apretados- no será a ti.

– Bueno, entonces vete… -Me soltó con tanta brusquedad que casi perdí el equilibrio. Giró el tirador y abrió la puerta con violencia. El viento entró con furia en la casa, como un monstruo que hubiera esperado toda la noche para invadirla. En el exterior me aguardaban la oscuridad y la lluvia. Sin más palabras y sin detenerme a mirar a Eliot, pasé corriendo delante de él y salí a la noche tormentosa come quien entra en un santuario.

Todavía tenía que llegar al garaje, forcejear con las puertas en la oscuridad y encontrar el coche de Mollie. Estaba convencida de que Eliot me acechaba amenazador como un fantasma, esperando para saltar sobre mí, para sujetarme, para impedir que me fuera. Cerré la portezuela del coche y me temblaba tanto la mano que apenas pude introducir la llave en el contacto. La primera vez que la giré, el motor no si puso en marcha. Me oí gimotear mientras tiraba de estárter y lo intentaba otra vez. Esta vez arrancó. Metí la primera y salí como una flecha a través de la lluvia y la oscuridad, subí el camino encharcado levantan do una lluvia de grava y salí a la carretera.

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