Alberto Vázquez Figueroa - Delfines

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vázquez Figueroa - Delfines» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Delfines: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Delfines»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Esta es una de las novelas más apasionantes de Vázquez-Figueroa. Ambientada en el mundo submarino, narra una historia sorprendente que, como han demostrado los acontecimientos, adquiere súbita vigencia hoy en día y se convierte en un nuevo vaticinio acertado de un autor que, como pocos, ha sabido prever el futuro en muchos de sus libros. En este caso se trata del turbio mundo de los traficantes de droga, quienes, acosados por las autoridades, se procuran medios cada vez más insólitos como la utilización de submarinos. Naturalmente, estos siniestros mercaderes de la muerte no tienen en cuenta las terribles consecuencias que ello depara en el comportamiento de los delfines…

Delfines — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Delfines», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Permaneció así, muy quieto y como muerto, hasta que un diminuto teléfono inalámbrico le sacó de su ensueño para anunciar tímidamente:

— Dos caballeros desean verle.

— He dicho que no estoy para nadie.

— Son de la Policía.

El corazón de Paulo Duncan dio un vuelco y por unos instantes tuvo la impresión de que la piscina se resquebrajaba y toneladas de agua le caían encima desde la cima del acantilado. A punto estuvo de negar su presencia o pedirles que volvieran cuando hubiese tenido tiempo de hacer venir a su abogado, pero tras reflexionar fríamente llegó a la conclusión de que lo mejor sería aparentar que no tenía nada que temer, por lo que, procurando que su voz sonara lo más tranquila posible, replicó secamente:

— ¡Está bien! Hágales pasar.

Chasqueó los dedos para llamar la atención de la diminuta rubia que dormitaba en una hamaca vecina, y cuando ésta abrió los ojos y le lanzó una inquisitiva mirada, le hizo un inequívoco gesto para que se marchara.

La rubita, una adolescente con aire de viciosa que alguien había traído no sabía de dónde pero que había demostrado ser dueña de la boca más ávida y experta del continente, se puso en pie con desgana, para alejarse hacia la enorme mansión sin preocuparse por cubrir su total desnudez, pero limitándose a sacarle la lengua con descaro a los dos hombres que se cruzaron con ella en el sendero.

Paulo Duncan ni siquiera se irguió o extendió la mano al recibirles, limitándose a indicar con un ademán de la cabeza la hamaca que la descarada chiquilla había dejado libre.

— ¡Buenos días! — masculló de mala gana—. ¿En qué puedo servirles?

Uno de ellos, un negro casi esquelético que vestía un traje «milrayas» del que le sobraban ochocientas, se limitó a volver levemente la solapa de su chaqueta y musitar:

— Comisario Simoes. El señor es el comisario Barrantes, de Bogotá. ¿Le importaría responder a unas preguntas?

— ¿Qué es lo que desean saber?

— ¿Estuvo usted en Colombia hace dos meses?

— ¿Acaso es un delito?

El negro, que había tomado asiento en el lugar indicado mientras su compañero prefería mantenerse en pie, pareció hacer un gran esfuerzo para no dar muestras de irritación o impaciencia, y por último, con sorprendente calma, señaló:

— Le advierto, señor Duncan, que éste es un asunto muy serio. — Abrió un chicle y se lo echó a la boca—. Si quiere, puede llamar a su abogado, aunque, en mi opinión, cuanto menos trascienda lo que aquí se trate, mejor para todos.

— ¿Por qué?

— Porque al ser una visita «extraoficial» lo que ahora admita no podremos utilizarlo en su contra, y lo que en verdad nos interesa es llegar a algún tipo de acuerdo… ¿Entiende lo que pretendo decirle?

— Más o menos.

— En ese caso comportémonos como gente civilizada. ¿Estuvo o no estuvo en Colombia?

— Estuve.

El hombre que se mantenía en pie, el llamado Barrantes, sacó del bolsillo interior de la chaqueta una fotografía y se la tendió.

— ¿Hizo usted este trabajo?

— Lo dice.

— Lo suponíamos. Es tan perfecto que estuvo a punto de engañarnos, ¿Cuánto le pagaron?

— Un millón de dólares.

El otro dejó escapar un sonoro silbido de admiración.

— ¡Bonita suma! Aunque no cabe duda de que se la ganó. — Hizo una corta pausa y añadió con intención—: ¿Le pagaron lo mismo por el otro?

— ¿Qué otro?

— ¡Vamos, doctor! No se haga el tonto — fue la irónica respuesta—. Usted le puso ésta cara a alguien, no sabemos quién ni nos importa, porque ya está muerto y enterrado. — Se rascó la nariz repetidas veces con extraña fruición—. Pero esta cara pertenecía a Pablo Roldan Santana, y conociéndole, imagino que no permitiría que nadie fuese por el mundo con su cara, a no ser que él ya tuviera otra. ¿Me equivoco?

— Usted se lo dice todo.

— Pero sé de lo que hablo. ¿También le operó a él?

— Nunca podrían probarlo.

— No estamos interesados en probar nada, doctor. — Ahora era el negro brasileño el que había tomado la palabra—. Usted es el mejor cirujano plástico del mundo, con infinidad de amigos influyentes. Nadie pretende perjudicarle. — Se puso en pie y paseó de un lado a otro, para ir a apoyarse en el flamboyán—. Quien en verdad nos interesa es Roldan Santana, puesto que mientras continúe en libertad — y ahora con otra cara— no habrá forma humana de acabar con el narcotráfico.

— Lo supongo. — Duncan se agitó incómodo en su asiento, e inquirió con un leve tono de ofensa en la voz—: Lo que no entiendo es cómo pudieron descubrir que el otro no era él. Hice un trabajo impecable.

— Nadie lo duda — señaló Barrantes—. Pero el error no fue suyo. Alguien le mató y me avisó imaginando que intervendría rápidamente. Pero la cosa era tan grave que pasó a manos del Ejército, que se tomó un tiempo para preparar la operación.

— Y cuando llegaron ya hedía.

— Por lo menos aparecía sospechosamente rígido — fue la aclaración—. Luego caímos en la cuenta de que tiempo atrás, en el asalto al Palacio de Justicia, alguien se había preocupado de incendiar los archivos con todos los datos sobre narcotraficantes, y atamos cabos.

— ¿Y cómo es que pensaron en mí?

— Porque es el mejor, y Pablo Roldan siempre exige lo mejor… — Sonrió con intención—. Y porque es el único de entre los realmente buenos que estuvo ilocalizable hace dos meses.

— ¡Enhorabuena! También ustedes saben su oficio.

— Hacemos lo que podemos. Pero dígame: ¿no le asustó trabajar para gente que no duda en asesinar a miles de personas.

— Tomé mis precauciones.

— ¿Qué clase de precauciones?

— Creo que no resultaría en absoluto «precavido» descubrírselo.

— Desde luego. Pero permítame que le aclare una cosa: la única salida lógica, tanto para usted como para nosotros, es que un canalla que «oficialmente» ya está muerto desaparezca de un modo definitivo. Todo se hará de una forma «pulcra» y sin problemas — añadió—. Ya que nadie tendrá nunca conocimiento de que nos proporcionó los datos que necesitamos…

El comisario Barrantes demostraba ser un hombre inteligente y práctico, pero pese a su astucia y eficacia, lo que ni él mismo, ni el comisario Simoes, ni mucho menos el propio Paulo Duncan podían imaginar, era que apenas una hora más tarde un teléfono sonaría en un lujoso despacho de Bogotá.

— ¿Estás segura? — inquirió una elegante secretaria tras escuchar con atención.

— Completamente — replicó una voz casi infantil al otro lado—. Era Barrantes, lo conozco de sobras.

— ¡Buena chica! Mantenme informada.

Colgó, marcó un número, y cuando reconoció la voz de Guzmán Bocanegra al otro lado, señaló escuetamente:

— Barrantes ha ido a ver a Paulo Duncan.

Guzmán Bocanegra ni parpadeó siquiera, como si hubiera previsto de antemano que algo así podía suceder, y tras dar amablemente las gracias y colgar el auricular, permaneció un largo rato observando fijamente la pared de enfrente, analizando los pros y los contras de las decisiones que se vería obligado a tomar.

Media hora más tarde penetraba en una amplia sala en la que seis chicuelos de entre diecisiete y veinte años se entretenían jugando al billar, al ping-pong o maquinitas electrónicas, en un ambiente alegre, divertido y relajado, que cambió, electrizándose, en el momento mismo en que cruzó el umbral de la puerta.

— ¡Buenos días, muchachos! — saludó con fingido afecto—. ¿Cómo van las cosas?

Como respuesta no obtuvo más que una serie de murmullos que pretendían ser saludos, pese a lo cual los chiquillos abandonaron inmediatamente sus actividades para acudir a agruparse en torno a él como disciplinados granaderos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Delfines»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Delfines» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vázquez-Figueroa - Tuareg
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Centauros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Negreros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Yáiza
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Océano
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratin der Freiheit
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Ikarus
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Viaje al fin del mundo - Galápagos
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Bora Bora
Alberto Vázquez-Figueroa
Отзывы о книге «Delfines»

Обсуждение, отзывы о книге «Delfines» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x