Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses
Здесь есть возможность читать онлайн «Ferdinand Ossendowski - Bestias, Hombres, Dioses» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Bestias, Hombres, Dioses
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Bestias, Hombres, Dioses: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Bestias, Hombres, Dioses»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Bestias, Hombres, Dioses — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Bestias, Hombres, Dioses», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No quiero morir con vosotros y no iré más lejos.
Mi primer impulso fue coger el látigo. Estaba ya cerca de la tierra prometida, la Mongolia, y aquel soyoto, interponiéndose a través de la realización de mis esperanzas, se me figuraba mi peor enemigo. Pero bajé la mano levantada y de improviso concebí una idea desesperada.
– Oye – le dije -, si te mueves del caballo te meteré una bala en la espalda y perecerás, no en lo alto de la montaña sino a su pie. Ahora voy a decirte lo que va a sucedernos. Cuando hayamos llegado a esas rocas de allá arriba, el viento habrá cesado y la tempestad de nieve concluirá- el sol brillará cuando atravesemos la planicie helada de la altura y luego descenderemos a un vallecito donde hay álamos y un riachuelo de agua corriente, al aire libre. Encenderemos fuego y pasaremos la noche.
El soyoto se echó a temblar, asustado.
– ¿ Noyón ha franqueado ya las montañas del Darjat Ola? – me preguntó, asombrado.
– No – le repuse -; pero la noche última he tenido una visión y sé que traspondremos la cuesta sin novedad.
– Os guiaré – exclamó el soyoto.
Y dando un latigazo a su caballo se puso a la cabeza de la columna en la pendiente abrupta que conducía a las cimas de las nieves eternas.
Al marchar junto al borde estrecho de un precipicio, el soyoto se detuvo y examinó la pista con atención.
– Hoy, un gran número de caballos herrados han pasado por aquí – gritó en medio del estruendo de la tormenta -. Han arrastrado un látigo por la nieve. Y no eran soyotos.
Pronto nos dieron la solución al enigma. Sonó una descarga. Uno de mis compañeros lanzó un quejido, llevándose la mano al hombro derecho; uno de los caballos cargados cayó muerto: una bala le había dado detrás de la oreja. Echamos pie a tierra rápidamente, nos escondimos detrás de los peñascos y estudiamos la situación. Nos separaba un pintoresco valle de unos setecientos metros de ancho de una estribación montañosa. Divisamos a unos treinta jinetes en formación de combate, quienes disparaban contra nosotros. Yo tenia prohibido entablar ninguna lucha sin que la iniciativa partiese del lado del adversario; pero habiéndonos atacado, ordené contestarles.
– ¡Tirad a los caballos! – gritó el coronel Ostrosvky.
Luego mandó al tártaro y al soyoto que tumbasen a nuestras bestias. Matamos seis de sus cabalgaduras y debimos de herir a otras; pero no pudimos comprobarlo. Nuestros fusiles daban buena cuenta de los temerarios que asomaban la cabeza por detrás de las rocas. Oímos voces de rabia y las maldiciones de los soldados rojos, cuyo fuego de fusilería era cada vez más nutrido.
De repente vi a nuestro soyoto que a puntapiés levantaba tres de los caballos y que de un salto montaba en uno, llevando de la brida, detrás de él a los otros dos. El tártaro y el calmuco le siguieron. Apunté con mi fusil al soyoto; pero cuando vi al tártaro y al calmuco en sus admirables caballos irle a la zaga, dejé caer el fusil y me tranquilicé. Los rojos hicieron una descarga contra el trío, que, no obstante, consiguió escapar tras las rocas y desaparecer. La fusileria continuo aumentando de intensidad, y yo sabia que hacer. Por nuestra parte, economizábamos las municiones. Acechando al enemigo atentamente, distinguí dos puntos negros sobre la nieve, a espalda de los rojos. Se acercaban con cautela a nuestros enemigos y por último se ocultaron de nuestra vista detrás de unos montoncillos. Cuando reaparecieron se hallaban precisamente en el borde del peñascal a cuyo pie estaban emboscados los rojos. Su presencia en aquel sitio me llenó de alegría. Bruscamente los dos hombres se irguieron y les vi blandir una cosa y arrojarla al valle. Siguieron dos zumbidos atronadores, que los ecos repitieron. En seguida resonó una tercera explosión, que produjo en los rojos un griterío enfurecido y unas desordenadas descargas. Algunos de sus caballos rodaron por la pendiente envueltos entre la nieve, y los soldados, barridos por nuestro fuego, huyeron a toda velocidad, buscando refugio en el valle del que veníamos.
Más tarde el tártaro me explicó cómo el soyoto le había propuesto llevarle a una posición a retaguardia de los rojos para atacarlos por detrás con granadas de mano. Cuando hube curado el hombro herido del oficial y quitamos la carga de nuestro caballo muerto, proseguimos la marcha. Nuestra situación era delicada. No cabía duda de que el destacamento rojo procedía de la Mongolia. Por tanto, en Mongolia había comunistas. ¿Cuántos serian? ¿Dónde nos expondríamos a encontrarlos? La Mongolia no era, pues, la tierra prometida. Tristes pensamientos nos invadieron.
La naturaleza se mostró más clemente. El viento cedió poco a poco. Se aplacó la tormenta. El sol rasgó cada vez más el velo de las nubes. Caminábamos por una elevada meseta revestida de nieve, que a trechos apelotonaba el viento y que en otros sitios formaba montones que estorbaban a nuestros caballos y les impedían avanzar. Tuvimos precisión de echar pie a tierra y de abrirnos paso entre la nieve hacinada, que nos llegaba hasta la cintura; con frecuencia caía un hombre o un caballo y había que ayudarle a levantarse. Al cabo iniciamos el descenso, y al ponerse el sol hicimos alto en el bosquecillo de álamos blancos, pasamos la noche junto a las hogueras que encendimos entre los árboles y tomamos té, que hervimos en el agua proporcionada por el murmurador arroyuelo. En varios sitios descubrimos las huellas de nuestros recientes adversarios.
Todo, la misma Naturaleza y los demonios enojados del Dajart Ola, nos habían ayudado; pero estábamos tristes porque de nuevo sentíamos frente a nosotros la terrible incertidumbre que nos amenazaba con próximos y aterradores peligros.
CAPITULO XIV
Dejamos a nuestra espalda el bosque de Ulan Taiga y los montes Darjat Ola. Avanzábamos con celeridad porque las llanuras mongolas empezaban allí y carecen de obstáculos montañosos. En ciertos sitios había macizos de árboles. Cruzamos algunos torrentes rápidos, pero sin profundidad y fáciles de vadear. Después de dos días de viaje a través de la llanura de Darjat comenzamos a encontrar soyotos que conducían sus rebaños a toda prisa hacia el Nordeste, a la región de Orgarja Ola. Nos comunicaron desagradables noticias para nosotros.
Los bolcheviques del distrito de Irkutsk habían atravesado la frontera de Mongolia, capturando la colonia rusa de Jatyl, en la orilla meridional del lago Kosogol, y se dirigían al Sur, hacia Muren Kure, colonia rusa situada cerca de un gran monasterio lamaísta, a ochenta y dos kilómetros al sur del lago. Los mongoles nos dijeron que aún no había tropas rusas entre Jatyl y Muren Kure, por lo que decidimos pasar entre esos dos puntos para llegar a Van Kure, más al Este. Nos despedimos de nuestro guía soyoto, y luego de haber hecho una exploración previa, emprendimos la marcha. Desde lo alto de las montañas que rodean el lago Kosogol, admiramos el esplendido panorama de aquel vasto lago alpino, engastado como un zafiro en el oro viejo de las colinas circundantes, realzado con sombríos y frondosos bosques. A la tarde nos aproximamos a Jatyl con grandes precauciones y nos detuvimos a orillas del río que corre descendiendo del Kosogol, el Jaga o Egéngel. Hallamos un mongol que consintió en llevarnos al otro lado del río helado por un camino seguro entre Jatyl y Muren Kure. Por doquiera, a lo largo de las riberas, había grandes obos y altarcitos dedicados a los demonios del río.
– ¿Por qué hay tantos obos ? – preguntamos al mongol.
– Es el río del diablo, peligroso y traicionero – replicó este -. Hace dos días una fila de carretas resquebrajó el hielo y tres de ellas se hundieron con cinco soldados.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Bestias, Hombres, Dioses»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Bestias, Hombres, Dioses» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Bestias, Hombres, Dioses» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.