Jorge Molist - Los muros de Jericó

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El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estratégico mayor que el de ejércitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compañera de trabajo que le introduce en un movimiento filosófico-religioso continuador de los cátaros medievales. A partir de entonces, se verá arrastrado a una aventura en la que poder, seducción, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin último.

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El restaurante era un lugar con encanto; la comida y el vino estaban francamente bien, y a Jaime el humor le mejoraba conforme comían. Karen escuchaba muy atenta su relato y de cuando en cuando le interrumpía con una pregunta.

– Estos recuerdos inician un ciclo; tenemos el privilegio de revivir las enseñanzas de nuestras experiencias pasadas -le explicó cuando él terminó su relato-. Hay algunas lecciones ya aprendidas, que están incorporadas en nuestro subconsciente. Por desgracia hay experiencias no superadas o vicios que arrastramos a otras vidas, y así vamos de equivocación en equivocación hasta que aprendemos. Éste es el proceso que nos acerca cada vez más a píos. ¿Te fijaste en el tapiz?

– ¿Cómo no me iba a fijar? Es fascinante.

– Es una pieza auténtica del siglo XIII, bordada por la propia Corba de Landa y Perelha y sus damas cátaras, aunque el dibujo, quizá el modelo, es del siglo XII. Expertos en arte románico lo atribuyen a un misterioso artista desconocido, un verdadero Picasso del siglo XII. Le llaman El Maestro de Taüll. A pesar de lo poco que ha llegado a nosotros de lo que él pintó, es evidente que fue un genio.

»Los cátaros rechazaban el culto a las imágenes, y por eso, y porque la Inquisición quemó todo lo que encontró de ellos, ese tapiz es único. Lo usaban para enseñar conceptos elementales a los niños y a los no iniciados; traza algunos elementos básicos de la fe de los cátaros de aquel tiempo. Es parte del legendario tesoro que se salvó de Montsegur, el original Montsegur; un pequeño pueblo fortificado, refugio de los últimos cátaros, que resistió la Inquisición. -A Karen le brillaban los ojos y sus palabras denotaban pasión-. Con el tapiz y varios libros que contenían la verdadera fe cátara, unos pocos creyentes escaparon por los caminos secretos de la montaña antes de que el pueblo cayera en manos de nuestros enemigos. Durante varios siglos estas enseñanzas y creencias se han mantenido en secreto para evitar persecuciones, transmitiéndose la fe en grupos muy reducidos.

– ¿Cómo llegó el auténtico tapiz a América? -La buena comida había mitigado el espíritu crítico de Jaime, pero no del todo-. ¿No será una imitación o un engaño moderno?

– Al tapiz se le ha hecho la prueba del carbono y, en efecto, data de los siglos XII o XIII. Ancestros de Peter Dubois lo trajeron de Francia con la esperanza de poder extender la fe con más libertad en el Nuevo Mundo. Hace pocos años que el catarismo salió de sus círculos secretos, aunque las cuestiones más complejas se reservan sólo para los iniciados, los que tienen el privilegio de haber revivido vidas pasadas.

– ¿Qué significa la gran herradura en el centro del tapiz?

– Es el símbolo de la reencarnación para los cátaros. Ahora, con la moda de la espiritualidad oriental, la idea empieza a ser aceptada, pero en Europa, hace ocho siglos, ellos ya creían en ella.

– Sería por eso por lo que los quemaban -repuso Jaime con una sonrisa cínica.

– Por eso y porque con sus creencias atacaban a la Iglesia católica, que vivía en la opulencia y acaparaba todo tipo de bienes materiales, dando ejemplo de todo menos de pobreza y castidad. Se expandían muy rápido, y el Papa temía perder su poder temporal y las ricas donaciones que los nobles le ofrecían a cambio de salvar sus almas. Por ello, con la ayuda de la nobleza del norte, en especial la francesa, el Papa organizó una Cruzada contra los cátaros e inventó la Inquisición para acabar con su fe. Pero no debo contarte más; eres tú el que debe recordarlo.

– Me dijiste que tú también habías recordado, ¿verdad?

– Sí. Yo también he recordado.

– Pues es tu turno de contar -la emplazó Jaime expectante-. ¿Viviste en el mismo tiempo que Pedro II el Católico? ¿Lo conociste?

– Te contaré mi experiencia -concedió Karen-, pero te aviso que voy a omitir algo por el momento; es parte de mi obligación.

– De acuerdo, adelante -aceptó él, impaciente.

– Yo he experimentado varias veces a una dama cátara que vivió el asedio de Montsegur. ¿Te acuerdas de la noche que me desperté con una pesadilla y tú me consolaste?

– Claro, fue la primera noche que dormimos juntos. ¿Cómo no iba a acordarme?

– Bien, pues no fue exactamente una pesadilla lo que me despertó.

– ¿Qué era?

– Un recuerdo. Y muy angustioso.

– ¿Cómo que un recuerdo? -se extrañó Jaime-. No estabas en la ceremonia del tapiz.

– El tapiz, la bebida del cáliz, las oraciones del Buen Hombre y el resto del ceremonial son sólo instrumentos para ayudarte a evocar y a veces no sirven para nada. La experiencia es tuya y sale de tu interior. Una vez que tu conciencia está activada, puede ocurrir que rememores por ti mismo, continuando un recuerdo anterior inacabado.

– ¿Y qué recordabas aquella noche?

– Como te he dicho, era una situación angustiosa. Yo era una dama cátara encerrada en el pueblo de Montsegur, sitiado por los franceses y la Inquisición.

– ¿Y qué pasaba?

– No lo sé, Jaime. Eso es lo que yo necesito saber -repuso Karen con gesto triste-. En realidad esa evocación se ha convertido en una pesadilla para mí. Me despierto muchas noches con el mismo recuerdo y siempre se interrumpe en el mismo instante. Estoy bloqueada, no consigo avanzar. Es como si necesitara algo más para terminar con la experiencia y así poder cerrar el ciclo.

– Pero ¿qué ves?

– Estoy en una plazoleta del pequeño pueblo sitiado, en una noche helada. Voy andando en silencio sola, y de repente aparece una figura blanca, un espectro, un fantasma, que me aterroriza. Me sobresalto y me angustio. Y aquí se corta la experiencia, que se repite una y otra vez sin que pueda avanzar.

– ¿Y no te ayuda Dubois? -inquirió Jaime, preocupado.

– Sí, hemos seguido varias veces el mismo ceremonial de hoy con el propósito de continuar mi remembranza. Sin ningún resultado. Dicen que no debo de estar aún preparada. Que terminará viniendo a mí.

– No has respondido a mi pregunta. ¿Me conociste en tu vida anterior?

– No he respondido porque no te puedo contestar, Jaime. -Karen le miraba fijamente a los ojos con los suyos intensamente azules-. Debes explorar en tus recuerdos. Tú eres quien debe decir si me encuentras allí y quién soy. -Karen le dirigió una de sus luminosas sonrisas-. Si me reconoces y resulta que nuestras experiencias coinciden, y que yo era importante para ti, y tú para mí, sería fabuloso, ¿no crees?

– Sí, creo -repuso Jaime pensativo.

34

La magia que les arropaba en el restaurante se desvaneció a la salida, y al subir al Mazda convertible de Karen Jaime se sentía crítico y enojado de nuevo. ¿Por qué le habían concedido, precisamente a él, el privilegio de rememorar su vida pasada siendo sólo un recién llegado al grupo? ¿Qué deseaban obtener los cátaros reclutándole? ¿Cuál era el papel de Karen en la trama? Demasiadas preguntas, demasiados misterios. Los cátaros lo envolvían en una sutil tela de araña, y Karen le ocultaba información. ¿Por qué tenía que soportar aquella ridiculez de las gafas ciegas?

– Karen, llévame a mi casa, por favor.

– ¿A tu casa?

– Sí, a mi casa. Deseo estar solo.

– Pero, Jaime, yo había hecho planes para salir a cenar y pasar la noche juntos.

– No, Karen. Lo siento. Otro día será. Hoy necesito estar solo y pensar.

– Creo que lo que necesitas es hablar conmigo -repuso ella con una sonrisa y un guiño-. Venga, hombre, te voy a tratar muy bien.

– Lo siento, no insistas. -Jaime intentaba controlar su irritación, pero no podía evitar un tono cortante-. Déjame en casa.

– Como quieras, pero te recuerdo que tu coche está en la mía.

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