Jorge Molist - Los muros de Jericó

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El mayor grupo de comunicaciones de nuestro tiempo posee para el gobierno de los Estados Unidos un valor estratégico mayor que el de ejércitos o flotas. Jaime, ejecutivo del grupo, un hombre que se debate entre los que fueron ideales de juventud y su actual estatus social aburrido y estable, conoce a Karen, una seductora y atractiva compañera de trabajo que le introduce en un movimiento filosófico-religioso continuador de los cátaros medievales. A partir de entonces, se verá arrastrado a una aventura en la que poder, seducción, amor y muerte se aglutinan en una trama en la que el control del grupo parece ser el fin último.

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Hizo un gesto para incorporarse pero sintió que le fallaban las fuerzas y, dejándose caer de nuevo, cerró los ojos. Aún veía la sangre y los dientes de Miguel. Cesando en su rezo, Dubois apartó las manos de su cabeza, y Jaime experimentó una sensación de frío en el lugar donde éstas habían descansado.

– Jaime, ¿te encuentras bien? -Era Karen, que le acariciaba la mano con ternura.

Tardó en responder:

– Sí. -Abrió los ojos y al fin consiguió incorporarse.

– Lo ha vivido, ¿verdad? -le interrogaba Kepler, y Jaime se sorprendió de que aún continuara a su lado-. Ha viajado realmente a su pasado del siglo XIII, ¿cierto?

– ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede saber lo que he vivido?

– Fácil, amigo -Respondió Kepler con lentitud-. Porque es lo que estábamos esperando. ¿O he de llamarle don Pedro? Además, usted ha gritado, dándonos órdenes. No le he entendido mucho, pero con toda seguridad era en la vieja lengua de oc, o en catalán antiguo.

Jaime estaba atónito. Había deseado aquello, pero jamás hubiera esperado que le ocurriera de verdad. Se sentía confuso. Necesitaba pensar.

– Jaime -le dijo suavemente Dubois-, ¿se encuentra en condiciones de hablar ahora? Es una experiencia dura y traumática; voy a intentar ayudarle.

– Sí, pero quisiera vestirme antes. Tengo frío. -Su propio sudor le daba escalofríos.

– Cámbiese; cuando termine continuaremos la conversación aquí.

Luego de secarse con la túnica, se vistió y, al regresar, encontró a Dubois solo en la habitación, relatándole su experiencia con todo detalle.

– Es usted afortunado -afirmó éste-. Los casos en que tal vivencia acontece justo en el bautismo espiritual son poquísimos, y eso tiene un significado.

– ¿Qué significado?

– Que usted no sólo es quien creíamos que era, sino que está predestinado a tener un papel clave. Tiene una misión que cumplir.

– ¿Cómo puedo ser quien ustedes creían que era? -Jaime se extrañó-. ¿Quiere decir que me estaban buscando? Y si es así ¿cómo han podido encontrarme?

– Porque algunos de nosotros ya estuvimos antes donde usted ha estado hace unos momentos. Y logramos reconocerle.

– ¿Que lograron reconocer en mí al personaje que acabo de vivir? -Jaime no podía salir de su asombro-. ¿Quién me reconoció? ¿Cómo es posible? ¿Y de qué misión me habla?

– Ya ha sufrido por hoy suficientes emociones; si hubiéramos querido adelantarle lo que acaba de vivir, jamás nos habría creído. Ahora no tiene más remedio que creer. Algunas de las respuestas a sus preguntas le vendrán solas, cuando avance en su experiencia; otras se las daremos más adelante, cuando asimile lo de hoy. También hay preguntas que aún no se han formulado, y respuestas demasiado peligrosas por ahora. Confíe en nosotros, déjese llevar, y en su momento lo sabrá todo.

– ¿Qué puedo saber hoy?

– Sepa que se ha colocado en un nivel muy avanzado de nuestro grupo. Sepa que está unido a nosotros de forma indisoluble, porque una parte de usted, lo que algunos llamarían el verdadero yo, ha vivido antes. En una de sus vidas anteriores compartió tiempo y designios con muchos de los que formamos este grupo. El rey Pedro II el Católico, que vivió en la Edad Media a caballo de los siglos XII y XIII, es uno de sus antecesores espirituales. Teníamos la sospecha y ahora tenemos la certeza.

– ¿Qué debo hacer ahora?

– Asimilar lo de hoy. Pensar sobre ello. Ahora ya es un iniciado y quizá experimente por sí mismo, sin la ayuda de nuestro rito, nuevas vivencias. Pero no las fuerce, deje que lleguen a usted con naturalidad. Ha revivido un instante concreto de la vida de un personaje histórico del que posiblemente jamás había oído hablar antes. ¿No es así?

– Cierto. No estoy familiarizado con la historia antigua.

– Mejor. Deje que la historia brote de usted. Pedro II de Aragón aparece en los libros de historia. No consulte ninguno. No pregunte a expertos. No deje que lo que ha quedado escrito del personaje le condicione; debe terminar su ciclo de recuerdos y entonces podrá compararlo vivido con lo que ha quedado escrito.

Jaime dedicó unos minutos a considerar las palabras de Dubois.

– Tiene sentido lo que dice -respondió finalmente.

– Ahora Karen y Kevin le conducirán de nuevo al lugar donde se encontraron. Lamento las precauciones de seguridad, que quizá le puedan parecer ridículas, pero pronto podrá conocer la ubicación de este lugar y entenderá la necesidad de tenerlo en secreto. Por ahora sepa que ha estado en nuestro Monte Seguro y que sólo tienen acceso a él las personas comprometidas con nuestra organización. Disfrute del fin de semana y no se aleje mucho de Karen. Estoy seguro de que ella permanecerá muy cerca de usted.

– ¿Por qué cree eso? -Jaime se preguntaba qué sabría Dubois de su romance con Karen. ¿Estaría su amor en los planes de los cátaros?

– Ella le ha apadrinado en su bautizo espiritual, lo que comporta una responsabilidad. Karen debería cancelar cualquier compromiso que tuviera este fin de semana para estar cerca de usted. Es un momento difícil y ella debe ayudarle. Kevin es igualmente responsable, pero me da la impresión de que usted va a preferir a Karen. -Luego de una pausa añadió con una sonrisa que no mitigaba su intensa mirada-: ¿Me equivoco.

33

Se sentía extraño; las gafas opacas no sólo le impedían ver el camino de regreso, sino que simbolizaban su situación en aquella desconcertante aventura, en la que andaba ciego. Lo que en la mañana parecía un juego ahora era demasiado real y escapaba del todo a su control. Pero alguien sí estaría controlando el juego mientras él, como una marioneta, tenía que danzar según se tensaban los hilos que otro movía. Ese pensamiento lo irritaba.

Sin embargo, la experiencia vivida había sido extraordinaria, inesperada y real. Tenía mil preguntas, se sentía excitado; pero también confuso. Necesitaba pensar, entender lo que pasaba, asimilarlo y quizá al final del proceso pudiera llegar a creer en lo increíble.

Karen intentó entablar conversación con él un par de veces durante el trayecto de vuelta, pero Jaime se mostraba cortante y ella decidió respetar su silencio e intercambiar algún comentario intrascendente con Kepler. Finalmente llegaron al centro comercial y subieron al coche de Karen.

– ¿Puedo quitarme las gafas? -preguntó él justo cuando el coche arrancó.

– Sí. Lamento el misterio, pero hay que proteger aquel lugar.

– ¿Para qué necesitáis un lugar seguro? -inquirió Jaime-. En este país cualquier religión que respete una mínima legalidad está permitida.

– Pronto lo entenderás. Quizá algún día necesitemos ese refugio secreto, al que llamamos Montsegur. Por favor, no preguntes más ahora sobre él, sólo confía en mí -le dijo con gracioso gesto de súplica-. ¿De acuerdo?

– Karen, entiende que, conforme avanzo, este asunto es cada vez más misterioso. En lugar de respuestas sólo encuentro nuevas preguntas y me pides que confíe. Y lo hago, pero me encuentro bailando en un baile en el que otro pone la música. La sensación no me gusta.

– Bueno, pero al menos bailamos juntos. ¿No te consuela? -Ella compuso una de sus encantadoras sonrisas-. Dame tiempo y date tiempo. Poco a poco vendrán las respuestas. No es un viaje de turismo a la playa de Waikiki en Hawai, sino un viaje espiritual; no hay agencia de viajes y apenas mapas. Yo también tengo muchas preguntas y ando mi camino en ocasiones a tientas.

– ¿Te apetece pasta con una buena ensalada? -exclamó de pronto excitada-. Conozco un restaurante italiano con un gran ambiente, y está cerca de aquí. Invito yo. Me contarás tu experiencia, ¿verdad?

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