Katherine Pancol - El vals lento de las tortugas

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La novela continúa con la vida de las y los protagonistas de Los ojos amarillos de los cocodrilos: Joséphine y Zoé se han instalado en un buen barrio de París gracias al éxito de la novela que finalmente ha reivindicado su verdadera autora.
Horténse se ha ido a estudiar moda a Londres y ve frecuentemente a Gary, el hijo de Shirley, quien también ha decidido vivir una temporada en Inglaterra. Philippe y su hijo también se han trasladado a Londres aunque van frecuentemente a París a visitar a Iris, ingresada en una clínica psiquiátrica por hallarse en una profunda depresión.
La madre de Joséphine y de Iris, Henriette, trama una venganza contra su ex marido y su amante, Josiane, quienes por fin han encontrado la felicidad y están extasiados con los poderes casi sobrenaturales de su hijo de meses.

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– Creo que está haciendo caca -susurró Zoé a Hortense.

Marcel había colocado un regalo en cada plato. Un billete de doscientos euros para cada niño. Hortense, Gary y Zoé se sobresaltaron al descubrir el gran billete amarillo doblado en dos dentro de un sobre. Zoé estuvo a punto de preguntar: «¿Es auténtico?», Hortense tragó saliva y se levantó para besar a Marcel y a Josiane. Gary, incómodo, miraba a su madre, preguntándose si había que protestar. Shirley le hizo una seña para que no dijera nada, se arriesgaba a ofender a Marcel.

Philippe recibió una botella de Château-cheval-blanc, premier grand cru, clase A, Saint-Emilion 1947. Giraba suavemente la botella entre sus manos, mientras Marcel recitaba la palabrería del bodeguero que le proveía de vino: «Rojo intenso, la grava que capta el sol durante el día y abriga el viñedo durante la noche». Philippe, divertido, hizo una reverencia, y le prometió que se lo beberían juntos en el décimo cumpleaños de Júnior.

Júnior dio su aprobación con un sonoro eructo.

En el plato de Joséphine y Shirley, Marcel había colocado un brazalete de oro blanco, decorado con treinta diamantes tallados, y en el de Josiane un par de pendientes, coronados por una gruesa perla gris de cultivo de Tahití salpicada de diamantes. Shirley protestó, no podía aceptarlo. De ninguna manera. Marcel la previno que dejaría la mesa si rechazaba su regalo. Se consideraría ofendido. Ella insistió, él se enrocó, ella se obstinó, él siguió en sus trece, ella se empeñó, él no quiso ceder.

– Me encanta jugar a Papá Noel, ¡tengo un saco desbordante de regalos que hay que vaciar de vez en cuando!

Josiane, pensativa, acariciaba sus pendientes.

– ¡Es demasiado, mi osito! ¡Voy a parecer un pedrusco!

Joséphine murmuró:

– Marcel, ¡estás loco!

– Loco de felicidad, Jo. No sabes el regalo que me hacéis viniendo a comer a mi casa. Nunca pude imaginar que… Mira, mi querida Jo, ¡me están entrando ganas de llorar!

Le temblaba la voz, parpadeaba, torcía la nariz para borrar la emoción que le invadía. Joséphine sintió a su vez un nudo en la garganta y Josiane se sorbió los mocos, vuelta de espaldas para que nadie la viera.

Fue ése el momento que eligió Júnior para alejar la melancolía dando un gran golpe de biberón en su silla que significaba: basta de melindres, me estoy aburriendo, ¡acción!

Se volvieron hacia él, sorprendidos. El les dedicó una gran sonrisa, echando la cabeza hacia delante como para animarles a conversar con él.

– Se diría que tiene ganas de hablar -dijo Gary, extrañado.

– ¿Has visto cómo extiende el cuello? -remarcó Hortense, pensando para sí que era realmente feo cuando tiraba la cabeza hacia delante, ese cuello largo y flexible, la boca agrietada, los ojos desorbitados.

– Hay que hablarle continuamente, si no, se aburre… -suspiró Josiane.

– Debe de ser agotador -comentó Shirley

– Además, no se le puede decir cualquier tontería, ¡si no, se enfada! Hay que hacerle reír, asombrarle o enseñarle algo.

– ¿Está usted segura?-preguntó Gary-. Es demasiado pequeño para comprender.

– Es lo que decimos siempre, pero siempre nos sorprende.

– Comprendo que esté cansada -se compadeció Joséphine.

– Esperad… -dijo Gary-, voy a decirle algo que no podrá comprender. Es imposible.

– Vamos -le provocó Marcel, seguro de la ciencia infusa de su retoño.

Gary se concentró un buen rato, intentando que se le ocurriera algo espiritual para probar al diablillo. ¡Vaya cara que pone!, pensó sin poder evitarlo, al constatar que Júnior no dejaba de mirarle y soltaba gritos que señalaban su impaciencia.

– ¡Ya lo tengo! -exclamó, triunfante-. Y ahí, amiguito, ya puedes esforzarte ¡que no entenderás nada de nada!

Júnior levantó el mentón como un gladiador ultrajado y tendió su biberón como un escudo para tomarle la medida a su adversario.

– «El cojo decapitado cuenta historias sin pies ni cabeza» -enunció Gary, articulando cada palabra como si se las dictara a un analfabeto.

Júnior escuchó, la cabeza y los hombros echados hacia delante, balanceando el cuello, el cuerpo estirado y con los brazos colgando a ambos lados. Permaneció un instante en esa posición, su ceño se frunció, dibujando pequeños festones, sus mejillas se tiñeron de manchas escarlata, gruñó, se enfadó, y después su cuerpo se relajó, echó la cabeza hacia atrás y estalló en una carcajada atronadora, batió las manos y los pies para mostrar que comprendía, e hizo el gesto de cortarse la cabeza y los pies con la palma de la mano.

– ¿Ha entendido de verdad lo que he dicho? -preguntó Gary.

– Aparentemente sí-dijo Marcel Grobz desplegando su servilleta con aire satisfecho-. Y tiene motivos para reírse, ¡es muy gracioso!

Gary observaba, atónito, al bebé pelirrojo y sonrosado enfundado en su body azul, que le observaba riéndose y cuya mirada decía más, más historias, hazme reír, las cosas de bebé me aburren, me aburren mucho.

– ¡Qué locura! -dijo Gary-. This baby is crazy! [7]

– ¡Creizzzzy! -repitió Júnior babeando sobre su body.

– ¡Es genial el enano! -gritó Hortense.

Al oír la palabra «genial», Júnior gorgojeó y, para demostrar hasta qué punto tenía razón, señaló con su biberón hacia una lámpara del techo y dijo claramente:

– Luz…

Ante sus rostros estupefactos, soltó una risa que venía de la garganta y añadió, con un resplandor travieso en la mirada:

– Light!

– Pero esto es…

– ¡Increíble! Es lo que os decía -dijo Marcel-, ¡y nadie me creía!

– Luce… -continuó júnior, con el dedo señalando todavía la luz de la lámpara.

– ¡También en italiano! Este niño me…

– Deng!

– Ah, eso no tiene sentido -dijo Shirley, más tranquila.

– No -rectificó Marcel-, ¡es «sol» en chino!

– ¡Socorro!-gritó Hortense-, ¡el enano es políglota!

Júnior acarició a Hortense con la mirada. Le agradecía que reconociese sus méritos.

– No es un enano, ¡es un gigante! ¿Has visto el tamaño de sus manos? ¿Y el de sus pies?

Gary silbó, impresionado.

– Chouchou… -chilló Júnior escupiendo el agua de su biberón en dirección a Gary.

– ¿Eso qué quiere decir? -preguntó este último.

– Tío. En chino. ¡Te ha elegido como tío!

– ¿Puedo cogerle en brazos?-pidió Joséphine levantándose-, hace mucho tiempo que no he cogido a un bebé… y un bebé como éste ¡quiero verlo desde más cerca!

– ¡Mientras eso no te dé ideas! -masculló Zoé.

– ¿No te gustaría tener un hermanito? -preguntó Marcel, guasón.

– ¿Y quién sería el padre, si puedo hacer una pregunta indiscreta? -respondió Zoé, mientras fulminaba a su madre con la mirada.

– Zoé… -balbuceó Joséphine, desconcertada por la vehemencia de su hija.

Joséphine se había acercado a Josiane, que había cogido a Júnior en sus brazos y se inclinaba sobre él, dispuesta a dar un beso a sus rizos rojizos. Júnior la miró fijamente, su rostro se arrugó y emitió un eructo lleno de puré de zanahoria, que fue a parar a la camisa de Jo y a la blusa de seda de Josiane.

– ¡Júnior!-gruñó Josiane dándole golpecitos en la espalda-. Lo siento.

– No importa -dijo Joséphine, secándose la camisa-. Eso sólo quiere decir que ha digerido bien.

– ¡Bomboncito, tú también te has puesto perdida! -dijo Marcel, ocupándose de Júnior.

– ¡Es como si hubiese apuntado hacia vosotras dos! -dijo Zoé riéndose-. Ya lo entiendo, debe de estar harto de toda la gente que quiere besarle y tocarle. Debería respetarse más a los bebés, pedirles permiso antes de hacerles cariñitos.

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