Gerardo López Laguna - Dios en Sarajevo

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En diciembre de 1992, Gerardo López Laguna participó en una marcha de 500 personas desarmadas, que atravesaron el cerco de la ciudad sitiada de Sarajevo para llevar un mensaje de paz a las víctimas de la guerra.Unos meses después (verano del 93), Gerardo y algunos compañeros volvieron a entrar en Sarajevo para preparar la entrada de otra marcha más numerosa, que nunca llegó porque quedó retenida en Mostar. El grupo permaneció en Sarajevo conviviendo con la población de la ciudad sitiada.En medio de los disparos de mortero, los francotiradores y los bombardeos, sus armas eran la entrega, la solidaridad en el sufrimiento y el afán de servicio a los demás. Llegando incluso, como le ocurrió a Grabrielle Moreno, a dejarse la vida en su tarea.

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Ya en Roma hubo que solucionar un problema: los medicamentos que cargábamos con el objeto de dejarlos en la capital bosnia fueron interceptados por los carabienieri. Tras alguna discusión y la firma de un médico integrante de la marcha, los dejaron pasar. En Roma fuimos acogidos en una parroquia, Santa Gala, y desde allí, unidos al grupo de romanos que participaba en la iniciativa y después de rezar en común, partimos en autobús al día siguiente en dirección a Ancona.

En esta ciudad italiana, en la costa del mar Adriático, nos dirigimos a la «Feria del pescado», lugar de concentración de todos los integrantes de la marcha de paz. Allí se completó el asunto del papeleo, rellenando datos, se facilitó a cada uno un carné identificativo, se organizó a la gente por grupos de afinidad y se celebró una asamblea para informar de la situación y decidir qué es exactamente lo que podríamos hacer. El método para decidir consistía en la elección de un portavoz por cada grupo. Una vez discutida la cuestión en cada uno de ellos, los portavoces se reunían para aclarar cual era el sentir y las ideas de los participantes de la marcha. Obviamente nadie sería forzado a continuar si estimaba que debía retirarse. En la asamblea se comunicó lo que ya todos sabían: que la ciudad estaba sometida a continuos bombardeos. También se dijo que el Ministerio de Asuntos Exteriores italiano instaba a abandonar la iniciativa. Los responsables de la organización presentaron varias alternativas: suspender la marcha de forma indefinida quedando en Ancona hasta nuevas noticias; embarcar hasta Split, en Croacia, y allí pensar alguna alternativa a la entrada en Sarajevo; continuar paso a paso valorando las posibilidades pero con el objetivo claro de llegar a la ciudad; y, por último, entrar en Sarajevo a toda costa fuesen las que fuesen las condiciones de tal entrada. Respecto a esta última alternativa, los organizadores dijeron que si se decidía esto, ellos no se responsabilizaban de lo que pudiera pasar, es decir, que en tal caso los que quisieran continuar así lo tendrían que hacer por libre.

Unánimemente se optó por la tercera propuesta: paso a paso hasta Sarajevo. Gracias a Dios, en esta iniciativa, el espíritu de unanimidad prevaleció, ayudando a crear un clima de hermandad evidente. El 7 de Diciembre pues, a las siete de la tarde, embarcamos en una nave croata llamada Liburnja. Muchos de nosotros pisábamos un barco por primera vez. El trayecto habría de durar unas seis o siete horas hasta llegar al puerto de Split. El grupo de españoles, junto a otros, fuimos instalados en la cafetería, en la parte superior del barco, rodeados de cristaleras. Allí, de un modo informal, descargamos nuestras mochilas y comenzamos lo que creíamos grata travesía en medio de conversaciones amistosas y, en muchas ocasiones, profundas. El ambiente interior de cada uno daba para mucho.

A las diez de la noche se soltaban las amarras en medio de una fuerte lluvia... La fácil y sencilla travesía de seis horas se convirtió en un infierno de más de veinte horas de tempestad. Olas de diez metros... nosotros, en la cafetería, veíamos caer al barco mientras el mar permanecía arriba, como una muralla más alta que la embarcación; desacostumbrados a este gigantesco vaivén y esos impresionantes estruendos, se sucedieron los mareos interminables, los vómitos, la tensión. Recuerdo las mochilas rodando, y a alguno de nosotros tumbado en el suelo y agarrado a las banquetas atornilladas al suelo de la cafetería. Aquello no tenía fin. En un momento, después de sabe Dios cuántas horas, se oyó una enorme explosión: había reventado el casco y se había abierto en proa una gran vía de agua. Esto lo supimos después, pero los organizadores y otros miembros de la marcha tuvieron que vivir el espectáculo del funcionamiento de las bombas de agua y la tripulación desconcertada. El 8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada, amanecimos igual, en medio de la tempestad, que continuó toda la mañana y casi toda la tarde. Al fin, casi a las siete y con el barco gravemente dañado arribamos al puerto croata de Split. Don Albino, el sacerdote fundador de Beati i costruttori di pace, confesaría después que durante la travesía pensó que todo se había ido al garete. Pero también hubo quien contempló el acontecimiento desde un aspecto valioso: una de las integrantes del grupo español nos recordó a todos los demás los sufrimientos de las personas que cruzaban en patera el estrecho de Gibraltar. De alguna manera (absolutamente real sobrenaturalmente hablando) se nos daba la oportunidad de comulgar con ellos en su dolor, en sus temores y en sus esperanzas. Dios es bueno.

En los últimos momentos de la travesía se reunieron los speakers (portavoces de los grupos) y, tras valorar las opciones decidieron continuar inmediatamente hasta Sarajevo una vez llegados a puerto. Diez autobuses serían los que nos transportarían hasta Makarska donde haríamos noche para luego continuar... pero los trámites y complicaciones con la policía aduanera croata impidieron una salida inmediata. Al fin subimos a los autobuses con una frugal bolsa de comida regalada a cada uno por el obispo de Split. Tardamos dos horas en recorrer los 70 kilómetros que nos separaban de Makarska: los autobuses eran antiguos, de uso urbano, evidentemente destartalados, de 45 plazas (íbamos unos 50 además de las respectivas mochilas), con las ruedas sin dibujo en el neumático, las carreteras en malas condiciones, nevadas, embarradas o destrozadas. Llegados a esa localidad pudimos dormir cuatro horas en un hotel inutilizado por la guerra, y al día siguiente, 9 de Diciembre, muy temprano, reanudamos la marcha... que no fue triunfal, por supuesto.

Efectivamente el viaje no sólo nos iba conduciendo a los escenarios de la guerra, sino que todo él estuvo complicado en los enjuagues políticos de la guerra. Respecto al drama de la guerra, era visible para todos: vimos innumerables casas destruidas, iglesias y mezquitas incendiadas, puentes volados, carreteras bombardeadas... oíamos disparos, nos cruzábamos con carros de combate. Desolación y sufrimiento. En cuanto a los chanchullos propios de estas situaciones, la policía croata que abría la marcha (como comprobé al año siguiente, la frontera entre Croacia y las zonas croatas de Herzegovina era ficticia), al parecer presionado su gobierno por el gobierno italiano, hizo avanzar en círculo a la comitiva de autobuses alejándola de la ruta hacia Sarajevo. Incluso habían organizado una recepción festiva en un pueblo de montaña donde, pensaban, acabaría agradecida y alegremente la marcha de paz. Cuando los responsables de la marcha, mapa en mano y hablando con varios de los conductores, se dieron cuenta, entablaron una agria discusión con los policías. Se logró retomar el camino correcto, no sin antes efectuar una peligrosa maniobra en aquellas estrechas carreteras de montaña: con un precipicio a uno de los lados, los autobuses hubieron de dar media vuelta para desandar parte del camino. Ya en la ruta adecuada los problemas no cesaron: la carretera de Mostar, única vía hasta la capital, era batida por francotiradores y no se podía optar por la alternativa de las carreteras de montaña, cubiertas de nieve. Así pues seguimos hacia Mostar, pero al llegar a una presa tuvimos que parar. Al parecer allí operaban francotiradores totalmente incontrolados y la única opción era rodear el embalse por una zona de montaña, con nieve o sin ella. Y había nieve; y barrancos y más barrancos que contemplábamos por las ventanillas justo debajo de nuestras narices, pues no había arcenes ni barreras ni nada parecido. Y además, los conductores corrían como sólo puede correr un conductor de tales autobuses. Y, por último, nuestro autobús sufrió el reventón de una rueda trasera... Al día de hoy ignoro cómo arreglaron esta cuestión. Pero la arreglaron.

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