Ramón Lobo - El día que murió Kapuscinski

Здесь есть возможность читать онлайн «Ramón Lobo - El día que murió Kapuscinski» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El día que murió Kapuscinski: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El día que murió Kapuscinski»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Ramón Lobo, uno de los corresponsales de guerra más reconocidos a nivel internacional, rescata en este libro un oficio en vías de extinción, el de reportero de guerra. Las páginas de esta novela recorren los conflictos bélicos que cerraron el siglo XX e inauguran el XXI con el rigor y la agilidad que solo están al alcance de los mejores escritores.

El día que murió Kapuscinski — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El día que murió Kapuscinski», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Roberto Mayo había seguido el ritual de la buena suerte para ahuyentar sus temores: alquiló en el aeropuerto de Trieste un Fiat blanco, el color de Naciones Unidas, echó unas gotas de Juanito Caminador sobre la tapicería para liberarla del mal fario, y puso rumbo al país en el que dejaban de tener validez los seguros de accidente y casi todos los de vida. Le inquietaba viajar sin Puta Esperanza, postrado en la cama tras un accidente de moto. Miró la hora y la fecha: siete y media de la mañana del 7 de mayo de 1993. Lucía un sol espléndido, el mar se mostraba tan azul que parecía copiado de la Marina de Saintes-Maries de Van Gogh. Durante el trayecto se dedicó a mantener conversaciones imaginarias con sus jefes. Le gustaba Marcela Thompson, responsable de la sección Internacional. Era la voz amable que preguntaba «¿cómo está mi chico favorito? ¿Qué te gustaría escribir hoy?». Fue ella quien lo había rescatado de la corresponsalía de Jerusalén al convencer a Barnard de que sería más útil como enviado especial. Jamás imponía los temas ni el ángulo de las crónicas. Escuchaba al periodista, le daba la razón, formulaba alguna pregunta y, de manera imperceptible, lo atraía a su terreno para que escribiera lo que ella quería.

En el vestíbulo del hotel Split se encontró con Amanda Bris. Acababa de llegar en un ferri procedente de Bari. Pretendía volar a Sarajevo en un avión de la ONU lo antes posible. El capitán noruego encargado de ordenar las prioridades —primero el personal del alto organismo y las agencias subordinadas, después las oenegés, y por último los periodistas— les prometió «dos asientos en primera clase» a las 16.00 horas del día 10 en la compañía Maybe Airlines, así bautizada por los escandinavos porque los vuelos nunca estaban confirmados hasta unos minutos antes del despegue.

Decidieron aprovechar el coche alquilado, ir a la mañana siguiente a Medjugorje y evaluar si las apariciones marianas merecían un reportaje. Decepcionados por la pobreza escénica del negocio de la fe, prosiguieron hasta Mostar. Tomaron café en la casa de un pintor conocido de Bris que vivía en el lado musulmán. Estaba obsesionado con el Stari Most. Los emborrachó de rakija e historias hasta que tuvieron que quedarse a dormir.

Al día siguiente, la ciudad se despertó sobrecogida, como si todos sus habitantes hubiesen tenido la misma pesadilla y arrastraran el presagio de un nuevo conflicto. Cerraron los controles. No se podía entrar ni salir. Esa guerra presentida estalló a última hora de la tarde. Eran los únicos periodistas extranjeros dentro de Mostar. Estuvieron atrapados tres días.

Tras los primeros cañonazos desde el lado croata, Mayo recordó el Golf rojo y se lanzó a esconder su coche en los soportales de la avenida principal. Algunos de los edificios estaban en alto, sostenidos por columnas que dejaban un espacio que en tiempos de paz servía de zona de juegos infantiles. El vehículo era su salvoconducto de salida.

Bris consumió sus carretes en cuarenta y ocho horas pese a esforzarse en no malgastar fotos, un problema que desaparecería tras la irrupción de las cámaras digitales. Mayo pudo dictar dos crónicas escritas a mano desde el teléfono de Esad Humo, jefe de las unidades de élite del Ejército bosniaco. Era temido por sus enemigos y amado por sus tropas.

Bris carecía de medios de transmisión de fotos. En sus estallidos de ira juraba en alemán y lanzaba objetos al suelo:

—¡Tengo la gran exclusiva de mi vida, y me la estoy comiendo! ¡Me cago en la puta! Voy a estampar ese jarrón de mierda. ¡Sí, ese! —dijo señalando uno verde fosforescente.

—Necesito una lata. ¡Es urgente! —gritó Mayo.

Tras recibir una Coca-Cola caliente de manos de la hija del pintor, Amanda Bris la arrojó por la ventana. En esos arrebatos parecía una mujer poseída por mil diablos, escena que desconcertaba a los hombres que no esperaban tanta violencia en una mujer tan hermosa y dulce, personaje que ella cultivaba para deslizarse en las trincheras, colarse en los quirófanos o sacar fotografías en los entierros.

Aprovecharon un alto el fuego a primera hora de la mañana para salir de Mostar por el lado croata en dirección a Medjugorje. En lo alto de una colina vieron a un grupo de periodistas que seguían la situación junto a una unidad de la Legión española. Desde aquel promontorio se divisaban las dos ciudades, la croata y la bosniaca. Aún se escuchaban los disparos aislados. Mayo se detuvo a saludar al teniente al mando y a los colegas. No contó nada, los dejó masticando su derrota. Bris había tenido la precaución de colocar el primer carrete de fotos del pintor, sin valor periodístico, y esconder los demás.

Llegaron al hotel Split, reservaron dos habitaciones contiguas. Amanda organizó un cuarto oscuro en el baño ayudada de su laboratorio de campaña. Mayo se sentó en la terraza desde la que se divisaba el Adriático. Menos de cuarenta kilómetros separaban ese mar de la destrucción y el odio. La distancia lo era todo, en la vida y en el periodismo. No era lo mismo estar dentro de Mostar que en una colina; oler y tocar que mirar a través de unos prismáticos. Se quedó atrancado en sus pensamientos. Cuando se trataba de balas y explosiones surgía Líbano. Abrió el ordenador en busca de la primera frase.

Gracias a Jon Barnard tenía un buen contrato, estaba en plantilla, cobraba pagas extras y le abonaban todos los gastos, a menudo sin factura, pero echaba de menos Beirut. «Siempre anhelamos lo que no tenemos», se dijo parafraseando a Baudelaire, el poeta favorito de su madre. Recordó que debía llamar al periódico, no fuera que alguno de los periodistas de la montaña terminara por reventarles la exclusiva apoyado en un texto calenturiento. Quería ver las fotos antes de proponerle a Marcela un reportaje conjunto. Quería estar seguro del enfoque. Se imaginó que sería la complicidad definitiva que le permitiría besarla en la boca. Abrió el minibar, sacó dos botellitas de Juanito Caminador, las vertió en un vaso y aspiró el contenido antes de beberlo.

Amanda le sorprendió en plena liturgia. Le mostró los contactos. Había marcado en rojo las mejores fotos. Jamás invertía ni modificaba el contenido más allá de las mejoras de luz y contraste. Mayo utilizó la lupa deteniéndose en cada imagen. No quería que le regañara por no prestar atención. Si miraba uno seleccionado, le metía prisa:

—Así no vamos a terminar nunca. Yo soy la fotógrafa, tú solo sabes hablar demasiado.

Al terminar, llamó al periódico:

—Estoy fuera de Mostar, y estoy bien —informó—. Tengo fotos exclusivas de los combates de estos días. No, no son mías. Son de Amanda Bris. Sí, la fotógrafa de Logavina y de los niños del columpio. La crónica está medio escrita. —Mintió, porque solo tenía el primer párrafo—. La puedo enviar esta tarde. Aprovecharemos sus fotos para mear a la competencia. Y el domingo, una historia larga. ¿Cómo? ¿Seis mil palabras?

Al otro lado se escuchó la voz serena de Thompson:

—Vamos a por ellos. Si quieres mear a la competencia, como dices, necesito mil doscientas palabras antes de las ocho y media. Hora límite. Pásame a Bris, por favor.

Después de felicitarla e interesarse por los medios de transmisión de los que disponía, dijo:

—Mándame cinco lo antes posible. Las que decidas, confío en tu gusto. Más horizontales que verticales. Y piensa en la primera página. Mañana hablaremos del reportaje del domingo, pero calcula que necesitaremos entre siete y diez fotografías. Me encargaré de que te paguen bien.

Después de enviar la crónica urgente, género que dominaba tras su paso por Associated Press, Mayo comenzó a escribir la historia del fin de semana. Amanda lo había mandado a su habitación porque no quería interferencias, decía que la ponía nerviosa porque no dejaba de hablar solo. Mayo tenía la cabeza y las manos en ebullición. A las cinco de la mañana se tumbó en su cama, vestido y exhausto. Soñó que editaba el texto. Al repasar lo escrito cambiaba frases que no quería modificar, desaparecían líneas y párrafos enteros. Se despertó bañado en sudor. Había sido una alucinación. Leyó lo escrito, quitó adjetivos, consultó sus notas ilegibles en busca de olvidos y se presentó en la habitación de Bris.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El día que murió Kapuscinski»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El día que murió Kapuscinski» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El día que murió Kapuscinski»

Обсуждение, отзывы о книге «El día que murió Kapuscinski» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x