Loren apretó los puños. No lo culpaba. Me puse de pie.
—Dame una razón para no golpearte hasta la muerte, imbécil.
—Ya lo hiciste.
Era la única que tenía.
—Eres un idiota. —Terminó el trago que se había servido—. ¿No estabas casado?
Hice una mueca. Simplemente genial. Escapaba del mundo para huir de ese hecho y él venía a recordármelo. Había una fuerza del universo que quería que no lo superara.
—Comprometido.
Su sonrisa se transformó en algo más siniestro.
—El correcto Nathan Blackwood. —Dejó caer el vaso. El cristal se hizo añicos sobre mi piso—. Qué pequeña mierda resultaste ser.
—Como todos. —Me encogí de hombros mientras me dirigía al minibar con cuidado de no pisar los pedazos de vidrio roto—. Dijiste que Rachel desapareció, ¿pero no había hablado con tu padre? Eso oí hace un tiempo.
—Nunca lo hizo.
La botella de whisky casi resbaló de mis manos. Todos estos meses había estado tranquilo con el hecho de ella desaparecida del panorama, porque había escuchado a Lucius diciéndole a sus amigos durante un partido de golf que su hija menor acababa de ponerse en contacto con él desde una universidad extranjera donde hacía un máster en negocios.
—¿Nunca llamó?
—Nunca llamó —repitió acomodando su ropa—. Sé que debes saber en qué condiciones se encontraba cuando se marchó, por lo que te voy a rogar que si sabes algo más, lo que dudo, me lo digas.
No lo negué.
—¿Por qué lo dudas?
—Porque si lo supieras, me lo dirías, ¿no? —Asentí—. Bueno, Nathan, esperaba encontrar algo más que tu coqueteo infiel aquí, tal vez algo que me llevara a darle un abrazo en la fiesta de año nuevo a mi hermana, pero ya que no fue así… adiós. Sabes dónde llamarme si recuerdas o conoces otra cosa. —Me miró una última ver antes de marcharse—. Ah, me disculparía por el salvajismo si no lo merecieras. Tristemente intentaste meterte bajo la falda de mi hermanita. Un idiota que la usa para medio engañar a su mujer no la merecerá jamás. Lo justo era que pagaras por ello. —Ladeó la cabeza y me sonrió como si nada hubiera sucedido—. Feliz año.
Mis manos empezaron a temblar. Por fortuna no se dio cuenta.
—Adiós. Feliz año —dije mientras cerraba la puerta.
Cuando lo hizo, apoyé mi frente contra esta.
Rachel estaba desaparecida.
Ahora la pregunta era si había alguien, tal vez una personita, con ella.
Martes, 22 de febrero de 2011
Rachel
—Ryan, no vayas tan rápido —le pedí sujetándome al cinturón de seguridad, la única cosa que me hacía sentir a salvo dentro de la patrulla—. Por favor.
Lamentaba haber aceptado venir con él cuando todavía podía hacer uso de mis piernas. El plan inicial era ir acompañada de Gary a la última cita con mi obstetra, el doctor Bernard, pero al final opté por venir con Ryan, porque su hermano estaba ocupado con el amor de su vida, el cual había conocido un par de meses atrás en la heladería a la que solíamos ir por mi culpa.
Según ambos fue amor a primera vista. Desde entonces cada vez que su teléfono sonaba y sus labios se curvaban en una sonrisa tonta, sabía que mi tiempo con Gary había terminado. Por ello, para no ser una aguafiestas, lo convencí de que estaba bien con que Ryan me acompañara en su lugar.
—Cosa gorda, tranquilízate. —Ryan, en lo que quizás para él fue un acto humanitario, tomó mi mano y la apretó con suavidad—. Falta poco para que lleguemos. Un par de minutos más y estaremos ahí.
—Esto es tu culpa. Si no te hubieras tardado tanto en el ba... ¡Ryan! —Un dolor repentino hizo que me paralizara e impidió que lo insultara por llamarme de esa manera. Lo hacía desde que había llegado al sexto mes—. ¡Ryan, detente!
Se orilló en el borde de la carretera.
—¿Qué… qué pasa?
Lo miré por debajo de mis pestañas, dándome cuenta de que se esforzaba por mantener el control. Ante la nueva punzada solté el cinturón y me concentré en apretar su mano, lo cual hice tan fuerte como pude en un intento de compartir mi sufrimiento. Lucía incómodo y asustado, pero aun así no me apartó. El sitio entre mis piernas se volvió sumamente húmedo y viscoso de golpe.
La comprensión me sentó como un balde de agua fría.
—Rachel, ¿qué tienes? —preguntó con preocupación.
Mi sonrisa fue inestable. Lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras me retorcía.
—Contracciones.
Estaba a punto de conocer a mi ángel.
Nathan
—De acuerdo. Voy para allá. —Colgué, apagué la computadora y tomé mi saco antes de salir de la oficina. Cuando les expliqué el motivo de mi ausencia a mi asistente y a mi nueva secretaria, una recepcionista que llevaba años trabajando para nosotros, nadie se sorprendió. John siempre nos hacía correr. Marqué a mamá de camino al auto en el estacionamiento—. No te preocupes. No es tan grave. Es solo una fractura.
Una fractura debería ser la gran cosa, pero con él no.
Luego de cuarenta minutos de tráfico debido a un árbol que se había aflojado durante la tormenta de la noche anterior, llegué al hospital donde me esperaba mi hermanastro, adicto a los deportes de alto riesgo, en el área de emergencias.
—¿John Blackwood?
Asentí. La enfermera me conocía de otras ocasiones, por lo que no dudó en darme el número de su habitación. Hacíamos esto desde niños. John se jodía y yo siempre estaba ahí para cuidarlo. Cuando no estaba viajando alrededor del mundo, participando en obras de caridad o explorando como Indiana Jones, era una especie de doble de riesgo en la ciudad aceptando cada invitación de sus amigos extraños a lastimarse a sí mismo bajo la excusa de hacer deporte.
—¿Nunca nadie me llamará para decirme algo bueno sobre ti?
—le pregunté traspasando el marco de la puerta de su habitación.
—No lo creo.—Me dio un saludo militar—. Los verdaderos hombres constantemente ponemos nuestra vida en riesgo y eso, en ocasiones, trae consecuencias.
Me senté en la butaca para familiares junto a él sin despegar la vista del yeso que cubría su pierna derecha. Al menos no había roto su femoral de nuevo.
—¿Cuándo esas consecuencias serán buenas? —gruñí—. He esperado toda mi vida a que alguien me detenga y me diga que has hecho algo productivo, pero al parecer moriré y eso nunca pasará. —Endurecí la mandíbula, preparando la maldita pregunta que le hacía cada vez que lo veía—. ¿Por qué no vuelves a la universidad, John?
John me dedicó la misma mirada de indiferencia de siempre.
—Ya la terminé, Nathan.
—¿Cuándo? No intentes engañarme. Ni siquiera entiendo tu título.
Según él había hecho equivalencias de los dos años que estudió en Inglaterra en una universidad asiática, de la cual se había graduado en meses. Su título estaba en un idioma que ni siquiera Google me ayudó a descifrar. Creía que simplemente lo había impreso donde fuera que hubiera viajado cuando abandonó la carrera de administración en Oxford. Tal vez ni siquiera él lo entendía.
—No necesito un título para salvar el mundo, Nate. —Era definitivo; debió haberse golpeado la cabeza también—. Algún día lo haré. Lo juro. —Una sonrisa curvó sus labios—. O, mejor aún, necesitarás un salvador y seré el primero al que llames.
Hice una mueca.
Debió haberse golpeado de una manera grave.
Rachel
—¡Ryan! —grité cuando la luz se encendió, indicándome que debía pujar.
—Calma, Rachel. Casi terminamos. —Limpió el sudor de mi frente con un pañuelo. Estaba usando un traje quirúrgico por exigencia del doctor Bernard. Nunca pensé que sería la persona con la que compartiría este momento de mi vida, pero me encontré agradeciendo que estuviera aquí. Me había ayudado a mantener la calma—. Lo estás haciendo bien. Ya dentro de poco tu bebé estará con nosotros.
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