Oscary Arroyo - Deseos encontrados

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Por despecho Rachel terminó perdiendo su virginidad con un desconocido que resultó ser el socio de su padre. Encerrado en la burbuja de perfección que creía que era su vida, el comprometido empresario la odió por amenazar con explotarla, sobre todo cuando, a través de dicha unión, que ninguno de los dos recuerda, se formó Maddie. Tras prometer no involucrarlo en el error, toma la decisión de alejarse de lo que conoce en búsqueda de un futuro colmado de brillo, amor y glamour para ambas.
En contra de lo que planeó, la historia entre ella y el padre de Madison no concluye ahí. Después de darse cuenta de que todo a su alrededor no era más que una obra de teatro mal interpretada, Nathan se encuentra a sí mismo con el deseo de compartir no solo con la hija que acaba de conocer, sino también con su madre.
¿El problema?
A veces una disculpa no es suficiente.

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Miré a Maddie. A veces de los desastres surgían cosas preciosas.

—Lo recuerdo como si fuera ayer. Amé el contraste de su cabello con su rostro —susurró —. Tenías que verlo. Estaba esperándome con una sombrilla en la pista. Ya tiene comprados a los de seguridad.

Fruncí el ceño mientras elegía mis aretes. Al final opté por perlas.

—Diría que más bien tú lo tienes comprado.

—Lo quiero. —Me ayudó con el broche de un collar—. ¿Qué hay de ti?

—¿De mí?

—Sí. ¿Qué hay de tu historia de amor?

—¿Mi historia de amor? —No tenía ni idea de a qué se refería—. No me he enamorado de nadie. Tuve un novio, pero no funcionó.

—¿En serio? —Dejó caer la mandíbula con incredulidad—. ¿No te has enamorado?

Cubrí mis labios con labial antes de responder.

—No.

Eduardo se lanzó a mi cama y se acostó de lado, alzándose sobre su codo.

—Pensé que habías tenido algo serio con el papá de Maddie.

Aparté mis ojos del espejo del tocador para observarlo.

—¿Gary no te contó?

Arrugó la frente con incredulidad.

—¿Qué cosa?

Suspiré. Aunque en el fondo adoraba a Gary por no revelar mis secretos, hubiese agradecido no tener que dar un resumen de cómo me había convertido en madre soltera a los veintiuno.

—El padre de Maddie es un donador de esperma.

Su mandíbula se tensó. Eduardo no era una persona agresiva, así que la furia en sus ojos lo hacía ver adorable.

—¿Es uno de esos idiotas que niegan la paternidad?

Hice una mueca. Nathan no solo había negado mi embarazo, sino que también había despreciado la oportunidad de ser padre. Me fijé en Madison, en sus preciosos ojos grises, pero más en su belleza, en la inocencia y bondad que emanaba mientras peleaba con su juguete. Pensar que ni siquiera le había dado la oportunidad de conocerla antes de tomar una decisión con respecto a ella me llenaba de un sentimiento oscuro y desagradable. Rachel van Allen no era una mujer perfecta. Dos décadas siendo una perra no se esfumarían en un abrir y cerrar de ojos, tal vez nunca dejaría de serlo, así que comprendía que no deseara nada conmigo, pero Madison era lo mejor que había hecho en mi vida. Probablemente también lo mejor en lo que él había participado y el idiota nunca lo sabría.

No entendía cómo alguien no podría amarla.

—Peor que eso.

Nathan

—Estás listo. —Gina Potter, mi nueva secretaria después de meses de búsqueda del reemplazo de Helga luego de que mi siguiente secretaria pidiera cambio de departamento porque mi presencia le causaba depresión o algo por el estilo, por lo cual no la culpé, salió de debajo de mi escritorio lo más rápido que sus tacones le permitieron—. ¿Quieres que te traiga la agenda de la próxima semana?

Levanté una ceja.

—¿Me tuteas?

Se sonrojó.

—Lo siento, señor, yo pensé… —Enderezó su espalda. Su expresión estaba llena de vergüenza. El Nathan de otra dimensión, uno que hubiera tenido un corte limpio con su novia, la habría invitado a salir. El Nathan de esta solo quería todo el sexo sin compromiso que pudiera tener, del cual se había privado en las otras etapas de su vida por amor—. ¿Quiere que le traiga la agenda de la próxima semana? Ya está lista.

—Bien.

—Lo haré en breve, señor. —Se relamió los labios—. ¿Algo más?

—Nada más. Puedes irte, Gina.

—Gracias por… todo, señor.

—Puedes irte —repetí echando la cabeza hacia atrás y cerrando los párpados, mientras la despachaba con un movimiento de mano.

Solo abrí los ojos cuando escuché el sonido de la puerta que se cerraba. Ahí, en mi soledad, dirigí la mirada hacia el ventanal que me ofrecía una buena vista de la calle en la que estaba situada la embotelladora. No había nada cerca para almorzar y no me sentía con ganas de ir al comedor de los trabajadores, porque seguramente me toparía con Gina y su grupo de amigas murmurando. Tomé mi saco y pedí un chófer. John me había mandado un mensaje con la dirección de su nuevo sitio de trabajo, una cafetería en el centro. Iría a visitarlo y a molestarlo un poco más con el asunto de la universidad. No sabía cuánto duraría en Brístol antes de que escapara de nuestra familia en un avión.

Rachel

—¿Primera vez? —preguntó una voz grave a mi lado.

Asentí.

—Primera vez.

—La primera vez es una mierda.

Me di la vuelta. Frente a mí estaba un pelirrojo con ropas holgadas, al estilo rapero y una barra metálica en la ceja. No tendría más de veinte. Debía de tener un niño o ser un pervertido que tomaba la primera oportunidad que se le había presentado para que nuestra conversación tuviera sentido.

—También pasé por eso —dijo como si leyera mi mente.

—¿Tu hermano?

—Mi hijo. —Parpadeé. Sonrió con amargura—. Adelante, dilo.

Fingí no tener ni idea de lo que hablaba.

—¿Qué cosa?

—Que soy muy joven para ser padre.

—Yo no…

—Lo piensas.

—No, en serio —insistí.

—Eres pésima mintiendo. —Hizo una mueca—. Pero lo que tú digas.

—Basta. —Reí—. Tampoco te llevo tantos años. Tengo veintiuno, ¿tú?

—Dieciocho.

—Pues entonces estamos en la misma sociedad de padres jóvenes, pero no de embarazos precoces. Eso es algo, ¿no?

—Padres, madres jóvenes —rectificó—. ¿O ese no es tu caso?

—¿Hablas de ser madre y padre al mismo tiempo? —Hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. Le dediqué una lenta sonrisa cómplice—. Culpable.

—Entonces te declaro mi socia. —Se enfocó en Madison—. Tiene tus ojos. Son muy hermosos. No me imagino qué tipo de imbécil podría no querer verlos cada día.

—No, ni te lo imaginas —murmuré—. ¿Qué tal te llevas tú con su mamá?

—Murió —Contuve las ganas de llorar por él, lo que debió notar por cómo se encogió de hombros para restarle importancia—. Nunca nos quiso, de todas formas. La extraño, pero está mejor así. Estamos mejor así. —Sonrió con melancolía. No hallé adecuado opinar, por lo que callé—. Soy Marco, ¿tú?

Le estreché la mano.

—Soy Rachel. Ella es Madison.

Como si hubiera reconocido su nombre, mi bebé asomó la pequeña cara de su lugar en mi cuello. Marco le sonrió encantado. No lo podía culpar. Estaba adorable con su gorro y botas para la lluvia.

—Un placer, Madison. —A Maddie también le estrechó la mano. Hice una mueca. Tendría que limpiársela con liquido antibacteriano cuando se fuera—. ¿Te quedas aquí?

—Desafortunadamente —contesté por ella con un mohín.

—Bien. Ya no les robo más tiempo. —Se cubrió más con su chaqueta de cuero—. Repito que fue un placer conocerlas. Espero verlas por ahí.

—Igual—murmuré mientras lo veía partir.

Como las supervisoras del turno de la tarde me indicaron, fui directo a la última puerta de aluminio del único pasillo. Toqué de forma suave, agradeciendo que Cristina, mi asistente, se ocupara de llenar los papeles y cumplir con los requisitos de la inscripción. Ya solo dejando a Madison en la guardería, se me rompía el corazón. Imaginaba que, de haber sido yo, hubiera llorado como una Magdalena sobre ellos hasta que se deshicieran, lo cual a mi parecer sería de lo más normal en vista de que estaba por compartir mi mayor tesoro para permitirme más horas de trabajo sin tener que recurrir al auxilio de Gary, Ryan o Cleo, mi mejor amiga, quienes tenían su propia vida con sus propias preocupaciones.

Una mujer en sus sesenta, uniformada, baja y de pelo gris me abrió.

—¡Hola! —saludó con animosidad—. Debes ser Rachel. Cris me habló mucho de ti. —Los nietos de Cristina estaban en el mismo kínder—. Por fin te conozco.

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