Incluso, McGrath ahonda en esta dimensión fantástica de la obra y plantea que la evidente ambigüedad que tienen Sachiko y Etsuko ante la maternidad proviene de la presencia implícita de una deidad mítica de origen budista: Kishimo, la guardiana y devoradora de niños. De acuerdo con la leyenda, al conocer a Buda ella dejó de comerse a los niños y se transformó en su guardiana, pero, de vez en cuando, el deseo devorador vuelve. En este plano, las dos amigas son una fusión simbólica de la diosa, y aunque Sachiko es la mala madre y Etsuko la trata de proteger, Mariko les tiene miedo porque presiente lo que las dos significan. De hecho, el último encuentro que tiene Etsuko con Mariko es muy perturbador, pues ella la busca cerca del río, mientras la niña corre desesperada porque su mamá le ahogó los gatos, y al encontrarla ve con terror que “una cuerda” está enredada en la sandalia de Etusuko. La niña huye en medio de la noche.
Ahora bien, la novela permite otras interpretaciones de ese nexo clave entre estos personajes. Una explicación psicológica podría hacer dudar de la existencia real de Sachiko y Mariko, pues de alguna manera el profundo trauma abierto de la culpabilidad de Etsuko frente al suicidio de su hija la pudo llevar a la construcción de falsos recuerdos, y a proyectar en ellas su responsabilidad, pues le había dicho a Niki que Keiko jamás pudo ser feliz en Inglaterra y que en su infancia en Japón había sido una niña tranquila.
Esta opción analítica no es descabellada, por dos fragmentos específicos de la novela. En una parte Etsuko advierte: “Es posible que con el paso de los años mis recuerdos hayan perdido nitidez, que las cosas no sucedieran tal como me vienen ahora a la memoria”. El otro episodio es muy significativo, pues cuando Niki le pregunta por el valor de una vieja foto guardada, de un calendario, ella le responde: “—El calendario que te he dado esta mañana –dije–, es una vista del puerto de Nagasaki. —¿Y qué tuvo de especial? –dijo Niki. —¡Ah!, nada de especial. Solo ha sido un recuerdo, eso es todo. Keiko fue muy feliz aquel día. Nos subimos al teleférico”. En realidad, los lectores sabemos que eso no es cierto y que en ese paseo quien fue feliz por única vez fue Mariko; Keiko no había nacido aún.
Aunque es la dimensión realista de la novela la que ha predominado en sus lectores y críticos. Por un lado, la historia familiar y cotidiana de Etsuko, su marido y su suegro, la obvia discriminación y maltrato psicológico por parte de Jiro, los amigos que se quejan de la falta de sumisión de sus mujeres, entre otras, son las tramas estructurales de la obra donde los críticos han visto la influencia del cine de Yasujiro Ozu (1903-1963) y el género denominado Shomin-geki, que significa los dramas familiares de la gente común. Taketomi ha puntualizado que escenas como la de Jiro y los amigos embriagados que llegan a su casa una noche son recreaciones de la película Soshun (Primavera precoz, 1956), los amables vínculos entre Etsuko y Ogata rememoran a Tokyo Monogatari (Cuentos de Tokio, 1953) y el personaje de Mariko le debe bastante a Ohayo (Buenos días, 1959).
Sin embargo, más importante que lo anterior es que a través del cine de Ozu, Ishiguro ha escrito una novela que se inscribe en una categoría estética de la tradición literaria japonesa y que se denomina mono no aware. Este término, que tiene que ver con la sensibilidad por las cosas y la empatía emocional con los demás, fue acuñado y definido en un contexto literario por el crítico Motori Noringa (1730-1801), al interpretar el clásico libro Genji Monogatari (Historia de Genji) del siglo xi, escrito por Murasaki Shikibu, quien ha sido comparada con Proust. Noringa, introductor del sintoísmo en la exégesis literaria, expresó:
La poesía o la novela no se ocupa del bien o del mal, de la sabiduría o la estupidez. Tan solo describe con detalle lo que el ser humano siente en su corazón y de esa descripción los demás aprendemos cómo es el interior de las personas [...]. Es a través de una obra literaria que comprendemos cómo son los sentimientos humanos, comprendemos qué es mono no aware.
El énfasis en Pálida luz en las colinas está puesto en los sentimientos de Etsuko, en las profundas emociones que le genera su culpabilidad y también en la nostalgia del Japón de su juventud. Corrobora lo anterior lo que Ishiguro le dice a Mason: “No me interesaban los hechos concretos. El foco está en otro lugar. En la agitación emocional”. Lo cual no significa que no aparezca en la novela el eco de ese trágico momento histórico que se vivió. A los sobrevivientes de la bomba atómica la guerra los empobreció, los desubicó, les modificó sus condiciones sociales previas. Sachiko quedó viuda, Etsuko huérfana, la señora Fujiwara, de alta clase social, perdió a su marido y a cuatro hijos y subsiste gracias a que dirige un modesto restaurante. Cuando Ogata-san le recuerda a Etsuko que ella tocaba muy bien el violín, y ella dice haberlo olvidado, él replica: “Estabas muy desquiciada, lo cual no era nada sorprendente. Todos estábamos desquiciados, todos los que sobrevivimos”.
Por eso es tan importante, en medio de la desazón y melancolía de los sobrevivientes, el optimismo de la señora Fujiwara, quien refiere que se debe olvidar el pasado y construir un nuevo futuro. Este personaje no es irónico; en mi concepto simboliza la extraordinaria capacidad de resiliencia que tuvo Japón para recuperarse de su trágica derrota. De hecho, en el famoso paseo que Sachiko, Mariko y Etsuko realizaron a la región campestre de Inasa, esta última refiere que:
Permanecimos allí sentadas durante un rato, disfrutando de la brisa mientras recuperábamos el aliento. Entonces dije: —Se diría que aquí nunca ha pasado nada, ¿verdad? ¡Todo parece tan lleno de vida! Sin embargo, aquella zona de allá abajo —con la mano señalé el paisaje que se veía a nuestros pies—, toda aquella zona quedó totalmente destrozada cuando cayó la bomba. Y mira ahora. Sachiko asintió con la cabeza, después sonrió volviéndose hacia mí. —Hoy te veo tan alegre —dijo. —Es tan reconfortante estar aquí. Hoy he decidido que voy a ser optimista. Estoy dispuesta a tener un futuro feliz. La señora Fujiwara siempre me dice lo importante que es mirar hacia adelante. Y tiene toda la razón. Si no fuera así, ¿quién habría levantado todo esto? —volví a señalar el paisaje—. Todo esto seguiría siendo ruinas.
Pareciera decirnos Etsuko, o tal vez Ishiguro, que la naturaleza no es tan fácil de destruir por la ferocidad y la locura humana, que al final reinará ella sin nosotros y que a lo mejor nos extinguiremos y la tierra perdurará. Por último, el otro conflicto colectivo que se vislumbra en la novela es el irrespeto con los viejos, señalados, entre muecas y miradas furtivas, por las nuevas generaciones de japoneses que los responsabilizan de haber conducido el país a la guerra y a la destrucción, por la locura imperialista. Esto está representado en el artículo que escribe un discípulo de Ogata-san, el joven Shigeo Matsuda, amigo de Jiro, contra él y otro docente llamado el “doctor Endo”. Allí dice que el único aporte que hicieron fue “jubilarse”, y los acusa de contribuir a la locura militarista del país que desembocó en la guerra. Ogata se cansa de pedir a Jiro que escriba a Shigeo y le exija una disculpa pública. Entonces, va en su búsqueda y lo confronta. Pero él se reafirma y le dice que
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