1 ...7 8 9 11 12 13 ...28 DESFILE POR MANHATTAN
El 28 de marzo de 1970, se convocó a una de las primeras manifestaciones para demandar expresamente la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, organizada por una coalición de diferentes agrupaciones feministas neoyorkinas. Se agruparon en la escalera de entrada de la Catedral de San Patricio y luego desembocaron en la Plaza Unión. (42) Mientras se pronunciaban discursos, una simpatizante irlandesa católica distribuyó perchas de alambre pintadas de color rojo sangre. Para amenizar la espera intervino un grupo de teatro de guerrilla que leyó fragmentos de la pieza teatral, de producción colectiva, ¿Qué has hecho por mí últimamente? Asimismo, una multitud a paso ligero y con el impulso de una borrasca atravesó de punta a punta la ciudad para desembocar en la Quinta Avenida al grito desafiante de “¡Salgan de sus casas! ¡Salgan de las tiendas¡ ¡Levántense mujeres y a unirse todas! (43) Frente a la algarada hubo, claro, rostros espantados y boquiabiertos de personas que prolijamente correctas salían de compras. Entre los pocos que se opusieron aparecieron algunos varones que levantaban carteles que decían: “Mamá, gracias por no haberme arrojado al retrete”. A ellos, las mujeres les rebatían: “Chovinistas, tengan cuidado: el cerdo de hoy es tocino mañana”. (44) Merece resaltarse que una escritora argentina presenció esta marcha vibrante: María Rosa Oliver. Detallaba lo presenciado de esta forma: “Vi una movilización feminista que marchaba por las calles de esa ciudad cosmopolita y hacía gala de un inmenso cartel con el lema “quinientos dólares el aborto equivale a su prohibición”. (45) En efecto, ese era el precio tentativo de un aborto en una clínica privada. A veces hasta llegaba a los mil dólares. Además, circulaba un dato revelador: dentro de la comunidad portorriqueña, en el barrio de Harlem, aumentaba el número de muertes por abortos baratos, en condiciones sanitarias deficitarias. (46)
También al mediático antropólogo Marvin Harris no dejaba de sorprenderle que diez mil feministas desfilaran por una de las principales arterias del centro de Manhattan, símbolo de la bonanza económica de Estados Unidos. Desde ya que hubo hostigamiento por parte de los curiosos que les gritaban al rojo vivo: “Traidoras sin sostén”, “Acosadoras de varones”. Pero allí no terminaba su asombro: él comentaba que otras tantas se manifestaron en Boston y en San Francisco. Mientras que en el Rittenhouse Square de Filadelfia las feministas se preparaban para la lucha aprendiendo karate en plena calle y a la luz del día. Simultáneamente, en el Duffy Square de Nueva York, Mary Orovan hacía la señal de la cruz en una ceremonia en honor de Susan B. Anthony, entonando: “En el nombre de la Madre, de la Hija y de la Santa Nieta. Ah, mujeres”. Y la muchedumbre enarbolaba pancartas que decían: “Arrepiéntanse machistas, su mundo se está acabando” y “No prepares la cena esta noche: matá de hambre a una rata”. (47) Hasta aquí la descripción detallada de Harris sobre la proliferación, a una velocidad asombrosa, de las mujeres devenidas activistas rebeldes que requerían manifestarse en público. (48)
Apenas unos meses después de la concentración, la Legislatura de Nueva York votó la enmienda a las leyes sobre aborto que entraría en aplicación tres meses más tarde. Justamente, el 1 de julio de 1970 se sancionó una legislación que permitía la interrupción del embarazo siempre que la efectuase un médico antes de las 24 semanas. Pese a todos los avances, la Campaña Femenina por el Aborto (CFA) exigía la fijación de topes para los abortos. Proponían además un rally de educación sexual, clases preparatorias para médicos por abortistas expertos; el funcionamiento de un comité de reclamo; un consejo de investigaciones sanitarias y clínicas de abortos gratuitos.
Transcurridos tres años, los grupos defensores del aborto libre iniciaron una estrategia de efecto punch: litigar mediante un caso prueba para llevar el tema a la Suprema Corte de Estados Unidos, que generalmente aceptaba casos cuando las diferentes cortes federales no se ponían de acuerdo sobre el mismo problema. Así lo consignaron dos consagradas investigadoras, Marlene Geber y Friedy Shelia Clark, sobre Roe vs. Wade, el juicio que finalmente permitió elegir abortar legalmente. (49) Sucedió en 1973, a través del famoso fallo –seis votos contra dos– se decidió que todas las leyes existentes sobre el aborto eran inconstitucionales y que una mujer en el primer trimestre del embarazo podía tomar su propia decisión ya que estaba protegida por el derecho a la privacidad. Sin embargo, la corte no confirmó el derecho a la autonomía sobre el cuerpo. Ese era, por cierto, el punto que las feministas exigían con plena convicción y fundamentos. Claro que hoy, con la perspectiva del tiempo, podemos aceptar que la resolución final en su contexto histórico demostró ser una respuesta lógica a la coyuntura.
CHICAGO Y BOSTON EN LA MISMA LUCHA
A decir verdad, no todo se movía en torno a la metrópolis en la cual se asienta la estatua de la Libertad; también Chicago y Boston tuvieron sus historias. Se cumplieron importantes hitos que fueron dejados en el olvido por las generaciones siguientes. Con una consigna premonitoriamente afín a la del posterior movimiento punk londinense, que proclamaba “Hazlo tú mismo”, los grupos de activistas radicales convocaban a sus pares a apropiarse del conocimiento médico. Sin ir más lejos, en 1969, funcionó un legendario grupo secreto de mujeres en Chicago, subsumidas bajo el nombre en código Jane, que era el seudónimo del Servicio de Consejería en Aborto para la Liberación de las Mujeres. (50) Jane pasó de ser un grupo de derivación a uno de prestador, de allí que comenzaran a practicar abortos clandestinos en hoteles contratados para ese fin. Al principio los realizaba un médico, pero luego se deshicieron de él y comenzaron a entrenar a sus integrantes para practicarlos ellas mismas y así evitar toda forma de dependencia. Descubrieron que si las mujeres dependían de practicantes ilegales, estarían virtualmente indefensas. Entonces decidieron controlar el proceso y practicarlos ellas mismas. Ninguna era profesional de la salud. De más está decir que lograron reducir el precio de la intervención y mejoró la calidad de la atención de manera notable.
Una meta las guiaba en estimular la conquista por el derecho a decidir. Claire, una de sus fundadoras, sostenía que “el aborto era el eje de la lucha por la liberación de las mujeres pues les daba el control de su propia reproducción, y que esperar algo del gobierno era ilusorio. Las mujeres se tienen únicamente así mismas”. (51) Jane cobraba solo lo necesario para cubrir los gastos de material médico y administrativo. Jamás rechazaba a una mujer que no pudiera pagar. Además, otorgaban información de métodos anticonceptivos y atención postaborto. La activista libertaria Laura Kaplan, autora del libro La historia de Jane: el legendario servicio feminista de abortos clandestinos, fue integrante de esta colectiva. Su relato es fresco y emotivo: “Fuimos únicas en el sentido de que elegimos actuar teniendo como guía las necesidades de las mujeres. Al hacerlo transformamos el aborto de una práctica silenciosa y sórdida, en un acto de reafirmación y poder. Jane encarnó un cambio en la concientización que fue el de tener que pedir algo a hacerlo por una misma. Nosotras aprendimos que el cambio social no es un regalo que nos dan nuestros líderes y héroes, sino que se obtiene mediante el trabajo de gente común trabajando en equipo. Lo obtenemos por medio de lo que decidimos hacer al respecto”. (52)
La historiadora Marcela Brusa relata que la mayoría de las activistas que intervenían en esta colectiva eran estudiantas de la Universidad de Chicago. La primera edición de este libro fue publicada por Pantheon Books de New York (53), en 1995. Dos años más tarde la University Chicago Press lo lanzó por segunda vez. Además, Brusa considera que tal acontecimiento podría emparentarse de manera lejana con el uso actual de las líneas telefónicas que orientan con información –producida por la Organización Mundial de la Salud– para un aborto autoinducido a través del empleo del medicamento “misoprostol”. Está comprobado que dicha práctica disminuye las complicaciones en países donde el aborto es ilegal.
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