1 ...7 8 9 11 12 13 ...19 LAS DIMENSIONES
Restauradora
En este capítulo se refuerza la idea de que Jesús es la encarnación de la ternura de Dios. En él se manifiesta toda aquella gama de ternura que se lee en todas las palabras que la expresan en el Primer Testamento. En Jesús la ternura se concreta en una persona que la hace tangible en cada una de sus acciones y palabras. Cada texto bíblico sobre la vida de Jesús debe servirnos para confirmar nuestra fe en un Dios de ternura, que solo se nos muestra y se nos ofrece mediante la práctica de la ternura de Jesús.
Superar la imagen de un Dios enjuiciador y de una fe basada en el juicio sobre el pecado es un paso crítico en el proceso personal de nuestro encuentro con el Dios de la ternura. Nuestro reto como creyentes en Cristo es trabajar esa ternura en nuestra relación con Dios para lograr nuestra propia restauración. Y, para ayudar en su restauración a las personas con las que compartimos en la comunidad de fe, debemos promover a ese Dios de la ternura a través de nuestra propia vivencia de la fe.
Las múltiples referencias sobre Jesús como compasivo y misericordioso nos refuerzan la certeza de que Dios es infinitamente misericordioso. En la vivencia de nuestra fe, esa ternura es signo de su pacto de amor con la humanidad, lo cual debería motivarnos a celebrar una fe compasiva, viva, amorosa, de convivencia más que de sacrificio y castigo.
La muerte de Jesús, como se ha expuesto en este capítulo, debería verse más como un acto de ternura que de sacrificio. Esta perspectiva nos exhorta a que, como personas seguidoras de Jesús, en la vivencia de nuestra fe, nos enfoquemos más en la ternura que en el sacrificio.
Formativa
Así como este texto nos muestra la vida de Jesús, en especial su pastoral y praxis como un acto de rebeldía motivada por su ternura, debemos aprender y enseñar aspectos concretos sobre su persona. Solo así experimentaremos, en los contextos particulares de las comunidades de fe, una fe más acorde a esa ternura rebelde y revolucionaria.
Anteriormente se ha descrito a la ternura como un valor, ahora, en esta parte del texto, se presenta como valor distintivo de las comunidades cristianas originarias. Por eso, todos los espacios de formación, de praxis pastoral, incluso de producción teológica, deberían tomarlo como un valor que los caracterice, que sea el centro de todo lo que se construya desde la fe cristiana.
Transformativa
La ternura como requerimiento para instaurar el Reino, como afirma el autor de este capítulo, es un reto demandante y complejo, con implicaciones de fondo y forma para las comunidades de la fe cristiana. La ternura debe permear todos los ámbitos, desde las acciones pastorales, las celebraciones, actividades cúlticas hasta la producción teológica y las interpretaciones bíblicas. El ejercicio de la ternura engendra transformación, primero a nivel individual, en el propio entendimiento de la fe en Jesús y del Dios tierno, y luego a nivel comunitario, en lo que las distintas iglesias deben hacer en su contexto para llevar vida a un mundo que va contra la vida.
El testimonio de la resurrección de Jesús, que el autor ve como rebeldía de la ternura contra este mundo deshumanizador, puede ser una clave fundamental para la ruta de transformación de la vivencia de la fe cristiana. Esta América Latina, tan asediada por la violencia, solo puede ser transformada desde la ternura encarnada en la Iglesia.
Tan tierno como el Espíritu de Dios: La inexplorada dulzura del Espíritu.En Gálatas 5.22, cuando se describe «el fruto del Espíritu», se usa de manera sugestiva el mismo término jrestótes que algunos traducen como benignidad, amabilidad o gentileza, pero que también característica del Espíritu Santo poco notable en la pneumatología clásica de los últimos siglos. El símbolo del Espíritu ha sido un «código cerrado», reducido a una «paloma» que acompaña en la Trinidad a dos varones. La teóloga brasileña Ivone Gebara lo expresa así con lúcido atrevimiento: «nuestra imaginación religiosa necesita una verdadera terapia, ya que se ha reducido la Trinidad a un hombre viejo, a un hombre joven y a un pájaro» (Gebara, 1994, p. 17).
PENSAR
¿Qué posibilidades nos abre la Trinidad, en especial el Espíritu, para convertir a la ternura en sujeto activo del lenguaje con que nos comunicamos, la producción teológica y la praxis pastoral?
El Espíritu Santo —y la Trinidad en su conjunto— requiere de nuevas comprensiones teológicas. Lo han predicado como aquel que es la fuente de poder de la Iglesia (Hechos 1.8); pero, en el trascurso de la historia, ese poder ha sido asimilado como un poder que concede autoridad sobre otras personas y poderío espiritual para hacer señales extraordinarias y otros prodigios. Esta, precisamente, fue la tergiversación de Simón el mago: «Simón, al ver que el Espíritu Santo venía cuando los apóstoles imponían las manos a la gente, les ofreció dinero, y les dijo: Denme también a mí ese poder, para que aquel a quien yo le imponga las manos reciba igualmente el Espíritu Santo» (Hechos 8.18-19). Simón quería «ese poder».
No obstante, la reflexión acerca de la ternura, nos ayuda a pensar que el poder del Espíritu Santo es, sobre todo, un poder tierno, amable, amistoso y que actúa con dulzura. Esta comprensión nos ofrece una nueva perspectiva del Espíritu y del poder que él le otorga a la Iglesia. ¡La dulzura es la característica que mejor expresa la grandeza del poder de Dios! De manera que la promesa con la que se inicia el libro de los Hechos, «Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y los capacitará para que den testimonio de mí en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el último rincón de la tierra» (Hechos 1.8), es la promesa del poder que le permite a la Iglesia dar testimonio de la dulzura de Jesús, como también de su «amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo» (Gálatas 5.22-23). Porque nadie logra tal testimonio si no es por la gracia del Espíritu. Por esta gracia es que se logra vivir bajo el poder del amor , en lugar de sucumbir ante el amor al poder (Cf. Segura, 2011).
Los escritos del Primer Testamento nos ofrecen el relato de la experiencia de las primeras personas cristianas en su intento de vivir la ternura del Espíritu en el mundo del primer siglo. Aquella era una comunidad misionera, cuya misión consistía en encarnar la ternura de Jesús y así dar testimonio del Reino. Porque esta es la tarea primordial de la Misión cristiana: ser dulzura de Dios para la humanidad (1 Juan 2.6).
En última instancia
ACTUAR
¿Qué acciones deberíamos implementar para que en las iglesias y organismos de formación se abran diálogos interdisciplinarios para alimentar con la ternura a la teología incluso a la pastoral?
Por lo dicho hasta aquí se entrevé la necesidad de ahondar en una teología latinoamericana de la ternura, con arraigo bíblico, talante pastoral y compromiso social. Existen valiosas contribuciones teológicas provenientes de otras latitudes (principalmente de Europa) que se deben agradecer y tener en cuenta. También hay aportes procedentes de otras disciplinas, como la pedagogía, 2la psicología, la filosofía, etcétera. La teología debe contar con ellas como legítimas interlocutoras en el diálogo interdisciplinario. Y así, entre exploraciones bíblicas, contribuciones teológicas, confrontaciones proféticas de la realidad, acciones pastorales y diálogos fecundos, la teología de la ternura debe avanzar. La jornada teológica ya se inició, el camino por recorrer aún es largo; ¡no hay cómo retroceder! Sirva el presente texto como estímulo para la jornada y pan para ese camino. Los capítulos siguientes profundizarán algunos de los temas enunciados en este capítulo introductorio y expondrán otros aspectos medulares del tema.
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