Quise observarla, y me detuve. Hay siempre, en nosotros, una curiosidad indefinible que nos lleva a sondear todas esas almas ambulantes que creemos minadas por ocultas emociones. ¿Y por qué no? Tal vez la ilusión de una pequeña aventura; los burgueses olímpicos no comprenden la delicada aristocracia de los amores humildes.
Seguramente —pensaba yo— será la hija de algún antiguo empleado público, a quien se adeuda hoy, por lo menos, cinco meses de trabajo; vivirá en uno de esos pasajes apartados, donde se amontonan toda clase de gentes; tres cucuruchos sombríos, incluyendo la cocina, en un segundo piso; tal vez sobre la baranda habrá un tiesto de flores; la mamá, gorda, regañona, descontenta siempre, la obligará a llevar los menudos quehaceres de la casa: aplanchar la ropa los sábados; limpiar la milenaria levita de papá, con amoníaco; disponer la mesa; dar su ración al gato, erizado y eternamente hambriento. Y claro, esta pálida muchacha será también un poco romántica; leerá por las tardes versos sentimentales, y al través de ellos hará volar sus ilusiones como pájaros locos; en los dulces crepúsculos de invierno soñará, sentada en un rincón, con fastuosidades deslumbrantes, con placeres desconocidos, con días espléndidos de fortuna y de triunfo. ¿No es del fondo de esos cucuruchos sombríos que abundan en las grandes ciudades, de donde han surgido las cortesanas célebres, las actrices famosas, las reinas aventureras, las mujeres fuertes, diabólicas, o sabias, que pueblan la historia del mundo?
Entre tanto, esa pálida niña de los zapatos gastados, seguía mirando con las pupilas encendidas el alucinante escaparate de la Calle Real.
El Espectador, “Día a día”, Bogotá, 26 de junio de 1918.
El problema
Los movimientos místicos que han tenido lugar en Boyacá hacen cavilar en ese hondo problema religioso que se presenta hoy, palpitante y torturador, a la juventud del país y que tan poco parece preocuparnos. ¿Es sincero, es profundo aquel amor agresivo que ciertas clases sociales demuestran por las añejas tradiciones, por las reliquias sagradas que encarnan el espíritu invisible de los dioses? Yo quisiera contestar afirmativamente, porque prefiero el fanatismo acérrimo, que al fin acendra cierta vitalidad, a la indiferencia hipócrita que es disolvente y paralizadora. La historia nos dice que los pueblos jamás han sabido ser grandes, conquistadores y fuertes, sino cuando las creencias religiosas —absurdas, si queréis hasta bárbaras— están íntimamente arraigadas. No es la mayor o menor posibilidad de verdad lo que se refiere hoy, sino el grado máximo de fervor que empuje a obrar.
Pero es en las inteligencias estudiosas, en las mentes inquietas que apenas empiezan a vivir, donde el grave problema iza sus interrogaciones torturantes. Palpita hoy un anhelo vago de idealidad que ha de ser llenado. Los partidos políticos no acendran ya el suficiente dinamismo que pudiera sugestionarnos. Nos debatimos dentro de ellos, miserablemente, sin encontrar lo que ansiamos; pasamos de unos a otros haciendo alarde de una veleidad aparentemente ligera, pero en el fondo muy lógica. Porque es un fenómeno muy conocido ya de los analizadores de sociedades y de almas ese de que las juventudes conservadoras y católicas se van liberalizando poco a poco en desarrollo de una ley de evolución que caracteriza a la inteligencia. En cambio, los que nos hemos levantado en ambientes radicales, ¿qué haremos, amigos míos, para sustituir ese derrumbamiento de ídolos y de creencias que se efectúa constantemente en nuestras conciencias? Algunos, bien lo sé, vuelven insensiblemente hacia las vetustas tradiciones de los abuelos.
En Francia, por ejemplo, los jóvenes avanzados, que tienen una ascendencia espiritual de jacobinismo intransigente, han vuelto los ojos hacia el catolicismo viejo y decrépito, pero que, al lado de enervantes aberraciones, conserva aún ciertas virtudes sugestivas, un sedimento de idealismo que subyuga.
Pero los que, sin desconocer todo eso, sentimos cierta aversión a los procederes tortuosos, a las maquinaciones clericales, a todo lo que ensombrece la belleza innegable de ese credo, los que anhelamos algo más puro, más eficiente, más acorde con nuestras almas modernas, libérrimas o analizadoras, ¿qué caminos inconocidos emprenderemos? A la luz de mis pequeños alcances no percibo un sendero celeste por donde pudiéramos escaparnos dignamente en esta derrota terrible de los ideales. Miro dentro de mí, y me hallo como un templo abandonado, donde los altares han sido derribados bruscamente y donde la maleza se alza sobre las ruinas desoladas. ¿Entonces? ¿Intentar una renovación religiosa, a manera de Pietro Maironi? Yo no sé, y creo precisamente que allí está el problema.
¡Oh tormento el de este vacío angustioso, infecundo, que invade como una sombra de fatalidad nuestra juventud fragante! No encontrar nunca, no encontrar jamás, amigos míos, aquella serenidad armoniosa que Goethe alcanzó para su espíritu.
El Universal, “Glosas insignificantes”,
Barranquilla, 8 de julio de 1918.
La mala literatura
Hace pocos días murió en Francia Jorge Ohnet,14 autor de un gran número de novelas populares; confieso que jamás he tenido la curiosidad de leer o siquiera hojear una sola de ellas. Pero sí recuerdo haber visto un juicio de Anatole France, donde el delicioso ironista se permite unas bromas demasiado agrias, infames, con el fecundo autor de La voluntad. No tengo presentes las palabras textuales de France, pero sí puedo asegurar que afirmó, refiriéndose a los libros de Jorge Ohnet, que eran los más malos que se han escrito y que se escribirán. No tendré la osadía de ir en contra de esa opinión, aunque siempre he creído que hay que estar en guardia respecto a las opiniones del tal monsieur France.
A pesar de todo, si registráramos la mercancía de nuestros libreros ambulantes o los catálogos de nuestras librerías, pudiéramos observar que abundan más los tomos firmados por Jorge Ohnet u otros semejantes que los de France. Quizá pase lo mismo en Europa. Y es que los productores de mala literatura, aunque no merezcan la aprobación de cierta aristocracia intelectual, tienen un mérito indiscutible y casi hermoso: apagar la sed de emociones espirituales en una infinidad de gentes sencillas.
Hay un gran número de personas, incluidas en todas las clases sociales, que poseen un amor inextinguible a la lectura, pero que no tienen el refinamiento o el buen gusto suficiente para saborear esta literatura que se ha llamado gloriosamente impopular; son los porteros, los aurigas, las modistillas, ciertas matronas curiosas de provincia, burgueses barrigudos y buenos, colegialas precoces, viejecitas sabias, todos aquellos que devoran ansiosamente los folletines sensacionales de los periódicos o las aventuras prodigiosas de Rocambole.
Y, seguramente, cuando la volubilidad de las mentes selectas haya olvidado las exquisiteces de Anatole France, cuando ya no se guarde ni un recuerdo del frágil ironista, habrá aún alguna portera insaciable que se deleite leyendo la centésima edición de un pésimo libro de Jorge Ohnet.
En un campo muy distinto, pero también dentro de la que hoy entendemos por mala literatura, está entre nosotros Julio Flórez. No me atrevería a decir que Julio Flórez fue un gran poeta, porque me tirarían piedras y porque el concepto de poeta (esa maltratada palabra) ha evolucionado un poco. En la Edad Media, por ejemplo, se llamaba con ese bello nombre a aquellos juglares errantes que decían sencillamente, con el corazón, bellas cosas del Amor y de la Muerte ¡divinos motivos (y eternos)! ante los dulces y encantados ojos de las princesas. Tal vez Julio Flórez pudiera incluirse en el número de esos amables rapsodas que cantaban loca y descuidadamente y cuya estirpe ha desaparecido. Por eso es el poeta, en el sentido antiguo y muy hermoso de la palabra. Es el poeta que ha sabido hacer vibrar esa cuerda sentimental, romántica, que existe, tan sensible y tan honda, en nuestros pueblos tropicales. ¡Cuántas pálidas muchachas habrán echado a volar sus ilusiones, habrán llorado silenciosamente, sobre esas estrofas sentidas, vulgares muchas veces, pero de una belleza sencilla, al alcance de las almas pequeñas!
Читать дальше