Paula Velásquez Escalofriada - Sincronía

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Layla Bramson oculta un don sobrenatural que la hace vulnerable a las palabras, Zack Hawkins está obligado por un contrato de confidencialidad a mantener su trabajo en secreto; ambos vivieron una tragedia que envió sus vidas en direcciones opuestas. Ella es la única que podría devolverle la fe en sus historias, él es quien la puede armar de valor para enfrentar sus miedos.
Solo hay un problema: ellos aún no se conocen.

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El padre Kárpáthy jamás diría algo así, tenía que omitir sus comentarios personales.

—Algo que destaco de la Biblia es cómo ilustran la importancia de encontrar una buena mujer. Hablemos de Dalila. Todos recordamos la historia de Dalila y Sansón, ¿no? Sansón era un fortachón descerebrado. Sus papás le dijeron que no se metiera con filisteas, pero él los ignoró. Ya tenía un historial de mala suerte con las filisteas, pero llegó esta... —Se contuvo de soltar el término que mejor la describía—. Dalila y se enamoró de ella. Los príncipes de los filisteos la sobornaron con mucho dinero para que descubriera cuál era el secreto de la fuerza de Sansón y ella lo sedujo para sonsacarle la información. Él le mintió tres veces diciéndole la forma en que podían destruirlo y ella les dijo a los filisteos tres veces cómo hacerlo.

»Se libró en todas las ocasiones, claro, porque no le había confiado su secreto. Ella es tan descarada que le dice: «Y si me amas, ¿por qué no me cuentas tu secreto?». ¿Lo pueden creer? Así se la pasó insistiendo por días, haciéndose la muy afligida. —Se llevó la mano al pecho e imitó una voz femenina—. «Ay, Sansón, ¿acaso no me amas?». Hasta que él no soportó más y le descubrió su corazón. Le contó que su fuerza residía en su pacto con Jehová y que perdería su fuerza si lo rapaban. Ella hizo que se durmiera en sus piernas y los filisteos vinieron a quitarle su cabello. Él terminó sin ojos. Dalila es un claro ejemplo de... de... ¡una manipuladora sin escrúpulos!

El acólito se acercó a su lado y le susurró:

—Creo que ya es suficiente, padre. Se está exaltando.

Él lo ignoró, caminó de vuelva al atril y dejó la Biblia allí.

—¿Saben quién es una gran mujer? Scheherezade, la protagonista de Las mil y una noches. Después de ser traicionado por su esposa, el rey Schariar desposaba una mujer cada noche y en la mañana ordenaba que la mataran. La hija del visir, Scheherezade, decide sacrificarse y se ofrece como la esposa del rey. En la primera noche le cuenta una historia que deja sin concluir al amanecer y le promete que la terminará a la noche siguiente. Así, a través de historias, durante mil y una noches logra sanar el duro corazón del rey, le enseña valores como la compasión y la rectitud y le devuelve las ganas de vivir. ¡Esa si es una buena mujer, no como esa jodida Dalila! Todos ustedes deberían leer ese libro, es mi favorito. Es grand...

Una mano se aferró con firmeza a su hombro y lo arrastró hacia atrás.

—¿Qué crees que estás haciendo? —masculló.

Era el padre Ross quien le hablaba. Su rostro estaba enrojecido, los ojos negros lanzaban llamas. Pasó saliva. Miró al público, varias personas de las primeras filas se habían puesto de pie y estaban subiendo a la tarima.

—Eso es todo lo que quería compartiros, hermanos. Gracias.

Se quitó el micrófono y lo dejó sobre el atril. Entonces trajo el padre a su pecho y le dio un dio un fuerte abrazo. El hombre le llegaba al abdomen, tenía entradas en el cabello y no le ponía menos de sesenta años.

—Padre Ross, gracias por todo, te espero en Budapest cuando tengas ocasión —dijo en voz alta, para que lo escucharan.

—¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? —farfulló.

—¡Lo sé! ¡A mí también me gustaría quedarme más tiempo! —vociferó, luego bajó la voz para que solo él lo escuchara—. Les dije que tú me invitaste así que es mejor que me sigas la corriente con esto.

Una mujer alta con un sombrero azul de ala ancha y un vestido que mercaba su cintura lo reprochó.

—Padre Ross, ¡¿qué significa esto?! —Los miró a ambos, su boca estaba cubierta de labial rojo carmesí—. ¿Cómo pudo interrumpir al padre Kárpáthy de esta manera? Eso fue muy grosero de su parte.

—Él ni siquiera... —dijo en respuesta, pero ella lo interrumpió.

—Mi hija va a llegar en cualquier momento, tengo mi ansiedad hasta la coronilla y el amable padre nos estaba entreteniendo con su charla... educativa.

Debía estar bromeando.

—¡¿Pero de qué estás hablando, Deborah?! —intervino otra mujer, pequeña y redonda, que usaba un traje rosado—. Este joven no ha hecho más que burlarse de las Escrituras.

—Pues la verdad, yo no me había divertido en una misa hace mucho tiempo, Judith —dijo un hombre mayor de cabello rizado, riéndose. Tenía un corbatín rosa en su traje.

Judith lo miró con desaprobación.

—¡Jerry! No la apoyes.

—Eres tan retrógrada, querida —dijo Deborah haciendo un gesto con su mano enguantada—. Debemos abrirles la puerta a las nuevas generaciones.

Posó la mano en su brazo. Él la miró y sonrió de medio lado.

Un joven de barba que había estado al margen se aclaró la garganta.

—Eso que dijiste era una estrofa de New Sensation de INXS, ¿cierto?

Soltó una carcajada.

—¿La conoces?

—¡Claro! ¡Amo a INXS! —declaró.

—¡Yo también!

—¡Ya basta! —vociferó un hombre con un corte militar, que posó su mano en la cintura de Deborah. Debía ser el papá de la novia—. ¡Esto es inaudito, padre Ross! Explíquenos que significó todo esto.

—Yo ni siquiera conozco a este hombre —replicó el padre.

—¿Entonces deja que cualquier persona se suba al atril de su iglesia? ¡Eso es muy grave! —chilló Judith.

—Ustedes están exagerando, nadie resultó herido —intervino el muchacho de barba.

—¡Yo no lo dejé subir! —respondió el padre Ross.

—¿Entonces quién? —dijo el que tenía pinta de militar.

Todos se giraron para mirar al acólito que temblaba como hoja en el viento; levantó las manos en defensa.

—¡Él me dijo que usted le había pedido que hablara! Me contó de su sueño con el turul y el altar.

—¿Qué diablos es un turul? —replicó el padre Ross.

—¡Padre! ¡No hable así! —dijo Judith.

Unos pasos corriendo llamaron la atención del grupo. Era el novio. Se detuvo a la mitad de la iglesia y gritó:

—¡Llegó la novia! ¡Señor Allen!

El papá de la novia corrió por todo el pasillo del centro hacia la salida. Todos se pusieron de pie, los padrinos acomodándose en sus lugares. El padre Ross y el acólito corrieron al atril a preparar lo que faltaba.

—¡Valerie! ¡El piano! —dijo el padre. Una mujer de mediana edad vestida de rojo corrió a sentarse en el piano. Los miembros de la orquesta corrieron a tomar sus instrumentos.

El novio trotó hasta la primera fila y, al llegar frente a él, le ofreció la mano.

—Siento haberme perdido su discurso, padre Kárpáthy, tenía una llamada urgente que atender.

Puso la mano sobre el hombro del novio.

—No te preocupes, hijo. Discúlpame a mí porque no podré presenciar tu boda. Tengo una cita ineludible. Te deseo las mejores fortunas para tu boda; cuídala y hónrala como lo establece la palabra de Dios.

—¡Gracias por su presencia! Antes de irse, no olvide tomar un cinnamon roll1 —señaló a una mesa que antes le había pasado desapercibida al extremo de la tarima—. ¿Le gustan los postres?

Sus ojos brillaron, relamió sus labios.

—Los amo.

El novio asintió y se despidieron. Fue hacia la mesa, tomó un cinnamon y se dio vuelta para dirigirse a la salida; todos estaban muy ocupados como para detenerlo. Al salir, pasó junto a la novia que hablaba con su padre.

La reconoció.

Audrey Lacombe —piel morena, rizos sedosos y un conocimiento excelso en mitología europea— era amiga suya en la universidad, pero había cortado contacto con ella, como con el resto de sus amigos, hacía dos años. Cuando lo miró, él agachó su rostro, acelerando el paso.

—¿Zack? —dijo Audrey—. ¿Zack Hawkins eres tú?

Siguió caminando sin mirar atrás.

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