—Él lo hará bien. Ya hemos hablado de esto, tienes que confiar en el trabajo de los demás. Ven a dormir, ¿okey? Voy a colgar.
—Vi algo grandioso —dijo rápido—, ¿quieres saber qué es?
—¿Unos deliciosas donas con glaseado de jarabe de arce?
—No. Pero podría prepararte unas si vienes con tu cámara y mis audífonos a la estación.
—Estás loca —dijo y colgó.
Inclinó la cabeza hacia atrás y soltó un quejido. ¿Pero qué estaba pensando? Sacarlo de la cama después de un concierto era casi tan imposible como convencerlo de ordenar su habitación. Se ubicó en la fila para abordar el metro y se cruzó de brazos. Perdería mucho tiempo si iba y volvía, alguien más se llevaría los mejores ruibarbos. Iba a ir al mercado sin audífonos, ¿qué tan malo podría ser?
Un par de amigos se hicieron detrás de ella en la fila. Les echó una ojeada rápida. Iban vestidos con pantalones cortos y cargaban maletas gigantes en la espalda. Uno era de baja estatura, cubierto de tatuajes y tenía cabello rizado; el otro era alto, fornido y tenía la cabeza rapada. Parecían senderistas, quizás iban a recorrer alguna de las montañas que rodeaban la ciudad.
—Irlanda es increíble —dijo uno de ellos—. Sigo impresionado con la Calzada del Gigante3. Es fantástica. Estaba ahí y pensaba «¿qué tal que en cualquier momento aparezcan los gigantes a lanzarse rocas?».
—Los gigantes son lentos, seguro alcanzas a correr antes de que te caiga una roca.
—Viejo, lo más probable es que me hubiera quedado atontado viéndolos y tomándoles fotos.
No era tan malo, estaban hablando de viajes. Le encantaba escuchar esas historias.
—¿Como te quedaste atontado mientras te hundías en las arenas movedizas?
—¿Qué más querías que hiciera? —respondió su amigo riendo—. No tenía a dónde ir.
—Pudiste haber retrocedido.
—¿Alguna vez has estado en arenas movedizas? No es como que puedas decirles «Hey, ¿saben qué? Recordé que tengo que ir a otra parte, nos vemos al rato». Cuando las pisas, tus pies se hunden porque no pueden soportar tu peso, el agua se separa de la arena y se forma un vacío alrededor de tus piernas que las hace sumergirse. Me tomó apenas siete minutos estar hundido hasta la cintura. La arena era espesa, no había forma de moverme. Me sentía atrapado en cemento, para salir necesitas la misma fuerza que para levantar más de una tonelada.
«Oh, no».
Por esa clase de cosas le gustaba usar audífonos en lugares públicos.
El asfalto se deshizo bajo sus pies. Levantó los brazos asustada, clavó la vista en el suelo; seguía intacto. Aun así, sus pies se hundían, sin apoyo alguno. Intentó levantar una pierna, pero una presión intangible le impidió moverla más de unos milímetros. Trató de usar sus manos para hacerlo, sin embargo, cuando la bajaba más allá de su cintura, se enterraba en la arena húmeda invisible. Ella metió y sacó las puntas de los dedos de aquella arena varias veces. Los miraba para cerciorarse de si se habían impregnado, pero no había ni un grano sobre ellos. Estaba anonadada, no dejaba de sorprenderla su capacidad de sentir cosas que no podía ver.
El problema era que nunca se había hundido en arenas movedizas antes; no había forma de que pudiera caminar a menos que alguien describiera cómo se sentía salir.
—Hey, ¿vas a entrar? —dijo una voz detrás.
El metro había llegado y estaba interrumpiendo el curso de la fila. Intentó mover las piernas sin efecto.
Demonios.
Giró la cabeza para ver quién le hablaba; era el de la calva. Les dio una sonrisa forzada a los dos amigos y los invitó a pasar con el brazo.
—No, adelante.
La rodearon para entrar al metro. Odiaba admitir que había estado escuchando una conversación de extraños, pero una situación como esa ameritaba que reuniera fuerzas y lo hiciera.
—¡¿Y cómo se sale de unas arenas movedizas?! —gritó.
El hombre de pelo rizado se volteó y sonrió.
—Primero debes echarte hacia atrás y arriba, recostarte sobre tu espalda y gritar por ayuda. Después debes...
Las puertas del metro se cerraron y no terminó la oración.
«Ay, no».
La única persona que podía ayudarla se había ido.
Se recostó lentamente hacia atrás con los brazos extendidos, segura de que no perdería el equilibrio porque sus piernas estaban adheridas al suelo. Un coro de risas la interrumpió. Un grupo de chicos estaba viéndola hacer su maroma. Qué vergüenza. Seguro pensaban que estaba imitando a Neo en Matrix o practicando para jugar al limbo en el cumpleaños de alguna prima.
Se sostuvo con el cuerpo doblado unos segundos, pero no se sintió liberada de ninguna forma. Enderezó la espalda de nuevo, frustrada. Necesitaba la ayuda de alguien. Un anciano pasó a su lado.
—Disculpe, buenos días —dijo para llamar su atención—, ¿puedo hacerle una pregunta?
El hombre se detuvo y asintió. Le dio una cálida sonrisa.
—Claro, señorita.
—¿Cómo cree que se sienta ser liberado de arenas movedizas? Solo... Imagínelo y descríbalo, por favor.
Echó la cabeza hacia atrás, claramente sorprendido por la pregunta. Levantó su gorra y peinó el cabello con su mano, la vista fija en el suelo. Meditó durante unos segundos y respondió:
—Para ser honesto, no se me ocurre nada, lo siento.
Después de preguntar a tres personas y no obtener una respuesta satisfactoria, llamó a Elijah de nuevo. Es decir, ¿quién tenía más imaginación para las situaciones dramáticas que él?
—¿Qué pasa? —contestó somnoliento al tercer timbre.
Le pidió que mirara si había dejado sus audífonos en la habitación. Él aceptó a regañadientes, al medio minuto le dijo que estaban sobre su cama.
—Gracias. Hazme un favor, déjalos encima de la mesa del comedor junto con tu cámara y ya voy por ellos.
—¿Para qué quieres mi cámara?
—La portada de Flavours está en el metro. Nuestra foto está en el metro. La del pollo horneado con mostaza y miel. Intenté tomarle una foto con mi celular, pero salió borrosa.
—¡Qué! ¿Nuestra foto está en el maldito metro? —exclamó Elijah—. ¡Debiste empezar por ahí! ¡Eso es increíble! Tengo que ir ya mismo a fotografiarla. Espérame quince minutos.
—Okey. Pero antes de eso, ¿cómo te sentirías si te liberaran de arenas movedizas?
—¿Qué?
—Solo responde, después te explico.
—¿Aliviado?
—Físicamente. ¿Cómo te sentirías físicamente? —insistió ella—. Imagina ese momento y descríbelo, por favor.
—Eso pasa cuando no duermes. ¿Ves? Empiezas a hacer preguntas extrañas.
—Por favor.
—Um, déjame pensar... En ninguna película que haya visto se liberan, ¿sabes? Mueren ahí.
—¡Elijah!
La arena invisible ya había cubierto su abdomen y amenazaba con alcanzar su pecho. Solo podía mover los brazos y la cabeza. De nada le servía saber que nada de eso era real si al intentar moverse, su cuerpo no le obedecía. ¿Qué pasaría si la arena llegaba a su cabeza? Si abría la boca, ¿la saborearía? ¿Se sentiría asfixiada? No tenía respuestas a eso y no quería averiguarlo tampoco. Inhaló profundo para calmarse.
—Okey, okey. Supongo que me sentiría como cuando me quité ese pantalón de cuero apretado que me prestó Roxy.
—¿Qué? ¿Por qué tenías un pantalón de Roxy?
—Ella me retó —explicó su hermano—. En fin, esa cosa me estaba matando.
—Concéntrate, por favor. Imagina que estás atrapado en arenas movedizas, estás asustado y tus piernas se están entumeciendo. ¿Qué sentirías si alguien viniera y te sacara? ¿Qué harías?
—Am, supongo que sentiría que mis piernas se liberaron de un gran peso que las aprisionaba, como si pudieran respirar. Las frotaría y movería para ver que están bien. Creo que me reiría del gran susto que acabo de pasar y les contaría a todos mi gran hazaña.
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