—Con la fama de loco que tiene —añadió Amanda—, creo que casi esperábamos que apareciera desnudo.
El marido de Annabelle, heredero del marquesado de Wapping, se aclaró la garganta e intentó ignorar el insulto a su esposa.
—Bueno, ya ha bailado con un buen puñado de damas esta noche. —Se giró para mirar a Natasha—. Incluyéndola a usted, lady Natasha.
El resto del grupo soltó una risita nerviosa mientras Natasha se acicalaba; bueno, todos menos Annabelle, que miró a su marido con los ojos entrecerrados. Felicity encontró esa respuesta profundamente gratificante, ya que el marido en cuestión seguramente se merecía cualquier perverso castigo que su esposa estuviera maquinando por no haber saltado en su defensa.
Y ahora era demasiado tarde.
—Oh, sí —continuó Natasha, que se asemejaba cada vez más a un gato atusándose los bigotes después de comer—. Y debo añadir que es un conversador brillante.
—¿De verdad? —preguntó Amanda.
—Sí, lo es. Ni un indicio de locura.
—Eso es interesante, Tasha —respondió lord Hagin, como quien no quiere la cosa, para después darle un trago al champán y hacer más dramática su intervención—. Os observamos bailar y no nos pareció que te hablara ni una sola vez.
El resto del grupo se mofó y Natasha enrojeció.
—Bueno, estaba claro que deseaba hablar conmigo.
—Como el agua, por supuesto —bromeó su hermano, brindando hacia ella con su copa de champán.
—Y —continuó la joven—, me sostuvo con bastante fuerza. Era evidente que estaba luchando contra sus instintos para no estrecharme más de lo apropiado.
—Oh, sin duda… —La sonrisa de Amanda dejaba claro que no se había creído nada de lo que ella había dicho.
Puso los ojos en blanco mientras el resto del grupo se reía. Es decir, el resto del grupo menos uno.
Jared, lord Faulk, estaba demasiado ocupado mirando a Felicity.
Maldición .
Su mirada estaba llena de hambre y placer, e hizo que el estómago de Felicity cayera directamente hasta las piedras que había bajo sus pies. Había visto esa expresión mil veces antes. Solía quedarse sin aliento cuando aparecía, porque significaba que estaba a punto de ensartar a alguien con su malvado ingenio. Ahora se quedó sin aliento por una razón muy distinta.
—¡Escuchad! Pensaba que Felicity Faircloth se había marchado del baile hace siglos.
—Creía que la habíamos echado —dijo Amanda, que no podía ver lo que Jared sí estaba viendo—. De verdad. A su edad, y sin amigos con quien hablar, debería haber dejado de asistir a los bailes. Nadie quiere a una solterona merodeando por ahí. Es francamente deprimente.
Amanda siempre había tenido una habilidad asombrosa para hacer que las palabras hirieran como el viento de invierno.
—Y sin embargo, aquí está —respondió Jared con una mueca, mientras señalaba con la mano en dirección hacia donde ella estaba. Todo el grupo, junto con sus seis respectivas sonrisas, cuatro bien ensayadas y dos ciertamente incómodas, se volvió con espantosa lentitud—. Acechando entre las sombras, escuchando a escondidas.
Amanda observó una pequeña mota que había en uno de sus guantes, blancos como la espuma de mar.
—En serio, Felicity. Qué agobiante. ¿No hay nadie más a quien puedas espiar?
—¿Quizás un lord ignorante cuyas habitaciones desearías explorar? —añadió Hagin, quien sin duda pensaba que era muy inteligente.
No lo era, aunque el grupo pareció no darse cuenta, pues seguía con sus risitas y muecas. Felicity odió la ola de calor que se extendió por sus mejillas, una combinación de vergüenza por el comentario y por su propio pasado, por la forma en que ella también solía reírse y hacer muecas.
Se pegó a la pared, deseando poder desaparecer a través ella.
El ruiseñor que había escuchado antes volvió a cantar.
—Pobre Felicity —dijo Natasha al grupo con un tono de falsa compasión que hizo que la piel de Felicity se erizara—, siempre deseando ser alguien de importancia.
Y así, con aquella única expresión —de importancia—, Felicity descubrió que ya había tenido suficiente. Se acercó a la luz, con los hombros erguidos y la columna vertebral recta, y dirigió su mirada más fría hacia la mujer que una vez había considerado una amiga.
—Pobre Natasha —dijo, imitando el tono que ella acababa de emplear—. Vamos, ¿crees que no te conozco? Te conozco mejor que ninguno de los presentes. Soltera, igual que yo. Sosa, justo como yo. Muerta de miedo por quedarse sola. Como estaba yo. —Los ojos de Natasha se abrieron de par en par ante aquella descripción. Felicity se lanzó a dar la estocada final, deseando castigar a esa mujer más que a nadie, la mujer que había fingido tan bien ser su amiga para después herirla profundamente—. Y cuando lo estés, todos estos no te querrán.
El ruiseñor volvió a silbar. No. El ruiseñor no. Era un silbido diferente, grave y largo. Nunca había oído un pájaro así.
O tal vez fuera el tamborileo de su corazón el que hacía que el sonido fuera extraño. Envalentonada, se volvió hacia las últimas incorporaciones al grupo, cuyos ojos abiertos de par en par estaban fijos en ella.
—Sabéis, mi abuela solía decirme que tuviera cuidado. Le gustaba decirme que se podía juzgar a un hombre por sus amigos. Ese refrán es más que cierto con este grupo. Y deberíais tener cuidado de no mancharos con su hollín. —Se giró hacia la puerta—. Yo, por mi parte, me considero afortunada de haber escapado de ellos cuando lo hice.
Mientras se dirigía a la entrada del salón de baile, orgullosa de sí misma por haberse enfrentado a esas personas que la habían consumido durante tanto tiempo, las palabras que había escuchado antes resonaban en su interior: «Eres una mujer de importancia».
Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordarlas.
En efecto. Lo era.
—¿Felicity? —Natasha la llamó cuando llegó al umbral.
Ella se detuvo y después se giró.
—No te escapaste de nosotros —dijo la otra mujer—. Nosotros te expulsamos.
Natasha Corkwood era… tan… desagradable .
—Ya no te queríamos y te echamos —añadió Natasha, en un tono frío y cruel—. Igual que lo ha hecho el resto. Igual que lo seguirán haciendo siempre. —Se giró hacia sus amigos con una risa de extrema alegría—. ¡Mírala, pensando que puede competir por un duque!
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