Hubo otras palabras que ella escuchó aún con más fuerza. Los comentarios burlones. Los apodos. Felicity, la abandonada. Felicity, la inepta. Y el peor de todos… Felicity, la acabada.
—¿Por qué ha venido?
—Espero que no piense que alguien la va a aceptar.
—Su pobre hermano, desesperado por casarla.
—… Felicity, la acabada.
Hubo un tiempo en el que una noche como esa habría sido el sueño de Felicity: un nuevo duque en la ciudad, un baile de bienvenida, la seductora promesa de un compromiso con un desconocido y apuesto soltero y, además, un buen partido. Habría sido una velada ideal. Vestidos, joyas y orquestas al completo; cotilleos, charlas, tarjetas de baile y champán. Felicity apenas habría tenido espacio libre en su tarjeta de baile y, de haberlo tenido, habría sido porque se lo habría reservado para sí misma, para poder disfrutar de su posición en ese maravilloso mundo.
Pero eso se acabó.
Ahora, si podía, evitaba los bailes, pues sabía que pasaría horas merodeando por las esquinas del salón en lugar de bailar atravesándolo. Y también estaba la profunda vergüenza que sentía cada vez que se tropezaba con alguno de sus viejos conocidos. El recuerdo de cómo era reír con ellos, de sentirse superior, como ellos.
Pero no había manera de evitar un baile al que acudía un nuevo y flamante duque, así que se había embutido en un viejo vestido, subido al carruaje de su hermano y permitido al pobre Arthur que la arrastrara hasta el salón de baile de Marwick. Y había desaparecido en el momento en que él había mirado hacia otro lado.
Felicity había huido por un oscuro pasillo y, mientras el corazón le retumbaba, se había quitado las horquillas del peinado y las había doblado con cuidado para insertarlas de una en una dentro de la cerradura. Cuando sonó un pequeño chasquido y el cerrojo saltó como si de un querido viejo amigo se tratase, el corazón amenazaba con salírsele del pecho.
Y pensar que todos esos golpeteos fueron antes de que conociera a ese hombre.
Aunque «conocer» no era precisamente la palabra adecuada.
«Encontrarse» tampoco era del todo correcta.
Quizá el término que más se acercaba era «sentido». En el momento en que él habló, su voz grave y rasgada la había envuelto como la seda en una oscura brisa primaveral, tentándola de una manera pecaminosa.
Las mejillas se le tiñeron de rubor al recordarlo, al rememorar la forma en que parecía atraerla hacia él, como si estuvieran conectados por un hilo invisible. Como si pudiera tirar de ella. Y ella accediera a acercarse sin oponer resistencia. Había hecho más que atraerla. Le había sacado la verdad, y ella se la había ofrecido sin más.
Había catalogado sus propios defectos como si de un cambio climatológico se tratase. Casi lo había confesado todo, incluso las partes que nunca había contado a nadie. Las que mantenía bien ocultas. Porque lo cierto era que no le había parecido una confesión, sino como si él ya lo hubiera sabido todo de antemano. Y quizá fuera así. Quizá no se tratase de un hombre en la oscuridad. Quizá se trataba de la misma oscuridad, efímera, misteriosa y tentadora… Mucho más tentadora que la luz del día, en la que todos los defectos, marcas y errores quedaban al descubierto y era imposible ignorarlos.
La oscuridad siempre la había tentado. Las cerraduras. Las barreras. Lo imposible.
Ese era el problema, ¿no? Felicity siempre había deseado lo imposible. Y no era el tipo de mujer que pudiera conseguirlo.
Pero cuando ese hombre misterioso sugirió que ella era una mujer importante… Por un momento, le creyó. Como si no fuera ridícula la mera idea de que Felicity Faircloth —la sosa hija soltera del marqués de Bumble, ignorada por unos cuantos buenos partidos debido a su mala suerte y completamente fuera de lugar en bailes como ese, en los que un atractivo duque reaparecía para buscar esposa— fuera a salir vencedora.
Completamente imposible.
Así que había huido, había regresado a sus viejos hábitos y se había sumergido de nuevo en la oscuridad, porque todo parecía mucho más fácil en la oscuridad que bajo la fría y cruda luz.
Y ese extraño también parecía saber todo eso. Por lo menos, lo suficiente como para que a ella le hubiera costado dejarlo a solas en la oscuridad. Lo suficiente como para que Felicity casi lo acompañara entre las sombras. Porque durante unos breves y fugaces instantes se había planteado no regresar a su mundo, sino a uno nuevo y oscuro donde poder empezar de cero. Donde pudiera ser alguien que no fuese Felicity, la acabada, una florero solterona. Y el hombre del balcón parecía el tipo de hombre que podía hacer aquello realidad.
Lo cual era, evidentemente, una locura. La gente no se fugaba con extraños que acababa de conocer en un balcón. En primer lugar, porque así era como uno terminaba siendo asesinado. Y en segundo lugar, porque su madre no lo aprobaría. Y luego estaba Arthur. El formal, perfecto, y pobre Arthur, con su máxima: «No podemos permitirnos otro escándalo».
Y por eso había hecho lo que uno hace después de un momento de locura en la oscuridad: se había dado la vuelta y había regresado hacia la luz, ignorando la punzada de arrepentimiento que sintió nada más girar la esquina de la lujosa fachada de piedra y entrar en el resplandor del salón de baile que había tras los enormes ventanales, donde todo Londres daba vueltas y danzaba mientras reía, chismorreaba y competía por captar la atención de su atractivo y misterioso anfitrión.
Donde el mundo del que una vez formó parte seguía girando sin ella.
Se quedó observando durante un buen rato y hasta pudo vislumbrar al duque de Marwick al otro lado de la sala, alto, rubio e innegablemente apuesto, con una apostura aristocrática que debería de haberla hecho suspirar pero que, en realidad, no le causaba ningún impacto.
Su mirada se apartó del hombre del momento y se posó durante un instante sobre los reflejos cobrizos de su hermano, que estaba en la otra esquina del salón conversando de manera animada con un grupo de hombres más serios que los de su entorno. Se preguntó de qué estarían hablando. ¿De ella? ¿Estaba Arthur tratando de convencer a otra tanda de hombres sobre las competencias de Felicity, la acabada?
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