Sarah MacLean - Lady Hattie y la Bestia

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Lady Hattie y la Bestia: краткое содержание, описание и аннотация

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El plan de la dama…Lady Hattie Sedley quiere heredar los negocios de su padre, para eso, necesita asegurarse un futuro como solterona, y sabe exactamente cómo conseguirlo. Todo va a la perfección hasta que encuentra maniatado en su carruaje al hombre más guapo que haya visto jamás, lo que podría suponer arruinar sus planes antes de ponerlos en marcha. La propuesta de la bestia…Cuando se despierta en un carruaje a los pies de Hattie, Whit, uno de los reyes de Covent Garden, conocido por todo el mundo como Bestia, no puede evitar sentirse atraído por la extraña mujer que lo libera, sobre todo, cuando descubre que ella se dirige a disfrutar de una noche de placer… en su territorio.Una pasión inesperada…Hattie y Whit acabarán convertidos en unos feroces rivales, tanto en los negocios como en el placer: ella no renunciará a sus planes y él no va a renunciar a su poder… Sin embargo, ninguno de ellos prevé que, si no tienen cuidado, no tendrán más remedio que renunciar a todo, incluidos sus corazones.

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Índice de con­te­ni­do

Ca­pí­tu­lo 1

Ca­pí­tu­lo 2

Ca­pí­tu­lo 3

Ca­pí­tu­lo 4

Ca­pí­tu­lo 5

Ca­pí­tu­lo 6

Ca­pí­tu­lo 7

Ca­pí­tu­lo 8

Ca­pí­tu­lo 9

Ca­pí­tu­lo 10

Ca­pí­tu­lo 11

Ca­pí­tu­lo 12

Ca­pí­tu­lo 13

Ca­pí­tu­lo 14

Ca­pí­tu­lo 15

Ca­pí­tu­lo 16

Ca­pí­tu­lo 17

Ca­pí­tu­lo 18

Ca­pí­tu­lo 19

Ca­pí­tu­lo 20

Ca­pí­tu­lo 21

Ca­pí­tu­lo 22

Ca­pí­tu­lo 23

Ca­pí­tu­lo 24

Ca­pí­tu­lo 25

Ca­pí­tu­lo 26

Epí­lo­go

Agra­de­ci­m­ien­tos

Título ori­gi­nal: Brazen and the Beast. The Ba­rek­nuck­le Bas­tards, Book 2 Pu­blished by arran­ge­ment with Avon, an im­print of Har­per­Co­llins Pu­blishers.

© 2019 By Sarah Tra­buc­chi

____________________

Diseño de cu­b­ier­ta y fo­to­mon­ta­je: Eva Olaya

Tra­duc­ción: María José Losada Rey

___________________

1.ª edi­ción: enero 2021

De­re­chos ex­clu­si­vos de edi­ción en es­pa­ñol re­ser­va­dos para todo el mundo:

© 2021: Edi­c­io­nes Ver­sá­til S.L.

Av. Dia­go­nal, 601 planta 8

08028 Bar­ce­lo­na

www.ed-ver­sa­til.com

____________________

Nin­gu­na parte de esta pu­bli­ca­ción, in­cl­ui­do el diseño de la cu­b­ier­ta, puede ser re­pro­du­ci­da, al­ma­ce­na­da o trans­mi­ti­da en manera alguna ni por ningún medio, ya sea elec­tró­ni­co, quí­mi­co, me­cá­ni­co, óptico, de gra­ba­ción o fo­to­co­p­ia, sin au­to­ri­za­ción es­cri­ta del editor.

Para V.

Eres mi cosita fa­vo­ri­ta.

Capítulo 1

May­f­air, sep­t­iem­bre de 1837

Des­pués de vein­t­io­cho años y tres­c­ien­tos se­sen­ta y cuatro días, a lady Hen­r­iet­ta Sedley le gus­ta­ba pensar que había apren­di­do al­gu­nas cosas.

Como, por ejem­plo, que si una dama no podía sa­lir­se con la suya y po­ner­se pan­ta­lo­nes —una de­sa­for­tu­na­da re­a­li­dad para la hija de un conde, in­clu­so de uno que había em­pe­za­do la vida sin título ni for­tu­na—, debía ase­gu­rar­se de que sus faldas in­clu­ye­ran bol­si­llos. Una nunca sabía cuándo podría ne­ce­si­tar un poco de cuerda o un cu­chi­llo para cor­tar­la.

Tam­bién había apren­di­do que cual­q­u­ier es­ca­pa­da que va­l­ie­ra la pena de su casa en May­f­air re­q­ue­ría del amparo de la os­cu­ri­dad y de un ca­rr­ua­je con­du­ci­do por un aliado. Los co­che­ros ten­dí­an a hablar de­ma­s­ia­do cuando se tra­ta­ba de guar­dar se­cre­tos; además, en última ins­tan­c­ia, es­ta­ban en deuda con qu­ie­nes pa­ga­ban sus sa­la­r­ios. Un im­por­tan­te punto a añadir a esa lec­ción en par­ti­cu­lar era que el mejor de los al­ia­dos era a menudo el mejor de los amigos.

Quizá por eso, lo pri­me­ro en la lista de cosas que había apren­di­do en su vida era cómo hacer un nudo de Ca­rrick. Algo que sabía hacer desde que tenía me­mo­r­ia.

Con esta co­lec­ción de co­no­ci­m­ien­tos tan oscura y poco común, cual­q­u­ie­ra se habría ima­gi­na­do que Hen­r­iet­ta Sedley habría sabido qué hacer ante la po­si­bi­li­dad de des­cu­brir a un hombre atado e in­cons­c­ien­te en su ca­rr­ua­je.

Pero es­ta­ría eq­ui­vo­ca­do.

De hecho, Hen­r­iet­ta Sedley nunca habría des­cri­to tal es­ce­na­r­io como una po­si­bi­li­dad. Era cierto que podría en­con­trar­se más cómoda en los mue­lles de Lon­dres que en los sa­lo­nes de baile, pero el im­pre­s­io­nan­te bagaje vital de Hattie nada tenía que ver con el am­b­ien­te cri­mi­nal.

Y, sin em­bar­go, allí estaba, con los bol­si­llos llenos y su amiga más que­ri­da al lado, de pie en la os­cu­ri­dad de la noche, la vís­pe­ra de su vein­ti­n­ue­ve cum­ple­a­ños, a punto de es­ca­par­se de May­f­air para dis­fru­tar de una velada bien pla­ne­a­da y…

Lady Ele­a­no­ra Ma­de­well silbó por lo bajo, de manera poco fe­me­ni­na, al oído de Hattie. Hija de un duque y de una actriz ir­lan­de­sa a la que él amaba tanto como para con­ver­tir­la en du­q­ue­sa. Nora tenía la clase de des­ca­ro que se per­mi­tía en aq­ue­llos miem­bros de las so­c­ie­dad que os­ten­ta­ban sus tí­tu­los desde la cuna y que tenían un montón de dinero.

—Hay un tipo en el ca­rr­ua­je, Hattie.

Hattie no apartó la vista del tipo en cues­tión.

—Sí, ya lo veo.

—No había un tipo en el ca­rr­ua­je cuando en­gan­cha­mos los ca­ba­llos.

—No, no lo había.

Tres cuar­tos de hora antes habían dejado el coche pre­pa­ra­do para partir y com­ple­ta­men­te vacío en el oscuro ca­lle­jón tra­se­ro de Sedley House, des­pués su­b­ie­ron las es­ca­le­ras con el fin de cam­b­iar su ves­ti­men­ta por un at­uen­do más apro­p­ia­do para sus planes noc­tur­nos.

En algún mo­men­to entre el corsé y el lápiz de ojos, al­g­u­ien les había dejado un pa­q­ue­te ex­tra­or­di­na­r­ia­men­te ino­por­tu­no.

—Creo que, si hu­b­ie­ra habido un hombre en el ca­rr­ua­je antes, nos ha­brí­a­mos dado cuenta —dijo Nora.

—Creo que sí. —Fue la res­p­ues­ta dis­tra­í­da de Hattie—. Y apa­re­ce justo en el mo­men­to menos ade­c­ua­do.

—¿Hay algún mo­men­to ade­c­ua­do para en­con­trar a un hombre atado e in­cons­c­ien­te en tu ca­rr­ua­je? —Nora la miró de reojo.

Hattie ima­gi­nó que no, pero al menos podría haber ele­gi­do una noche di­fe­ren­te.

—Es un regalo de cum­ple­a­ños ho­rri­ble. —En­tre­ce­rró los ojos para en­fo­car mejor el oscuro in­te­r­ior del ca­rr­ua­je—. ¿Crees que está muerto?

«Por favor, que no esté muerto».

Si­len­c­io.

—¿Acaso se mete a los muer­tos en los ca­rr­ua­jes? —añadió a con­ti­n­ua­ción.

Nora se ade­lan­tó, con el abrigo del co­che­ro sobre los hom­bros, y le dio un em­pu­jón al po­si­ble muerto. Este no se movió.

—No se mueve —añadió en­co­gién­do­se de hom­bros—. Podría estar muerto.

Hattie sus­pi­ró, se quitó un guante y se in­cli­nó dentro del ca­rr­ua­je para poner dos dedos en el cuello del hombre.

—Estoy segura de que no está muerto.

—¿Qué estás ha­c­ien­do? —su­su­rró Nora con ra­pi­dez—. ¡Si no lo está, lo des­per­ta­rás!

—Eso no sería lo peor del mundo —señaló Hattie—. De hecho, así po­drí­a­mos pe­dir­le ama­ble­men­te que sa­l­ie­ra de nues­tro ca­rr­ua­je y seguir nues­tro camino.

—¡Oh, sí! Este bruto parece el tipo de hombre que lo haría sin ven­gar­se de in­me­d­ia­to. Sin duda, se qui­ta­ría la gorra y nos de­se­a­ría buenas noches.

—No lleva gorra —dijo Hattie, in­ca­paz de re­fu­tar el resto de la eva­l­ua­ción sobre el mis­te­r­io­so y pre­sun­to muerto. Era muy cor­pu­len­to, con el cuerpo bien for­ma­do, e in­clu­so en la os­cu­ri­dad podría decir que no era el tipo de hombre con el que ella se pa­se­a­ría por una fiesta.

Era el tipo de hombre que arra­sa­ría el salón de baile.

—¿Qué notas? —le pre­gun­tó Nora.

—No hay pulso. —Aunque no estaba muy segura de dónde to­már­se­lo—. Pero está…

«Ca­l­ien­te».

Los muer­tos no es­ta­ban ca­l­ien­tes, y aquel hombre estaba muy ca­l­ien­te. Como el fuego en in­v­ier­no. El tipo de calor que hacía que cual­q­u­ie­ra se diera cuenta de lo frío que se podía llegar a estar.

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