A Nora le gustaba decir que una mujer que tomaba las riendas de su propio carruaje era una mujer que tomaba las riendas de su propio destino.
Hattie no estaba del todo segura de eso, pero no negaba que valía la pena tener una amiga con una especial habilidad para conducir, sobre todo en las noches en las que no deseaba que los cocheros hablaran, algo que haría cualquier cochero si conducía a dos hijas solteras de la aristocracia hasta el exterior del 72 de Shelton Street. No importaba que el 72 de Shelton Street no pareciera, a primera vista, un burdel.
«¿Seguirían llamándose burdeles si eran para mujeres?».
Hattie supuso que eso tampoco importaba mucho; el hermoso edificio no se parecía en nada a lo que ella imaginaba que debían de ser sus homólogos masculinos. De hecho, parecía cálido y acogedor, brillaba como un faro, con ventanas llenas de luz dorada y macetas que colgaban a cada lado de la puerta y arriba, en maceteros, en cada alféizar, en las que explotaban todos los colores otoñales.
A Hattie no se le escapaba que las ventanas estaban cubiertas, algo bastante razonable, ya que lo que sucedía dentro era de naturaleza privada.
Levantó una mano y comprobó la posición de su máscara una vez más.
—Si hubiéramos venido en el tílburi, nos habrían visto.
—Supongo que tienes razón. —Nora se encogió de hombros y le brindó a Hattie una sonrisa—. Bueno, entonces, lo empujaste fuera del carruaje…
—No debería haberlo hecho. —Hattie se rio.
—No vamos a volver para disculparnos —dijo Nora, señalando la puerta con una mano—. ¿Entonces? ¿Vas a entrar?
Hattie respiró hondo y se volvió hacia su amiga.
—¿Es una locura?
—Absolutamente —respondió Nora.
—¡Nora!
—Es una locura de las buenas. Tienes planes, Hattie. Y así es como se alcanzan. Una vez que se llevan a cabo, no hay vuelta atrás. Y, francamente, te lo mereces.
—Tú también tienes planes, pero no has hecho nada así. —La voz de Hattie transmitía una ligera vacilación.
—No he tenido que hacerlo. —Nora guardó silencio y se encogió de hombros.
El universo había dotado a Nora de riqueza, privilegios y de una familia a la que no parecía importarle que usara ambos para coger la vida por los cuernos.
Hattie no había tenido tanta suerte. No era el tipo de mujer de la que se esperaba que dirigiera su propio destino. Pero, después de esa noche, pretendía mostrar al mundo que tenía la intención de hacerlo. Aunque antes debía deshacerse de la única cosa que la retenía.
Así que, allí estaba. Se volvió hacia Nora.
—Estás segura de que esto es… —dijo.
Un carruaje que se acercaba la interrumpió, los caballos y el ruido de las ruedas retumbaron en sus oídos mientras se detenía. Un trío de risueñas mujeres descendió con hermosos vestidos de seda, que brillaban como joyas, y máscaras de arlequín casi idénticas a la de Hattie. Poseían un cuello largo y una cintura estrecha, así como brillantes sonrisas, era fácil decir que eran hermosas.
Hattie no lo era.
Dio un paso atrás, chocando contra el lateral del carruaje.
—Bueno, ahora sí estoy segura de que este es el lugar —dijo Nora secamente.
—Pero ¿por qué…? —Hattie miró a su amiga.
—¿Por qué lo hacen? —completó Nora.
—Es que podrían tener a… —«Cualquiera que les gustara».
—Tú también podrías. —Nora la miró arqueando una de sus oscuras cejas.
No era cierto, por supuesto. Los hombres no la reclamaban. Aunque disfrutaban de su compañía, eso sí. Después de todo, le gustaban los barcos y los caballos y tenía cabeza para los negocios y era lo suficientemente lista para divertirse durante una cena o un baile. Pero cuando una mujer miraba y hablaba como lo hacía ella, los hombres eran más propensos a darle palmaditas en el hombro que a abrazarla apasionadamente. La buena y vieja Hattie, y había sido así incluso cuando disfrutaba de su primera temporada y no era vieja en absoluto.
No dijo nada; Nora rompió el silencio.
—Tal vez ellas también están buscando algo… sin ataduras. —Vieron a las mujeres golpear en la puerta del 72 de Shelton Street, donde una pequeña ventana se abrió y se cerró antes de que lo hiciera la puerta, y ellas desaparecieran dentro, dejando la calle en silencio una vez más—. Tal vez esas mujeres también están intentando dirigir sus propios destinos.
Un ruiseñor cantó y fue respondido casi inmediatamente por otro, a distancia.
«El Año de Hattie».
—Muy bien, entonces de acuerdo.
—Perfecto. —Su amiga sonrió.
—¿Estás segura de que no deseas entrar?
—¿Para hacer qué? —preguntó Nora con una risa—. Dentro no hay nada que me interese. He pensado en dar una vuelta en el carruaje para ver si puedo superar mi marca en Hyde Park.
—¿Vuelves dentro de dos horas?
—Aquí estaré. —Nora inclinó la gorra de cochero en un saludo y sonrió a Hattie—. Disfrute, milady .
Aquel había sido el plan de Hattie desde hacía meses, ¿no? Disfrutar la primera noche del resto de su vida, cerrar la puerta al pasado y atrapar el futuro con las manos. Después de hacerle un guiño a su amiga, se acercó al edificio con los ojos clavados en la pequeña ranura en medio de la enorme puerta de acero, que se abrió justo en el momento en el que llamó, por donde aparecieron un par de ojos oscuros que la evaluaron al instante.
—¿Contraseña?
—Regina.
La ranura se cerró. La puerta se abrió. Y Hattie entró.
Le llevó un momento ajustar sus ojos al oscuro interior del edificio, un cambio bastante brusco, pues el exterior estaba bien iluminado, algo que instintivamente le hizo tocarse la máscara.
—Si se la quita, no podrá quedarse —le advirtió la mujer que le había abierto la puerta. Era alta, esbelta y hermosa, con el pelo oscuro, los ojos más oscuros todavía y la piel más pálida que Hattie había visto jamás.
—Soy… —Bajó la mano de la máscara.
—Sabemos quién es usted, milady . No hay necesidad de nombres. Su anonimato es una prioridad para nosotros. —La mujer sonrió.
Hattie pensó que era la primera vez que alguien le decía que ella era una prioridad. Y le gustó bastante.
—Oh… —respondió sin saber qué añadir—. Qué amable…
La mujer se dio la vuelta, atravesó una gruesa cortina y entró en la sala principal, donde estaba la recepción. Las tres mujeres que Hattie había visto fuera dejaron de charlar para estudiarla. Hattie comenzó a moverse hacia un sofá cercano que estaba vacío, pero su escolta la detuvo para guiarla a través de otra puerta.
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