—Por aquí, milady .
—Pero han llegado antes que yo —dijo mientras la seguía.
—No tienen cita. —Una pequeña sonrisa asomó en los carnosos labios de aquella belleza. La idea de que alguien pudiera aparecer en un lugar como este sin previo aviso le pareció una locura. Después de todo, eso significaría que frecuentaban el local… ¿cómo sería ser el tipo de mujer que no solo tenía acceso, sino que acudía regularmente? Significaría que las veces anteriores lo había disfrutado.
La emoción la recorrió cuando entraron en la habitación de al lado, más grande y ovalada, decorada con ricas sedas de color rojo intenso y brocados dorados, exuberantes terciopelos azules y bandejas de plata cargadas de chocolates y petits fours .
A Hattie le gruñó el estómago; no había comido antes porque estaba demasiado nerviosa.
—¿Le gustaría tomar un refrigerio? —le preguntó su hermosa escolta volviéndose hacia ella.
—No. Me gustaría terminar con esto cuando antes. —En cuanto lo dijo, abrió los ojos como platos—. Esto es… quiero decir…
—Lo entiendo. Sígame. —La mujer sonrió.
Y la siguió a través de los laberínticos pasillos del edificio que, desde fuera, parecía engañosamente pequeño dado lo amplio que era el interior. Subieron una gran escalera, y Hattie no pudo resistirse a pasar los dedos por los revestimientos de las paredes de seda color zafiro profundo con relieves de vides bordados en hilo de plata. Todo el lugar destilaba lujo, aunque no debería haberse sorprendido por ello, ya que, después de todo, había pagado una fortuna por disfrutar del privilegio de una cita.
En aquel momento había pensado que estaba pagando por el secreto, no por la extravagancia. Sin embargo, estaba claro que ambos estaban incluidos en el precio.
—¿Eres Dahlia? —dijo mientras miraba a su acompañante llegar al final de la escalera y bajar por un pasillo bien iluminado donde todas las puertas estaban cerradas.
El 72 de Shelton Street era propiedad de una misteriosa mujer, conocida por las damas de la aristocracia como Dahlia. Era con Dahlia con quien Hattie había mantenido correspondencia durante varias noches. La que le había hecho un montón de preguntas sobre sus deseos y preferencias, preguntas que Hattie apenas había podido responder por el ardor de sus mejillas. Después de todo, las mujeres como ella rara vez tenían la oportunidad de explorar el deseo o tener preferencias.
«Ahora tengo preferencias».
El pensamiento llegó con una imagen; la del hombre del carruaje, guapo, inconsciente y, luego, ya despierto, innegablemente bello. Aquellos ojos color ámbar que la habían evaluado y estudiado parecía que veían dentro de ella. No pudo evitar recordar la ondulación de sus músculos mientras luchaba contra las ataduras. Y su beso…
«Lo besé yo».
¿En qué había estado pensando?
Sencillamente no había estado pensando.
Y aun así…, estaba agradecida por el recuerdo, por el eco de su aguda inhalación cuando ella presionó los labios contra los suyos, por ese suave gruñido que había seguido, ese sonido que ella atesoraba, porque era la señal de aprobación que él se había dado a sí mismo. Como si se hubiese sometido a su deseo. Como si se hubiese convertido en su preferencia.
Se le calentaron de nuevo las mejillas. Se aclaró la garganta y miró a su acompañante, cuyos labios carnosos se curvaban en una sonrisa secreta.
—Soy Zeva, milady . Dahlia no está en la residencia esta noche, pero no se preocupe. Hemos preparado todo para usted a pesar de su ausencia —continuó la belleza—. Creemos que encontrará todo a su gusto.
Zeva abrió una puerta invitándola a entrar.
El corazón empezó a latirle con fuerza mientras miraba la habitación. Se le formó un nudo en la garganta e intentó reprimir que los nervios la dominaran, a pesar de que, lo que una vez fue una idea descabellada, se había convertido en algo concreto.
Aquella no era una habitación cualquiera. Era un dormitorio.
Un dormitorio bellamente decorado, con sedas y satén y un cubrecama de terciopelo de color azul vibrante que brillaba contra los elaborados postes tallados de la pieza central de la habitación: una cama de ébano.
El hecho de que las camas fueran siempre el punto de referencia de los dormitorios parecía, de repente, algo completamente irrelevante, y Hattie estaba segura de que nunca en su vida había visto una cama así. Lo que explicaba por qué no podía dejar de mirarla.
—¿Hay algún problema, milady ? —Era imposible ignorar la diversión que transmitía la voz de Zeva cuando le preguntó.
—¡No! —dijo Hattie, sin querer reconocer que aquel tono agudo solo los usaba con sus sabuesos. Se aclaró la garganta, el corpiño de su vestido le pareció de repente demasiado apretado y se palpó—. No. No. Todo es perfecto. Todo es como lo había esperado. Como lo había imaginado. —Se aclaró la garganta de nuevo, todavía fascinada por la cama—. Gracias.
—¿Querría, quizás, un momento de intimidad antes de que Nelson se una a usted? —le preguntó Zeva a su espalda.
«Nelson».
Hattie se giró para mirar a la otra mujer.
—¿Nelson? ¿Como el héroe de guerra?
—Así es. Es uno de los mejores.
—Y por «uno de los mejores» se refiere a…
—Además de las cualidades que pidió, es encantador, experimentado y sumamente minucioso. —Zeva arqueó las cejas.
«Ha querido decir que es sumamente minucioso en la cama», pensó.
Hattie se ahogó con la arena que parecía albergar en su garganta.
—Ya veo. Bueno… ¿Qué más se puede pedir?
—¿Por qué no le dejo unos momentos para familiarizarse con la habitación? —Zeva apretó los labios.
«Ha querido decir con la cama».
—Toque la campana cuando esté dispuesta. —Con un ligero movimiento de la mano señaló un tirador en la pared.
«Ha querido decir para la cama».
—Sí. Eso suena bien —asintió Hattie.
Zeva salió flotando de la habitación, el silencioso chasquido de la puerta fue la única evidencia de que había estado allí.
Hattie respiró hondo y se giró hacia la habitación vacía. Examinó el resto sola: el brillante papel dorado, la chimenea de azulejos y los grandes ventanales que, sin duda, revelaban la red de tejados de Covent Garden durante el día, pero ahora, en la noche, eran espejos en la oscuridad, que reflejaban la luz de las velas de la habitación y a ella en el centro.
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