Era una lástima que tuviera que arruinarla.
—Encontraré a la familia de la joven y les ofreceré fortuna, título, todo. Lo que sea necesario. Las amonestaciones se publicarán el domingo —continuó Marwick con toda tranquilidad, como si estuviera hablando sobre el tiempo— y estaremos casados dentro un mes. Los herederos pronto vendrán en camino.
«Nadie vuelve a entrar a menos que atrape al mejor partido de todos».
Diablo escuchó cómo resonaban en su cabeza las palabras de Felicity. La mujer iba a estar encantada con ese giro de los acontecimientos. El matrimonio con Marwick le traería lo que ella deseaba, el regreso a la aristocracia como una heroína.
Solo que no regresaría.
Porque Diablo nunca lo permitiría, tuviera una sonrisa preciosa o no. Aunque la sonrisa facilitaría mucho la tarea de arruinarla.
Diablo frunció el ceño.
—Solo conseguirás herederos de Felicity Faircloth sobre mi propio cadáver.
—¿Crees que se quedará con Covent Garden en lugar de con Mayfair?
«Quiero volver a entrar».
Mayfair era todo lo que Felicity Faircloth deseaba. Lo único que debía hacer él era mostrarle que había más donde elegir. Pero antes de ello, lanzó su dardo más envenenado.
—Creo que no es la primera mujer que prefiere arriesgarse conmigo en vez de pasar toda una vida contigo, Ewan.
Y era cierto.
El duque miró hacia otro lado, a través de la ventana.
—Vete.
Felicity atravesó la puerta abierta del hogar de sus ancestros ignorando el hecho de que su hermano le pisaba los talones. Se detuvo para sonreír con educación al mayordomo, que seguía sosteniendo la puerta.
—Buenas noches, Irving.
—Buenas noches, milady —entonó el mayordomo, para después cerrar la puerta tras Arthur y girarse a recoger los guantes del conde—. Milord .
Arthur negó con la cabeza.
—No voy a quedarme, Irving. Solo estoy aquí para hablar con mi hermana.
Felicity se volvió para encontrarse con una mirada castaña idéntica a la suya.
—¿Ahora te gustaría hablar? De regreso a casa has estado callado.
—Yo no lo llamaría callado.
—¿Ah, no?
—No. Yo lo llamaría «enmudecido».
Ella se mofó mientras se quitaba los guantes, utilizando aquella excusa para no mirar a su hermano a los ojos y evitar la violenta culpa que la atormentaba solo de pensar en que debía hablar sobre la desastrosa velada que acababa de finalizar.
—Por Dios, Felicity, no estoy seguro de que haya un hermano en toda la cristiandad que pueda encontrar palabras para tu osadía.
—Oh, por favor. Solo he dicho una pequeña mentira. —Se dirigió a la escalera al tiempo que agitaba una mano en el aire y trataba de no parecer tan horrorizada como lo estaba—. Mucha gente ha hecho cosas mucho más escandalosas. Tampoco es que haya empezado a trabajar en un burdel.
Los ojos de Arthur casi se salieron de sus órbitas.
—¿Una pequeña mentira? —Antes de que ella pudiera responderle, prosiguió—: Y ni siquiera deberías conocer la palabra burdel.
Felicity miró hacia atrás; los dos escalones que había subido la hacían superar a su hermano en altura.
—¿En serio?
—En serio.
—Supongo que crees que no es apropiado que yo conozca la palabra burdel.
—No es que lo crea, es que lo sé. Y deja de decir burdel.
—¿Te hago sentir incómodo?
Su hermano la miró con los ojos entrecerrados.
—No, pero intuyo que esa es tu intención. Y no quiero que ofendas a Irving.
El mayordomo elevó las cejas.
Felicity se volvió hacia él.
—¿Te estoy ofendiendo, Irving?
—No más de lo habitual, milady —contestó el hombre mayor con seriedad.
Felicity soltó una risita mientras el hombre se marchaba.
—Me alegra que uno de los dos aún sea capaz de tomarse nuestra situación a risa. —Arthur miró hacia la gran lámpara de araña del techo antes de continuar—. Dios mío, Felicity.
Y de nuevo estaban donde habían empezado, con la culpa y el pánico y una cantidad no precisamente pequeña de miedo recorriendo todo su cuerpo.
—No quise decirlo.
Su hermano volvió a mirarla.
—¿Burdel?
—Oh, ¿ahora eres tú quien está de broma?
Él abrió los brazos.
—No sé qué más hacer. —Se detuvo, y luego pensó en algo más que añadir. Lo más obvio—. ¿Cómo es posible que pensaras…?
—Lo sé —le interrumpió ella.
—No, no creo que lo sepas. Lo que has hecho es…
—Lo sé —insistió.
—Felicity, le has contado a todo el mundo que te vas a casar con el duque de Marwick.
Se sentía bastante mareada.
—No a todo el mundo.
—No, solo seis de los peores cotillas. A ninguno de los cuales le caes bien, debo añadir, así que no habrá manera de silenciarlos. —El recuerdo del odio que sentían hacia ella no estaba ayudando a que sus entrañas se calmaran. Sin embargo, Arthur continuó presionando sin percatarse de ello—. Tampoco es que importe. Bien podrías haberlo gritado desde la plataforma de la orquesta, a juzgar por la velocidad con la que atravesó el salón de baile. Tuve que salir corriendo de allí antes de que Marwick me buscara para pedirme explicaciones. O, lo que es peor, antes de que se levantara delante de todos los invitados y te llamara mentirosa.
Había sido un terrible error. Lo sabía . Pero habían conseguido que se enfadara tanto. Y habían sido tan crueles. Y se sentía tan sola .
—No pretendía…
Arthur lanzó un largo y pesado suspiro, como si llevara una carga invisible a cuestas.
—Nunca lo pretendes.
Lo dijo tan bajito que parecía un susurro, casi como si no deseara que Felicity lo escuchara. O como si no estuviera allí. Pero lo estaba, por supuesto. Puede que siempre lo estuviera.
—Arthur…
—No pretendías que te descubrieran en la alcoba de un hombre…
—Ni siquiera sabía que era una alcoba .
Era una puerta cerrada con llave. En la planta superior del salón de baile donde le habían roto el corazón. Por supuesto, Arthur nunca lo entendería. En su mente, aquello había sido una estupidez. Y tal vez lo fuera.
Pero ahora ya había cambiado de tema.
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