Angélica Dossetti - Querido Milo

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Esta es la séptima novela protagonizada por Ema, quien ya tiene 17 años y acaba de recibir un fuerte golpe: a su adorado amigo Milo le han diagnosticado leucemia y para sobrevivir necesita urgente un trasplante de médula. Pero este tiene un precio que su familia no puede costear. Con sus amigos, Ema decide ayudar a buscar los recursos económicos que no hay. Saben que están contra el tiempo y para ello se contactan con toda clase de personas.Pero el grupo chocará con una realidad que les era desconocida: a la gente no le conmueve el sufrimiento humano y no está dispuesta a molestarse por aliviarlo. Además, la burocracia impide llegar hasta quienes podrían hacer algo.

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Milito de mi corazón, al final hoy resultó ser un buen día y no el desastre que esperaba. Sigo pensando en ti en cada segundo de mi vida.

Siempre juntos.

Ema S.

Martes 2 de septiembre, a la luz de una linterna

Querido Milo:

Son las tres de la madrugada, la electricidad aún no llega y me he despertado en medio de un sueño angustiante que trajo a mi mente sucesos que ya tenía por olvidados.

Al día siguiente de recibir la noticia de tu leucemia, con mamá nos levantamos temprano para visitarte en el hospital. El día estaba gris, lluvioso y tétrico. Caminamos por los interminables pasillos del Hospital Universitario, cuya pulcritud, puertas vidriadas, plantas artificiales y cuadros impresos en serie no lograban ocultar las caras apesadumbradas de pacientes o familiares que aguardaban en las salas, esperando que alguien se asomara para levantarles las esperanzas.

En la zona de espera de la UCI se encontraba sentada tu mamá, aferrada con fuerza a las cuentas de un rosario, que se enredaban entre sus dedos y que seguramente apenas podía ver a través de sus lentes salpicados de lágrimas.

Mamá me tomó de la mano y juntas avanzamos lentamente hasta llegar a su lado. Mi mamá se sentó cuidadosamente, abrió su cartera y sacó una estampita con la imagen del Padre Hurtado.

–Se la manda la Normi. –Puso la figura sobre la falda de tu mamá–. ¿Cómo sigue Milo? –le preguntó con esa complicidad que solo tienen entre ellas las mujeres que están a cargo de una familia. Tu mamá suspiró y se secó los ojos con una manga de su abrigo. La piel clara de su rostro se veía más pálida aún en contraste con las ojeras oscuras que se habían instalado bajo sus ojos, las que, junto con su pelo castaño enmarañado, delataban que había pasado la noche en espera.

Me dio mucha pena verla tan desvalida y sola. Después supe que tu papá andaba haciendo trámites en la Isapre y que Diego, sí, el pesado de tu hermano, hablaba con la enfermera jefe porque la señora Marité no era capaz de hacerlo.

–No sé, dicen que mal, que tengo que rezar mucho, porque para Dios nada es imposible... –Su voz se quebró, tragó saliva y se tomó la cabeza con ambas manos–. También aseguran que el ser tan joven le puede favorecer.

A mamá se le escapó una lágrima solidaria, quizás pensando en la fortuna de no ser ella la que se aferraba a un rosario.

–Yo sé que va a estar bien –se me escaparon las palabras–. Lo siento aquí –me golpeé el pecho–, en el corazón.

–Ema, viniste... Milo ha preguntado por ti. –Tu madre me miró por un instante. No te puedo negar que me alegró saber que, pese a todo y a lo delicado que estabas, te acordabas de mí.

–Me enteré ayer, señora Marité, y vine apenas pude –apreté los labios para disimular la voz entrecortada–. ¿Se puede entrar para ver a Milo?

–Sí... Yo salí porque no quería que me viera con esta cara... Pero, anda, estoy segura de que se pondrá muy contento.

Las dejé sentadas y atravesé la puerta de vidrio que conducía a las piezas. El pasillo me pareció interminable, porque había olvidado averiguar el número de tu habitación y tuve que ir mirando a través de cada una de las ventanas para ver si estabas dentro.

–¡Milo! –casi te grité al momento de abrir la puerta y verte en el catre clínico con la mirada perdida en el cielo de la pieza.

–Viniste... Qué rico verte, flacuchenta.

–Mira quién habla. ¿No encontraste un lugar mejor para disfrutar la flojera? ¿La playa, por ejemplo? –No supe de dónde saqué fuerzas para no ponerme a llorar al verte conectado al oxígeno y a las mangueritas del suero.

–Aquí es más barato, lo paga la Isapre. –Sonreíste.

–¡Tonto!

–Estúpida... jajajaja.

Caminé los pasos que me separaban de tu cama y te di un largo beso en la frente.

–¿Qué te pasó? –Me senté en la silla, al lado de tu cama.

–Nada, son exageraciones de mi mamá. La semana pasada parece que me desmayé un poco en Educación Física y armaron un tremendo alboroto. Me llevaron al doc y, claro, como estos lo único que quieren es captar clientes, me tienen aquí haciéndome exámenes.

–Ah... ¿Cómo te sientes? –En ese momento me di cuenta de que no tenías idea de nada.

–Estoy cansado, el colegio y el preu me tienen chato... –regañaste desde tu cama.

–Como no falta mucho para las vacaciones de invierno, tienes que aguantar un poco más.

–Sí sé, pero ni los médicos ni mi mamá entienden, y me mantienen aquí.

Te vi tan inocente e ignorante de la sombra que se había instalado sobre tu cabeza, que me resultaba imposible seguir disimulando. Reír era un esfuerzo sobrehumano y fingir que ignoraba tu estado me atormentaba, porque lo único que quería era abrazarte y decirte que la leucemia no te ganaría. Pero estaba paralizada.

–Oye, mono... Me tengo que ir, porque me arranqué de la profe de Matemática, y tú sabes cómo se pone esa vieja cuando no me encuentra en la casa...

–Lo sé, esqueleto. –Me tomaste una mano.

–Cuídate, mira que tienes que estar bien, porque hemos planeado un montón de programas para las vacaciones...

–Sí, las vacaciones... –Te veías cansado, como si hubieras corrido una maratón.

–Chao, Milo –te dije, y tú me regalaste una sonrisa.

Le di una última mirada a tu habitación: tu cuerpo posado en la cama estaba rodeado de aparatos y el monitor de signos vitales emitía un persistente bip-bip en sintonía con los latidos de tu corazón, al tiempo que mostraba varias cifras en color blanco que variaban constantemente.

Cerré la puerta, caminé unos pasos y ya no pude contener las lágrimas. Me dirigí hacia un mesón tras el cual tres enfermeras miraban concentradamente unas pantallas.

–¡Señorita! –Me sequé la cara con un pañuelo desechable.

–Sí, dime. –Una de las mujeres vestidas de impecable uniforme azul me miró a los ojos.

–A mi amigo Milo le gusta ver los árboles. ¿Usted cree que es posible abrir las persianas de su ventana?

–Claro que sí. –La mujer me sonrió y me dio una palmadita en la espalda.

–Es la pieza diez...

–Lo sé.

Arrastré los pies para regresar a la sala de espera y me senté en uno de los sillones junto a tu madre.

–¿Acaso él no sabe? –La miré fijamente.

–No le dijiste nada, ¿verdad? –Tu mamá parecía asustada.

–No, cómo se le ocurre, pero me di cuenta de que no tiene idea.

–No sé cómo decirle esto a mi niñito, no sé... –confesó tu mamá y se puso a llorar desconsoladamente.

Ignoro si te diste cuenta, o si también se borraron tus recuerdos como me pasó a mí, hasta ahora que aparecieron en un sueño; pero tu pobre mamá había dejado de ser la mujer alegre de siempre. Más aún, se le habían venido encima por lo menos diez años en apenas un par de semanas. Y me puse a pensar: “¿Qué se le pregunta a una madre en la sala de espera de la UCI? ¿Qué se le dice?”.

Afortunadamente hoy son solo recuerdos de las cosas que pasaron hace un año, algunas gratas y otras malas. Recuerdos que aparecen sin invitación por mi cabeza y, como creo que también puedes haber olvidado ciertas cosas, es que te los escribo.

Te quiero, calcetín con rombos. Siempre juntos.

Ema S.

P.S. Olvidé contarte que las nueve guaguas de Mamita son iguales a su madre, pero gordas y chillonas, y que me gusta verlas pelear por sus tetillas porque no alcanzan para todas. En eso se nota que no tiene idea de cómo ser mamá. La Normi les prepara un sustituto de leche materna mientras yo le voy ayudando a alimentar a cada cachorro.

Lunes 8 de septiembre

Querido Milo:

Después de la lluvia siempre sale el sol, me decías cada vez que yo tenía un problema o simplemente cuando notabas que estaba afectada por la que llamabas mi “depresión invernal”. Hoy salió el sol, pero uno tímido que se escondía tras las nubes y se reflejaba en las gotas de lluvia de los árboles como si fueran cristales. Sin embargo, el temporal nos dejó aisladas porque cayó un árbol que cortó el único camino que nos comunica con el pueblo.

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