I. P.: Teníamos clases sobre estas personas, sí, las teníamos. Harré visitó en mi último año de estudios el Politécnico de Plymouth, que fue donde obtuve mi primer título como psicólogo. Allí tuvimos esa exposición.
D. G.: ¿Ese fue un vínculo para que usted continuara en psicología?
I. P.: Sí, y no estoy seguro de si fue algo bueno o malo, para ser honesto, porque me mantuvo en la psicología. Si ves, pude haber desarrollado una crítica a la psicología que tuve desde el comienzo y mantener esa crítica desde la perspectiva marxista, pero estas otras críticas del paradigma revolucionario de la lingüística me proporcionaron una manera de quedarme en la psicología y de hacer algo crítico dentro de la investigación cualitativa. Fue bueno para mi carrera, pero me tuvo dentro de una disciplina que era profundamente problemática. No sé si fue igual contigo, Erica. Se volvió una solución, pero, aun así, de alguna manera, me quedé en ella.
E. B.: En mi caso fue un proceso muy extraño. Empecé la carrera de Psicología porque me interesaban muchas cosas y en ese momento las carreras de Enfermería estaban empezando, pero la directora pensaba que esta era una carrera de bajo estrato para mí. Entonces, al final de mi carrera de Psicología, uno de mis tutores me dijo que debería pensar en hacer un doctorado, algo que nunca se me había ocurrido. Apliqué para uno en Sussex, pero me dijeron que no tenían becas y yo no sabía qué hacer.
D. G.: Ian tuvo esta conexión con la perspectiva crítica dentro de la psicología y usted, Erica, estaba igualmente decepcionada con la psicología. ¿Tuvo usted, de la misma manera, estas conexiones con los autores críticos? ¿Hizo su doctorado para poder seguir estas perspectivas críticas?
E. B.: No creo. Pienso que mis orientaciones críticas se desarrollaron de manera separada. Me involucré más con algunos debates feministas. Tuve la grave experiencia de ser acosada sexualmente en mi último año de universidad, lo que fue horrible, pero también bastante politizado. Fue también un momento en el que los debates feministas estaban empezando a reconocer diversas posiciones minoritarias. La segunda ola feminista 1se estaba fragmentando en diferentes tipos de feminismos y yo me involucré en las movilizaciones feministas antirraciales mientras estuve en Sussex. Luego vine a Mánchester y ocupé una plaza doctoral; la política, en ese punto, parecía alejada de la psicología. Supongo que encontré más sobre política. Ya me había vuelto bastante cínica sobre la política en las universidades, por mi experiencia en el pregrado. Algunas personas fueron solidarias, pero había una falla en la institución. Entonces empecé a tomarme muy en serio las preguntas del sexismo y el acoso. Esto, para mí, como alguien en un contexto en el que estaba acostumbrada a tener una posición privilegiada, era transformador. Pienso que yo era, de muchas maneras, un poco individualista.
I. P.: En cierto modo, pienso en los otros marcos de trabajo llamados “posestructuralismo” como una brecha: una brecha entre el nivel político y el nivel personal. La naturaleza de esta brecha ha sido abordada o ha sido visible de distintas maneras para los dos por el feminismo, por la segunda ola feminista de los setenta. Dicho movimiento estaba organizado alrededor del eslogan “lo personal es político”; en este sentido, la manera en que funcionó no fue únicamente por medio de una gran estructura opresora patriarcal, sino también por medio de la interacción cotidiana, del privilegio que los hombres tienen de controlar las situaciones, dominando la conversación, dominando la agenda de reuniones, hasta las maneras en que los hombres y las mujeres se sienten sobre sí mismos, la forma en que está estructurada esa subjetividad. Entonces, el nivel personal refleja y mantiene en realidad esos procesos políticos; eso es algo que el marxismo debió ser capaz de abordar.
D. G.: ¿No fue en ese momento?
I. P.: Para mí fue algo que el marxismo debió ser capaz de abordar, pero no lo hizo, porque el feminismo socialista estaba empezando a aparecer en la izquierda.
D. G.: Erica, ¿cómo empezó el feminismo a hacer parte de su trayectoria? Puedo ver esto como una semejanza de sus trayectorias. Usted estaba hablando sobre su experiencia personal a la par con los debates que estaban surgiendo…
E. B.: Yo era muy excluida y me sentía alienada en la mayoría de los debates feministas que estaban sucediendo en la Universidad de Sussex, porque hablaban de una experiencia generalizada de las mujeres y esa no era en absoluto mi experiencia. Entonces no me conecté con el privilegio de las mujeres blancas de Occidente, ni con su posición ni su experiencia. Mi punto de entrada al feminismo llegó cuando el feminismo estaba fragmentado. Me volví feminista, como una judía feminista, viniendo de una posición inferior. La fragmentación del feminismo en feminismos reconoció las diferentes experiencias que diferentes mujeres tienen en los diferentes contextos.
I. P.: El feminismo llegó a mí porque yo estaba involucrado con las políticas marxistas del momento, y en ellas y en las organizaciones marxistas empezó a aparecer el feminismo.
D. G.: ¿Como una crítica a los acercamientos marxistas?
I. P.: Como una crítica a la mayoría de las formas económicas reductivas y patriarcales del marxismo. No siempre como crítica del marxismo, en ocasiones como una manera de cuestionamiento hacia las prácticas marxistas, agregando otra dimensión al marxismo. El feminismo fue viable ahí en ese momento y no se podía ignorar. Algunos de los marxistas trataron de ignorarlo y de describirlo como algo que provenía del individualismo burgués o algo por el estilo, pero el feminismo apareció para mí en ese momento; ese fue exactamente el momento en el que empecé a involucrarme con el marxismo. De esta manera, el feminismo se volvió parte de mi marxismo. No puedo pensar en el marxismo sin el feminismo. No tiene sentido para mí.
D. G.: El feminismo estaba tratando de dirigirse a la opresión y a la desigualdad por medio de diferentes conceptos, ¿cierto?
I. P.: Sí, por medio de diferentes conceptos que abordan el nivel experiencial relacional en la explotación capital y en los sistemas de poder. Entonces, el feminismo abrió esa pregunta y yo supongo que surgió como algo que obligó a plantearla; pero el feminismo, como tal, no tenía tampoco la respuesta a esa pregunta. Pienso que por eso se dan estos marcos de trabajo, como los de Foucault y Derrida, los llamados posestructuralistas. Ellos formularon conceptos que nos permitieron hacer esas conexiones y concepciones teóricas.
D. G.: ¿Cómo fue su experiencia en el doctorado, Erica?
E. B.: Para ser honesta, empecé el doctorado y me quedé atascada después del primer año. El primer año de mi doctorado estaba conectado con un proyecto sobre microprocesadores en la educación –lo que ahora denominamos computadores– e hice algunos experimentos. Posteriormente, mi asesor y yo nos dimos cuenta –al menos él fue capaz de reconocerlo– de que no entendía nada de aquello de lo que yo estaba hablando cuando nos reuníamos.
I. P.: Entonces, el doctorado fue una buena práctica en términos formativos; de su parte fue formativo (risas).
E. B.: Sí, él me invitó a buscar otro asesor. Estuve a punto de darme por vencida, pero en ese momento asistía a varios cursos, incluyendo uno sobre género y sexualidad impartido por Elena Lieven, en el Departamento de Psicología del Desarrollo. Estaba aprendiendo mucho, pero no sumaba para mí; me estaba moviendo en múltiples direcciones. Cambié de asesor y empecé a hacer algunos trabajos sobre Piaget y la edad, con una conexión de conceptos sobre el tiempo y el desarrollo (en los sentidos más amplios). La edad era un concepto muy social y era una parte muy pequeña en su libro sobre el tiempo, mencionada en términos de relación lógica de sucesión y duración. Posteriormente, en otro punto, me atasqué porque no sabía qué hacer con el material. Había visitado colegios y había tenido conversaciones interesantes con los niños. Me había alejado de la entrevista clínica de Piaget.
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