1 ...8 9 10 12 13 14 ...17 Anselmo sintió crecer su admiración por los sembradores, esos seres que podían dedicar toda una vida a desear que sucediera algo concreto, a hacer todo lo posible para que sucediera aun sin acabar viéndolo. Se imaginó a sí mismo bajando con el carburo a la mina, con su ardiente esperanza de encontrar la más importante veta de fosforita jamás explotada en Aldea Moret, picando y picando, profundizando y profundizando en la galería, pero sin acabar de hacer aflorar el ansiado mineral. Y así un día tras otro con la misma esperanza. Y con la misma paciente perseverancia. No, no era fácil ser un buen sembrador. Dejó escapar su considerado respeto:
–¡Menuda tareíta la de los sembradores! ¡Y más si no llegan a ver los resultados de su trabajo! ¡Me quito el sombrero! ¿Y todos ellos hacen lo mismo o se especializan en algo concreto?
Empédocles miró a Calisté para saber si aquel era el primer pabellón que visitaba Anselmo. Comprendiendo la respuesta, sacó al regresado de sus dudas:
–Como no has ido antes a ningún pabellón, todavía no te han informado. Bien, lo hago yo ahora porque esto sirve para los siete pabellones. La instrucción que aquí se recibe no es siempre la misma. No podría serlo porque el proceso con el que alguien aprende también enriquece las capacidades y hasta el contenido de quien enseña. Digamos que el enseñante aprende a impartir una enseñanza en la medida en que hay alguien que aprende a recibirla. Y esto es un proceso dinámico que no tiene final sino que crece y se perfecciona. Sin fin. Como además aquí la enseñanza es individualizada, atendiendo a las necesidades e inquietudes del educando, podrás comprender que no salen igual de formadas dos almas. Con mayor motivo, nunca una promoción podrá ser igual a otra. Pero además ni siquiera se puede afirmar que haya «promociones» de modo ordinario. Eso sí, cada uno de los sembradores que sale de aquí se va con la seguridad de que ha tenido la mejor formación posible y que es la mejor porque es la que ha merecido recibir.
Mientras Anselmo escuchaba la disquisición del filósofo, se dejó llevar por el recuerdo de aquellas cartillas de palotes que había conocido en la escuela de Coria, siempre las mismas para todos los pupilos, que volvían a utilizarse al año siguiente, y también al posterior, y le dio cierto reparo sentir lo anticuado que estaba el sistema educativo en el que había aprendido los rudimentos de la escritura.
–Además, los sembradores se van formando atendiendo también a los objetivos globales que se pretenden obtener. Por ejemplo, al acabar la fase de «vida desnuda» de los astros… Perdón, para que puedas entender mi discurso antes tendré que explicarte ese término. Verás, la finalidad de todo astro es contribuir a albergar vida consciente, aunque también la podrías llamar vida inteligente o superior. Da igual. Eso se puede lograr bien permitiendo que la vida inteligente se asiente en ese astro, bien creando relaciones y equilibrios macrocósmicos para que en otro astro vinculado se produzca esa implantación. Esto último, por ejemplo, es el papel que cumple vuestra Luna… Pero no me quiero desviar del tema, que además no es mi especialidad. Volvamos a la raíz del problema… Aquí llamamos fase desnuda a ese primer periodo temporal en el que en un astro se están creando las condiciones físicas pertinentes para que pueda llegar a albergar vida consciente en su superficie o en su interior. A partir de ese momento, a la nueva fase la llamamos «vida hospitalaria».
–¡Qué sugerente!
–Pues bien, como te iba diciendo, al acabar la fase desnuda de los astros y empezar la hospitalaria es muy importante redoblar esfuerzos de todo tipo para que se mantenga esa hospitalidad, para que los procesos de la Naturaleza se decanten a favor de la opción que mejor garantice que arraigue esa consciencia o inteligencia de la que te hablaba. Y siempre pasa igual. También era así antes de que llegara yo aquí. Pues bien, en esos momentos de transición tan delicados para un astro surgen de este pabellón sembradores especiales, servidores muy singulares que se caracterizan porque se han adiestrado con la idea específica de realizar determinadas tareas que en ese momento requiere el astro. En el caso de la Tierra, así surgió la necesidad de formar una promoción de Elementales de la Naturaleza, que es ese cuerpo del que está tan orgullosa Cibeles. Son seres inasequibles al desaliento. No pueden desanimarse, no está en su configuración. Dedican toda su energía, sin descanso, a apoyar los procesos de conquista del ser humano sobre el planeta y actúan a modo de mecanismo intercomunicador entre las Potencias Supremas y la materia más densa del astro traduciendo a impulsos materiales los afanes espirituales. No sé si me entiendes…
Anselmo se sintió desbordado por tanta información. Y aún más por la conmoción que le provocaba. Ya se encontraba sin fuerzas para lanzar nuevas preguntas, de modo que optó por silenciar sus dudas, conservando así la energía no consumida en expresarlas. Siguió recorriendo el pabellón. Primero cabizbajo y después alzando poco a poco la mirada.
Súbitamente se le vino a la mente el recuerdo de un día en el que pudo haber muerto, enterrado en la galería. En ese momento estaba solo, agotado por las horas que llevaba picando la roca. Su extenuación le hizo espaciar cada vez más las comprobaciones de la jaula del jilguero. Todos los picadores bajaban a la mina con algún pajarillo enjaulado, porque si dejaba de cantar o de moverse era un anuncio de una fuga de grisú o de algún otro gas que podía resultar letal para los obreros. Ese día Anselmo no se dio cuenta de que el jilguero se había desplomado. Pero sintió un súbito soplo de viento que le hizo girar la cara y entonces se percató de la situación. Corrió hasta el final de la galería a tiempo de evitar el hundimiento de la entibación del tramo en el que había estado trabajando, causado por una deflagración de gas. «¡Por los pelos…!», había dicho siempre cuando se refería al percance, dando gracias por la suerte que tuvo para librar el accidente. Pero ahora se daba cuenta de que la intensa corriente de aire que aquel día notó en la cara había sido propiciada por Elementales de la Naturaleza que intentaban advertirlo del peligro. El minero empezó a tambalearse asustado. Necesitaba una tregua.
–Lo siento, tengo que salir a tomar el aire –dijo atropelladamente mientras se llevaba una mano a la boca y buscaba con premura la salida del pabellón. Pero lo que no pudo evitar fue convertir el hermoso parterre donde antes zumbaban las diligentes abejas en un silencioso terreno arruinado por su vómito.
8. Quien siembre vientos…
Todo el mundo aprende y acepta exactamente lo que tiene que comprender, y exactamente cuando toca.
Gary R. Renard, La desaparición del universo
¿Estás bien? –preguntó Calisté cuando llegó a la altura de Anselmo, que estaba aún abatido, agarrándose con fuerza las rodillas en un intento de hacer cesar su temblor–. ¡Pobre, cómo te han afectado los elementos!
Esforzándose en recuperarse de la súbita debilidad que había desmoronado su cuerpo, el hombre consiguió erguir de nuevo el tronco y miró a su acompañante, aunque no llegó a verla nítidamente hasta que las lágrimas afloradas a sus ojos dejaron de agriarle la visión. Articuló dos escuetas palabras que le intensificaron en la boca el sabor acre del vómito.
–Sí…, creo.
–¡Oh, te ruego que me disculpes, no he estado atenta…! ¡Ay, cuando se entere la supervisora…! Menos mal que parece que ya te está volviendo el color a la cara. Pero ven, vamos a sentarnos en aquel banco.
Con gran delicadeza, Calisté tomó de los brazos a Anselmo y lo condujo suavemente hacia un banco de madera que no distaba de ellos más de veinte pasos. El fuste del árbol había sido aserrado longitudinalmente para formar tanto el asiento como el respaldo. Pero como en ambas superficies imperaban las curvas, al igual que sucedía en el propio Pabellón de los Sembradores, tuvieron que decidir en qué parte del banco era más cómodo sentarse. Finalmente se acomodaron en el extremo que quedaba bajo la sombra de una espesa enredadera que delimitaba el recinto.
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