Antonio Cortés Rodríguez - En sueños te susurraré

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En sueños te susurraré: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras superar la inicial perplejidad que le ocasiona su fallecimiento accidental, Anselmo Paredes comprueba que la vida no acaba con la muerte sino que continúa sin interrupción en otra dimensión en la cual las almas siguen evolucionando espiritualmente.Aunque su deseo inicial es regresar a Cáceres y retomar su existencia como minero en Aldea Moret, en ese otro plano comienza un viaje iniciático que le permitiría conocer y desarrollar sus auténticas potencialidades, insospechadas por él mientras vivía en la Tierra.La decisión final que adopte de retornar a la vida en la Tierra o quedarse en ese nuevo plano de realidad no solo le a afectará a él, sino que enlazará decisivamente con la evolución de otras almas… Y tal vez también con la tuya.

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El hombre, desconcertado, volvió a escrutar los alrededores. No parecía que hubiese nadie vigilando. A regañadientes y con el ceño fruncido se introdujo en el orbe en el mismo momento en el que ella daba la orden mental de desplazarse. No se miraron ni intercambiaron palabras hasta que el vehículo se detuvo y se desmaterializó dejándolos suavemente posados sobre el terreno. Una inmensa construcción discoidal apareció ante ellos.

–El Pabellón de los Tejedores –dijo ella, con gran formalidad–. Acerquémonos para que puedas verlo bien.

Al aproximarse, Anselmo observó que el edificio no mostraba en realidad una delimitación inalterable, puesto que sus paredes experimentaban una dinámica por la que continuamente parecían hundirse por unos lados y sobresalir por otros, describiendo movimientos que no cesaban nunca. No encontró en su memoria ninguna referencia similar a lo que estaba viendo. Pero recordó alguna mañana de domingo en que había ido a pescar al río Salor y se vio a sí mismo sacando de un morral un pañuelo moquero con las cuatro esquinas atadas; al abrirlo había descubierto una masa amorfa de lombrices entrelazadas que intentaban ocultarse para huir de su destino como cebo. En su memoria aquello había sido lo más parecido a la construcción que ahora surgía frente a él.

Siguiendo las indicaciones de su acompañante, Anselmo continuó acercándose y pronto pudo darse cuenta de un matiz que antes le había pasado desapercibido: en realidad no eran gusanos los que se entrelazaban para formar el aspecto exterior del pabellón, sino ramas de diversos tamaños y colores, extrañamente flexibles e irrompibles. Miró de soslayo a Calisté como reclamando una explicación, pero ella prefirió observar en silencio el asombro dibujado en el rostro masculino. Cuando finalmente habló, no contribuyó a despejar ninguna duda.

–Pues sí, si es el Pabellón de los Tejedores es normal que el edificio esté tejido, ¿no?

–¡Fascinante! –Esto fue todo lo que acertó a balbucear él, detenido para observar con más admiración el danzante entrecruzamiento de ramitas, tallos y sarmientos dispuestos de tal forma que construían un inmenso nido en el que parecía que en cualquier momento iba a posarse una descomunal cigüeña.

–Te has quedado embobado.

–¿Se nota mucho? –dijo él, sin separar la mirada del soberbio entrelazamiento vegetal–. Quiero que me cuentes más sobre este pabellón. ¿Qué hacen aquí?

–A su debido tiempo… Aunque pienso que mejor será que te lo cuente Gea, su guardiana. De quien te puedo hablar un poco es de ella si quieres. ¿La conoces?

–¿A Gea? ¿Por qué? ¿Es que es de Aldea Moret?

Calisté estalló en una carcajada que fue rápidamente secundada por Anselmo, el cual desde que estaba en el Cielo había perdido todo miedo a sentirse ridículo, de modo que era el primero en reírse de sus propias ocurrencias. Se fueron acercando aún más a la construcción mientras ella le ponía al corriente de las andanzas de Gea.

–Gea es una diosa muy querida aquí. Los griegos la adoraban porque era la Madre Tierra de cuyo panteón habían surgido todas las razas divinas. ¡Te podría contar tantas historias suyas y todas fabulosas…! –Y chasqueó la lengua para ponderar cuánto le costaba acabar mordiéndosela–. Pero me conformo con que conozcas uno solo de sus episodios: estuvo cuidando al dios Zeus después de que la madre de este consiguiera evitar que lo devorara el padre de la criatura, Cronos, que ya se había comido antes a cinco hijos suyos. Como entonces, en muchas otras ocasiones Gea había adoptado un papel protector de la vida para asegurar su continuidad frente al egoísmo de algunas figuras masculinas que ejercían su dominación y muchas veces su violencia. Sí, ya sé que estás pensando que ha sido muy valiente. Es cierto. Seguramente su valentía ha sido consecuencia de su inmenso amor maternal. No olvides que es la Madre Tierra.

–¡Qué ganas tengo de conocerla! –exclamó alborozadamente Anselmo mientras experimentaba un escalofrío de expectación que le impacientó.

El hombre apresuró el paso adelantándose a Calisté, pero se paró en seco cuando vio el foso. Una trinchera rodeaba todo el nido. Su anchura y profundidad convertían en inaccesible al edificio. Buscó con una mirada de consternación a su acompañante, pero hasta que ella no llegó a su altura no obtuvo respuesta.

–¿Para qué correr tanto si luego te paras y tienes que esperar? –lo recriminó dulcemente con voz maternal.

–¿Y ahora qué? ¿No podemos pasar?

–¿Realmente quieres pasar? Si es así, no habrá obstáculo que te lo impida.

–¿Te estás burlando de mí? –dijo Anselmo con tono herido mientras se acercaba al borde del precipicio y observaba que era aún más profundo de lo que había supuesto–. ¿Pero has visto lo hondo que es? ¿Cómo vamos a poder pasar esto por alto?

–¡Pasar por alto! Precisamente creo que estás pasando por alto lo más importante: estás en el Cielo y aquí no rigen las limitaciones de la Tierra. Estás a punto de descubrir cómo cruzar, en cuanto abandones ese pensamiento terrícola limitante.

Desconcertado, Anselmo volvió a mirar el nido al que quería llegar, luego bajó la mirada hacia la oscuridad en la que se perdía la descomunal zanja, suspiró, mantuvo cerrados los ojos durante unos instantes y después volvió a fijarse en las ramas entrelazadas que soportaban el edificio. «Voy a cruzar, pero ¿cómo voy a hacerlo?», pensó. Entonces sucedió. Desde distintas alturas empezaron a sobresalir cuatro ramas que en lugar de trenzarse con las contiguas se lanzaban hacia el exterior, hacia el lugar en el que él se encontraba; dos quedaban casi a ras del suelo y las otras dos apuntaban hacia las caderas del desconcertado visitante. Según avanzaban, las ramas iban engrosándose y disponiéndose en paralelo entre sí. Mientras, otras pequeñas ramas brotaban también del nido y se iban colocando perpendicularmente entre las dos ramas paralelas del suelo a modo de travesaños de una improvisada pasarela de madera. Algunas lianas surgieron de la plataforma y fueron recorriendo la armazón y sus ensambladuras para asegurarlas. En pocos segundos un robusto puente apareció ante los atónitos ojos de Anselmo. Con la boca aún abierta se giró hacia Calisté, que se divertía con la escena. Ella empezó a aproximarse mientras bromeaba.

–Si es el Pabellón de los Tejedores es normal que también sepan tejer un puente, ¿no?

Cuando la acompañante estuvo a su altura, posó la mano izquierda sobre la espalda de Anselmo, invitándolo a avanzar con ella. Colocaron un pie sobre la pasarela. Era sólida y resistente. El hombre se afianzó agarrándose al pasamanos antes de adelantar el otro pie sobre el siguiente madero. Luego ya no hizo falta dar más pasos porque toda la estructura del puente empezó a moverse regresando hacia el nido. Antes de alcanzarlo, las cuatro robustas vigas y los travesaños que las unían iban reduciendo su volumen y flexibilizándose hasta convertirse en minúsculos látigos que desaparecían entremezclados en la espesura vegetal. Anselmo y Calisté quedaron suavemente depositados sobre el terreno próximo al nido. Él se dio la vuelta para volver a mirar el foso, ya desde el otro lado. Seguía sobrecogido por el inesperado modo que les había permitido cruzar. Ella observaba con mucha atención la impronta emocional que había dejado la experiencia en su semblante.

–Anselmo, estás impresionado, ¿eh? –Sin esperar respuesta del enmudecido visitante, prosiguió–. Claro, en realidad sobrecoge. Supongo que te habrás dado cuenta de que para que esto haya sucedido han tenido que concurrir dos factores, uno externo y otro interno. El externo es la asombrosa capacidad que tiene esta materia vegetal de modificarse hasta dar forma a lo que haga falta. En este caso, ha sido un puente, pero podría haber sido cualquier otra cosa necesaria. Y el factor interno es tu inexplorada capacidad de generar deseos sinceros…

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