PSICOTERAPIA DE GRUPO EN NIÑOS
En nuestra experiencia, el grupo da una posibilidad real para que los niños puedan expresarse, en la medida que están dadas las condiciones necesarias y que pueden hacerlo sin presión ni temor a equivocarse; también les permite razonar sobre las cosas que les conciernen, sobre su mundo interno, sobre sus deseos y sus emociones y acerca de sus vínculos afectivos.
Uno de los aportes del trabajo de grupos en niños es la idea de permitir que sus integrantes se contemplen desde una perspectiva más objetiva, esto significa que el niño salga de si mismo y se transforme en un yo que se mira reflexivamente. En las terapias de grupo en niños, esta mirada sobre sí mismo es de algún modo enriquecida por la interacción de los otros niños y por el aporte de los terapeutas que le reflejan aquellos aspectos más positivos de sí mismo, le señalan las competencias que tiene para cambiar aquellos aspectos del sí mismo que el niño o la niña quisieran cambiar o que les perturba su interacción con los otros o con las tareas que deben cumplir.
Un elemento que resulta especialmente enriquecedor es dar un espacio para que los niños, como dijeron Markus y Nurius (1998), oigan las voces de sus “posibles selfs”.
Estos autores definieron los sí mismos posibles como concepciones de si en estado futuro, esto es, sí mismos ideales de lo que nos gustaría ser, de lo que podríamos ser y de lo que tenemos miedo de ser. A su vez plantean que los sí mismos posibles pueden ser entendidos como una manifestación cognitiva de metas, aspiraciones, motivaciones y amenazas. Reflejan cómo la persona percibe su potencial y su futuro y constituyen un elemento fundamental en la relación entre autoconcepto y motivación. Además, funcionan como incentivos para la conducta futura y entregan un contexto evaluativo e interpretativo de la visión de sí mismo. En los grupos de niños se favorece la comparación social dando a los participantes de los grupos la posibilidad de contrastar sus sentimientos, pensamientos, características y conductas con las de otros. Es decir, los niños no se evalúan aisladamente sino que en función del contexto, y así sus autorrepresentaciones pasan a ser un potencial hacia el futuro.
Markus y Nurius (1986) plantean que el paciente pasa de una postura de “experimentador” a una postura de “autocontemplación”, posibilitando la disminución de la implicación emocional original y un distanciamiento que permite la reelaboración cognitiva de las experiencias anteriores. El autor plantea que la posibilidad de asimilar distintas perspectivas constituye un mecanismo eficaz para la generación de constructos o narrativas alternativas.
Algunas de las preguntas que facilitan a las personas asimilar diferentes narrativas o significados, son: “si pudiera ver la situación desde fuera, ¿qué vería de diferente?” o “¿qué pensaría en esa situación una persona a la que admira?”.
El grupo está diseñado para que los niños, a través de diferentes actividades que les permiten conectarse con sus sentimientos, puedan ir expresándolos y elaborándolos en un contexto que resuena y acoge sus emociones.
En el grupo, los terapeutas deben estar conscientes de la necesidad de visibilizar los mensajes de todos los niños, no sólo de los que más se destacan. En sus intervenciones deben ir recibiendo por respuesta la idea que hay personas capaces de escucharlos. Cuando se crea este clima, los niños comienzan a hablar de lo que realmente les importa y la comunicación entre ellos se da en otro nivel de intimidad. En el grupo los niños aprenden a escuchar y a expresarse emocionalmente. Al compartir los recuerdos y las experiencias personales se van produciendo vínculos de proximidad y cercanía entre los que comparten vivencias similares, como por ejemplo, haberse sentido rechazado, tener intereses comunes, experimentar dificultades parecidas (problemas de aprendizaje, situaciones de pérdidas familiares, entre otras). La vinculación produce un soporte emocional en las situaciones difíciles y actúa fortaleciendo cuando se trata de aspectos que se relacionan con intereses.
Al ver cómo actúan los demás frente a las dificultades, las personas toman conciencia de cómo lo hacen también ellas y esto las estimula a buscar mejores maneras de relacionarse.
Los aportes del proceso grupal a los niños podrían sintetizarse, según Schamess (1998), en que la terapia los ayuda a:
• Aceptar y contener la expresión conductual de los impulsos regresivos intensos.
• Ofrecer un ambiente sostenedor y gratificante a los participantes.
• Favorecer las interacciones correctivas entre los niños que participan en el grupo.
• Ofrecer a los niños nuevos modelos adaptativos de identificación.
El participar en un grupo favorece en los niños y niñas el aprendizaje implícito y explícito de las competencias necesarias para el bienestar socioemocional y para integrarse en forma armónica a la convivencia social. Es por ello que los grupos terapéuticos son una indicación para aquellos niños que de diversas maneras presentan problemas en la interacción con otros.
Desde sus inicios los grupos terapéuticos están intencionados para desarrollar la pertenencia y la integración con los demás y para transferir las competencias adquiridas a sus contextos naturales.
APORTES DE LAS DIFERENTES TEORÍAS PSICOLÓGICAS A LA PSICOTERAPIA DE GRUPO
Aportes de la teoría psicoanalítica
El psicoanálisis es quizás una de las teorías psicológicas más ampliamente difundidas. Sus orígenes se remontan hace poco más de cien años, cuando Sigmund Freud comenzó a trabajar y estudiar la psicopatología, entendiéndola como el resultado de conflictos intrapsíquicos cuyo tratamiento consistía en analizar al paciente como individuo. La historia del psicoanálisis en grupo comienza con los trabajos de Burrow, Adler y Metzel, siendo Samuel Slavson, a comienzos de los años treinta, el precursor de la terapia psicoanalítica de grupo con niños (Kaplan y Sadock, 1996).
Quizás el concepto más importante descrito por Freud es el inconsciente, el cual alude a un mundo ajeno a la consciencia que influye sobre nuestras percepciones, pensamientos y conductas. Según Wolf y Schwart (1962, en Kaplan y Sadock, 1996), la función del analista de grupo es guiar a sus pacientes hacia una ampliación de conciencia por medio de técnicas que permitan acceder al inconsciente, tales como interpretación de los sueños, asociación libre, análisis de la resistencia, transferencia y contratransferencia.
Del concepto de inconsciente se derivan también los mecanismos de defensa, es decir, “procesos intrapsíquicos inconscientes que aportan alivio frente a los conflictos emocionales y la ansiedad” (Kaplan y Sadock, 1996, p. 73).
La concepción psicoanalítica básicamente señala que los síntomas, tanto en adultos como en niños, se comprenden en el contexto de la personalidad, esto es, en un contexto relacional. En el niño, los contextos relacionales más relevantes son la familia y la escuela, en cuyo seno éste crece, se diferencia y va adquiriendo autonomía. Por otro lado se plantea que en las relaciones terapéuticas, y en las relaciones en general, se reviven y reeditan los conflictos vividos en etapas más primitivas de la relación familiar, cuando la conciencia aún no está plenamente desarrollada, y son el fundamento de las fantasías inconscientes que siguen influyendo en la forma de procesar experiencias posteriores. Podemos decir entonces que toda experiencia es vivida en parte como una relación nueva, referida a la situación actual y realista, y en parte como una experiencia subjetiva ligada a fantasías inconscientes que tienen que ver con relaciones primitivas tanto o más que con las figuras actuales. Se espera entonces que la interpretación de la transferencia y las fantasías infantiles ayude a la diferenciación entre la experiencia pasada y la actual y de este modo promueva el proceso de crecimiento ajustado a la realidad actual. Según Anzieu (2004), la interpretación consiste en entregar una comunicación que devele algo que no está siendo percibido por la persona, por ejemplo: “me parece que te enojaste porque te cuesta mucho aceptar cuando pierdes”.
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