Los grupos son el contexto natural donde se desenvuelve la vida socioemocional de los niños. Pertenecer a ellos es clave para su bienestar; sentirse marginado es causa de un enorme sufrimiento para quienes tienen algún déficit en el desarrollo de sus competencias socioemocionales. Los grupos son un medio para favorecer en forma explícita e implícita estas competencias.
Este libro está organizado en dos partes:
La primera se refiere a los antecedentes teóricos que sustentan las terapias grupales. No pretende ser un estado del arte, pero sí describir en forma sucinta los principales aportes de los distintos enfoques recogidos a través de la revisión bibliográfica. Se ha puesto especial énfasis en aquellos autores que para nosotras resultaron claves para consolidar y enriquecer nuestra perspectiva terapéutica. En este sentido es una selección de lo leído, sesgada por el criterio de que los contenidos aportados hubieran resultado iluminadores del trabajo terapéutico realizado por nosotras.
En rigor, resulta difícil ser un buen terapeuta de grupo a quien no ha tenido formación y experiencia previa como terapeuta infantil, ya que el grupo es una modalidad orientada al crecimiento emocional y a la resolución de conflictos, la que se ve enriquecida por el aporte de los niños en el grupo. De alguna manera, si la experiencia terapéutica es bien guiada, los otros niños actúan como coterapeutas y al hacerlo experimentan un gran crecimiento emocional.
Algunos de los principios y las experiencias utilizadas en terapia grupal pueden resultar de utilidad en grupos de desarrollo emocional. La asistencia de los niños a un grupo, genera en ellos un crecimiento originado en la toma de conciencia de la importancia que revisten las competencias socioemocionales en la convivencia social.
Bisquerra (2006) plantea que a partir de los años 90 asistimos a una verdadera revolución emocional caracterizada por un aumento del estudio y las publicaciones en relación a las emociones, a la implicación de la neurociencia en los estudios del cerebro emocional, a la aplicación de la inteligencia emocional a distintas organizaciones y, especialmente, a la aplicación de los conceptos de inteligencia emocional a la educación de los niños.
Según este autor, la revolución emocional “trata de crear metas orientadas hacia la estructuración futura de la sociedad de tal manera que posibiliten un mundo más inteligente y feliz. Esto implica a las personas consideradas individualmente, pero también a la sociedad en general. La confluencia de ambas fuerzas (persona y sociedad) puede constituir una revolución más trascendental para el bienestar y la calidad de vida que las revoluciones industrial, tecnológica o informática” (p. 20).
Para los niños, asistir a una terapia de grupo es una experiencia terapéutica vivida habitualmente como positiva, es un lugar de encuentro con otros niños y con ellos mismos. Como plantea Violet Oaklander (2008), el proceso terapéutico debería ser algo natural al desarrollo de cada niño. El terapeuta solamente adapta este proceso a las necesidades del niño, teniendo en cuenta su singularidad y experiencias vitales particulares. Todo niño tiene el derecho inherente a desarrollar, fortalecer y expresar cada aspecto de su organismo: el cuerpo, los sentidos, las emociones y el intelecto. En la medida que el niño empiece a conocer y sea capaz de conectarse con su mundo de manera satisfactoria y sana, su camino de vida y crecimiento será un camino gozoso.
Coincidimos con Oaklander (2008) cuando sostiene que “trabajar con grupos es una eficaz y gratificante manera de trabajar con niños”. El grupo se presta para desarrollar las competencias sociales y emocionales y la imaginación; da a los niños un sentido de pertenencia y aceptación, les permite un espacio para expresar sentimientos a veces inexpresados y para experimentar con nuevas conductas, en un ambiente contenedor y amigable, que opera como un lugar que permite experimentar un apego seguro.
Un grupo exitoso es aquel donde cada niño se siente lo suficientemente seguro como para permitirse ser vulnerable y que ayuda a los niños a hacer un reencuadre de experiencias emocionales que pudieren haber estancado su desarrollo emocional por lo dolorosas.
Estar en un grupo es una experiencia emocional potente, donde es necesario que exista un guión que oriente, pero dentro del cual los participantes tienen la libertad de exponer los contenidos, de hacer un enjuiciamiento de la experiencia y de atribuirle un significado y así integrarlo en su narrativa personal.
La segunda parte de este libro está orientada a hacer una descripción detallada de las sesiones, desde los objetivos y las experiencias terapéuticas diseñadas para las diferentes etapas del grupo. Se incluyen a modo de viñetas algunos ejemplos concretos de sesiones, para permitir al lector hacerse una imagen lo más nítida posible de lo que puede suceder en una sesión de grupo.
Esperamos que el esfuerzo desplegado para sintetizar y describir nuestra experiencia, permita visualizar la riqueza de las interacciones de los niños y cómo a través de las diferentes modalidades, los niños van logrando niveles crecientes de autoexposición y de interacción. A medida que el grupo transcurre cada niño se va conectando más profundamente consigo mismo, fortaleciendo su identidad, dejando de lado miedos y mecanismos de defensa que los empobrecen. Este contacto consigo mismo es clave para un encuentro más real y auténtico con los otros.
Al terminar, quisiéramos agradecer en primer lugar a los niños que participaron en los grupos y a sus familias que dieron el consentimiento para su asistencia; también a nuestras familias, por el tiempo que les hemos quitado y por el afecto y el apoyo generoso que nos entregan cada día.
Verónica Gazmuri y Neva Milicic
PRIMERA PARTE
Antecedentes teóricos
FUNDAMENTOS CONCEPTUALES DE PSICOTERAPIA DE GRUPO
Contexto e historia
Las terapias de grupo en niños son posteriores a las terapias de grupo en adultos, como ha sucedido con todos los enfoques terapéuticos, y se encuentran influenciadas fuertemente por las terapias de juego, que sin duda han sido un gran aporte. Shectman (2002) realizó una revisión de los estudios existentes en intervenciones grupales para niños y constató que prácticamente todo lo que se sabe del trabajo en grupo con niños está basado en grupos de adultos.
Con los trabajos de Caplan y Caplan (1974) y Ginott (1975) se observa un aumento significativo de las publicaciones sobre terapia de grupo a partir de los años ochenta, siendo especialmente relevantes los aportes de Sweeney y Homeyer (1999), de Berg y Landreth (1998) y de Van der Kolk (1985).
Sweeney y Homeyer (1995) plantean que los terapeutas de juego y los terapeutas de grupo comparten el compromiso con un proceso terapéutico creativo y dinámico y están centrados en el desarrollo y la mantención de una relación terapéutica segura.
Los grupos, según Berg y Landreth (1998), serían un microcosmos del mundo cotidiano del niño. En el espacio terapéutico los niños tienen la oportunidad de enfrentar las reacciones de sus compañeros y de aprender en forma vicaria otras modalidades de relación más adaptativas. En este sentido, muchos niños que asisten a terapia presentan estancamientos o regresiones en relación a la etapa evolutiva en que deberían encontrarse. La interacción con otros niños los estimula a pasar a la zona de desarrollo próximo. En este sentido no hay nada que sea tan estimulante para el desarrollo de un niño como lo es otro niño.
Para entender la terapia de grupo se hace necesario conocer cómo se gestaron los movimientos de dinámica de grupo, que son los orígenes de la terapia de grupo.
Existe consenso que una de las figuras más importantes es Kurt Lewin, quien trabajó en el MIT en Boston en 1946, realizando seminarios de grupos cuando recién terminaba la segunda guerra mundial, época en que el espíritu que impregnaba el mundo intelectual era trabajar en reconstruir y evitar nuevas guerras. Este movimiento generado a partir de la figura de Lewin, que se desarrolló en un pequeño pueblo llamado Bethel, originó una asociación llamada National Training Laboratories (NTL), cuyo objetivo era capacitar a monitores en ciertas habilidades básicas que les permitieran actuar como agentes de cambio. Kurt Lewin (1935), científico social, planteó una metateoría de la conducta humana. Desde su perspectiva, los procesos de grupo son campos estructurados que están constituidos por elementos que se relacionan entre sí. Él concibió el grupo social como una totalidad dinámica, donde observar cada elemento por separado carece de sentido. Para el autor, el conjunto y sus partes son igualmente relevantes y la totalidad posee características propias definidas (Lewin, 1951). Así, la conducta del grupo se distingue de la de sus miembros aunque funcionalmente se asocie a ella. Es común ver que los niños se comportan en un grupo de modo muy diferente a como lo hacen en otros contextos.
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