Dirigentes de peso político mucho mayor han comenzado a participar de esta recomposición del mapa político de lo pensable y lo decible, que va corriendo muy notoriamente el límite de lo enunciable. Si bien se llevará a cabo un relevamiento más sistemático en el capítulo 3, vale la pena enumerar, entre las voces más importantes, a la ministra de seguridad de la Nación, Patricia Bullrich; el ex secretario de seguridad del gobierno anterior, Sergio Berni; el ex presidente del Senado de la Nación y actual senador nacional por el peronismo federal, Miguel Ángel Pichetto (finalmente elegido como candidato a la vicepresidencia por el macrismo); el ex ministro de Educación y actual senador nacional por la Alianza Cambiemos, Esteban Bullrich. Figuras relevantes del gobierno y, en algunos casos, también de los partidos de oposición están dispuestas a utilizar expresiones xenófobas, discriminatorias o punitivistas y alentar reacciones sociales que puedan dirigir el odio social y las frustraciones económicas hacia los inmigrantes de países limítrofes, los miembros de organizaciones de izquierda, de organismos de derechos humanos, los sindicalistas, los desocupados, los receptores de planes sociales o los pueblos originarios, entre otros grupos estigmatizados.
Y, como a partir del nazismo los fascismos posteriores no prescindieron nunca del arma del antisemitismo, también en este caso los ataques se dirigen contra los judíos, como se desprende de las manifestaciones en Tucumán contra el secretario de Derechos Humanos y contra la implementación de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), en donde con explícita gráfica antisemita se acusa al “judío Avruj” de “rechazar el derecho de opinión de los cristianos”, incluyéndolo en una larga lista junto a Wilhelm Reich, Erich Fromm, Walter Benjamin, Judith Butler, George Soros u Horacio Verbitsky, lo cual habrá sorprendido sobremanera al propio Avruj, quien hasta aquel momento había coqueteado con algunos de estos grupos invitándolos en algunos casos a reunirse en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
Afirmaciones de tenor similar pueden encontrarse también en las declaraciones de periodistas como Gustavo Cúneo o ex funcionarios de gobierno como Guillermo Moreno, en donde los ataques tanto al gobierno como a la oposición de izquierda pasan por su “extranjería”, su judaísmo o el “no asistir a misa”. Y, por supuesto, en los ataques cibernéticos de los trolls macristas o nacionalistas, donde sorprende el crecimiento y radicalización de la imaginería antisemita.
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Para identificar un conjunto de prácticas sociales fascistas no alcanza, sin embargo, con la persistencia o profusión de declaraciones, sino que se requiere que el carácter simbólico de las expresiones asuma materialidad a partir de agresiones concretas, instigaciones a la delación, hostigamiento de grupos organizados o violencia paraestatal. Cabe incluir en una primera lista que será desarrollada en profundidad en el próximo capítulo:
1) Las campañas de delación, entre las que se destaca la apertura de una línea telefónica (un 0800) para denunciar a docentes que se propusieran plantear en sus clases la preocupación por la desaparición de Santiago Maldonado en el sur del país, en el año 2017. Esta campaña mediática de delación se estructuró con la consigna “con mis hijos NO”, cuestionando una supuesta “politización” de la educación, tendencia que se importó de las campañas contra la educación sexual en el Perú;
2) la intervención patoteril de “organizaciones” de padres o vecinos en establecimientos educativos de distintos puntos del país para impedir la implementación de clases de Educación Sexual Integral a partir de lo que se plantea como “oposición activa a las políticas de género”;
3) el crecimiento de ataques de distinta envergadura a los movimientos sociales (tanto de fuerzas estatales como paraestatales, patotas civiles o mercenarios a sueldo de los terratenientes), incluyendo las comunidades originarias o campesinas en Neuquén, Río Negro, Santiago del Estero, Salta, Chaco o Formosa, la organización Tupac Amaru en Jujuy, comedores populares, docentes, sindicalistas, miembros de organizaciones con presencia en barrios populares como la Garganta Poderosa o la CTEP, vandalización de monumentos conmemorativos a las víctimas del genocidio argentino, entre muchos otros;
4) limitaciones al ejercicio del periodismo, a partir de ataques físicos a periodistas durante manifestaciones de protesta o persecución judicial a medios no afines al gobierno nacional;
5) la instigación al ejercicio de “microviolencias” en la vida cotidiana, tanto a través de los medios concentrados como de declaraciones de funcionarios oficiales o representantes de la oposición avalando el gatillo fácil, la justicia por mano propia, los linchamientos públicos, los escraches a adversarios políticos, entre otras formas de ejercicio de una violencia cada vez más descontrolada que comienza a permear el espacio público;
6) diversas modalidades de hostigamiento y persecución a la oposición política, sindicalistas combativos, periodistas o incluso científicos que se enfrentan a políticas de gobierno o que confrontan con la creciente aceptación de la profusión de estas microviolencias; y
7) el acrecentamiento del antisemitismo, como proyección clásica de las lógicas fascistas hacia un enemigo “externo”, expresado no solo en numerosas declaraciones sino en ataques a sinagogas, cementerios o incluso a personas judías en la vía pública, en casos ocurridos en centros urbanos relevantes como el AMBA o Rosario.
Estas prácticas serán analizadas con mayor desarrollo en el próximo capítulo como “avanzadas” de prácticas sociales fascistas, como una “liberación de los microdespotismos” (16) que buscan involucrar al conjunto de la población en el ejercicio de la persecución a los más vulnerables, en tanto intento de “descompresión” del malestar generado por las brutales transferencias de ingresos producidas durante el gobierno de Cambiemos, muy en especial a partir del sideral aumento de las tarifas de servicios públicos y el impacto de dichas subas y de una inflación cada vez más descontrolada en el poder adquisitivo de la mayoría de la población.
¿Por qué apelar al concepto de fascismo hoy?
El fascismo surgió como una respuesta del capital concentrado ante la amenaza revolucionaria europea y cayó en descrédito a partir de la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial y la reconfiguración ideológica del mundo en el contexto de la Guerra Fría.
Las transformaciones de los equilibrios de poder internacionales, la aparición de nuevas confrontaciones coloniales por la apropiación de recursos o zonas geopolíticas en África, en el Golfo de Bengala (17), en el Medio Oriente, en las ex repúblicas soviéticas, la transformación de las lógicas migratorias, la tercerización de la violencia vía el narcotráfico y/o el fundamentalismo, el surgimiento de nuevos comunitarismos, han comenzado a generar condiciones muy distintas. La aparición de lo que Enzo Traverso ha llamado “las nuevas derechas” (18) requiere poner en cuestión las viejas certezas.
Atilio Borón, quien se ha destacado entre otras cuestiones por distinguir las dictaduras argentinas —incluso la última, con su faz genocida— de las experiencias fascistas, por motivos equivalentes a los aquí desarrollados, intenta alertar sobre el riesgo de observar estas iniciativas como “fascistas”, proponiendo prescindir de dicho término. (19) Enfrentado con aquellas visiones que comprenden el fascismo desgajado de sus condiciones históricas y como una “tendencia de personalidad” (Borón discute aquí claramente con los trabajos de Theodor Adorno sobre la “personalidad autoritaria” (20)), busca comprender las condiciones históricas de posibilidad de los regímenes fascistas para descartar que exista algo equivalente en el surgimiento de movimientos como el de Jair Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en los Estados Unidos. Distingue para ello cuatro condiciones de emergencia del fascismo en su expresión emblemática en el siglo XX: 1) estrategia de resolución burguesa de una crisis de hegemonía, 2) intervencionismo estatal, 3) organización y movilización de masas, en especial de las capas medias, y 4) rabioso nacionalismo.
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