Daniel Feierstein - La construcción del enano fascista

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Aunque Argentina había logrado mantenerse a salvo, el fascismo cobra actualidad en el contexto de un mundo que comienza a recurrir nuevamente a la movilización reaccionaria y en el clima de época instalado por el macrismo, la campaña del voto celeste o el surgimiento o consolidación del nuevo partido Nos, que no han dudado en exaltar las fuerzas de seguridad, defender la antipolítica y recurrir a la estigmatización del otro como estrategia de agitación electoral.Este libro es un ensayo urgente y profundo sobre el fascismo, pero también una advertencia, un llamado a enfrentar al huevo de la serpiente antes de que sea demasiado tarde.

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La segunda utilización problemática que vale la pena descartar es aquella que hace equivaler el concepto de fascismo con el ambiguo y confuso término de “totalitarismo”. Fascismo sería entonces una modalidad de ejercicio de este totalitarismo, que podría encontrarse tanto en regímenes de derecha como de izquierda y que cubriría desde las experiencias italiana o alemana hasta las de la Unión Soviética bajo Stalin, e incluso la de China con Mao (algunos hasta lo expanden hacia cualquier régimen de partido único, incluyendo el caso cubano y, ahora que se encuentra en el eje de la atención mediática, también la Venezuela de Maduro, aunque no tenga partido único). Pese al interés que poseen algunos de los análisis de Arendt en su clásica obra Los orígenes del totalitarismo (5), el término, en manos de autores como Carl Friedrich, Dwight Macdonald, Arthur Koestler o Zbigniew Brzezinski, entre otros, se transformó en lo que Slavoj Žižek ha llamado, simpáticamente, un “antioxidante ideológico”. (6) El concepto de totalitarismo, y el uso de “fascismo” como su equivalente, cobra su fuerza real (y, por tanto, su trampa conceptual) cuando se entronca en la lógica de la Guerra Fría como modalidad de igualación de nazismo y stalinismo, de autoritarismo de derecha y de izquierda y, por tanto, de rescate y glorificación de la democracia liberal “antitotalitaria” que se opondría a “ambos extremos” de la violencia. (7) Igualación banalizadora que cobra sus diversos sentidos en las “teorías de los dos demonios”. (8)

Es interesante observar cómo la homologación de nazismo y stalinismo resulta funcional tanto a esta perspectiva liberal (basada en el concepto de “totalitarismo”) como al revisionismo nacionalista de Ernst Nolte. Nolte plantea el nazismo como una “respuesta” al bolchevismo, que habría implementado una “violencia simétrica”, explicada en espejo por la violencia bolchevique, prefigurando las lógicas de “dos demonios” que tanta pregnancia han tenido unos años después para analizar el caso argentino. (9)

Lo significativo es que este revisionismo no se presenta como tal sino que se ha construido a sí mismo como voz hegemónica con respecto a la evaluación de la experiencia nazi-fascista, y ello ha permitido una formidable operación negacionista de los orígenes y fundamentos del fascismo en su igualación con las experiencias revolucionarias bajo la fórmula de “totalitarismo”.

El concepto de totalitarismo es el mejor ejemplo de cómo la elaboración de los procesos sociales se salda en su “realización simbólica”, en aquello que los discursos hegemónicos logran que la experiencia pueda significar, para ser apresada de una u otra forma. (10) La tesis del totalitarismo fue un tabique más sólido que los ladrillos del muro de Berlín para impedir que la caída del nazismo permitiera un reflujo de la autodeterminación de los pueblos, homologando al tirano con las formas políticas que permitieron derrotarlo.

Por último, existe otra fuerte corriente dentro del campo académico que, como contrapartida de la ampliación extrema de las dos miradas previas, busca restringir la utilización del término “fascismo” para la experiencia italiana de la primera mitad del siglo XX, considerando que cuenta con una especificidad incomparable a cualquier otro proceso histórico. (11) Cada vez más extendidas en el campo de la historia e incluso avanzando en el conjunto de las ciencias sociales, este tipo de miradas se niegan a cualquier posibilidad de comparación y restringen el conocimiento de los hechos a una mera descripción densa de cada caso histórico, sin poder comprender procesos de mayor nivel de generalidad y elementos comunes presentes en casos diferentes. Estas lógicas “literalistas” terminan derivando en análisis estériles que constituyen un fuerte obstáculo para las posibles utilizaciones del pasado en las disputas políticas del presente, eje fundamental del sentido del propio proceso de conocimiento, que no puede ser apenas una abstracción interesada en especificidades únicas y excluyentes que podrían encontrarse en cada caso. Esto es: que cada caso resulte único en muchas variables no elimina en modo alguno la legitimidad y utilidad del trabajo comparativo para la creación de conceptos que den cuenta de similitudes estructurales entre estos casos históricos específicos. El concepto de fascismo es un ejemplo privilegiado de la utilidad política de este conjunto de reflexiones, siempre que se comprenda lo que implica un procedimiento de abstracción, que en modo alguno significa postular la equivalencia absoluta de aquellas experiencias que se abstraen en el concepto común.

* * *

Es así que, más allá de encontrarse en polos enfrentados, las tres posturas descriptas previamente resultan empobrecedoras en un sentido teórico y político. Si todo régimen autoritario es fascista, si el fascismo iguala la consolidación de los sectores dominantes o su cuestionamiento (como en el caso del concepto de totalitarismo o de la díada “fascismo de derecha-fascismo de izquierda”), o si el caso italiano es tan único que no puede ser comparado con ninguna otra experiencia histórica, el análisis conceptual queda obturado. El desafío entonces radica en definir qué características estructurales darían cuenta de definiciones más útiles de fascismo para distinguir distintos proyectos, analizar sus consecuencias y evaluar, a partir de allí, en qué sentido existe un riesgo fascista en la Argentina contemporánea y en qué sentido dicho riesgo no es tal o no se deja comprender por las experiencias europeas que hemos conocido. Pregunta crucial para el presente y para todo movimiento que se proponga intervenir en la coyuntura política contemporánea.

Tres definiciones estructurales del fascismo

En un sentido más útil y comparativo, y en tanto abstracción que da cuenta de características estructurales de procesos históricos distintos, el término fascismo ha tenido tres tipos de definición:

1) en tanto ideología: la que se caracteriza por el monopolio de la representación por parte de un partido único de masas, la utilización de proyectos mesiánicos, el culto personalista del jefe, la verticalización autoritaria de la sociedad, la exaltación de la comunidad nacional y la estigmatización de quienes no pertenecerían a ella o resultarían en un peligro para su conservación, el desprecio del individualismo liberal articulado con un profundo y violento anticomunismo, la postulación de orígenes míticos de la identidad nacional y su vinculación con objetivos de expansión imperialista, la construcción de un aparato de propaganda centralizado y basado en la restricción o eliminación de los medios opositores, entre otros elementos;

2) en tanto régimen de gobierno: de carácter corporativo y vinculado al cuestionamiento de la democracia representativa liberal desde un modelo de conciliación y articulación de clases a través de las “fuerzas vivas” de la sociedad: empresarios, sindicalistas afines al régimen o creados desde el aparato estatal, estructuras militares o religiosas. Régimen tendiente, a su vez, a un dirigismo estatal de la economía; y

3) en tanto conjunto de prácticas sociales: que dan cuenta de un tipo específico de utilización de la demonización de los grupos minoritarios, de la exacerbación y proyección de los odios de los sectores medios, proletarizados o excluidos y la movilización política activa de los mismos, en tanto estrategia de los sectores concentrados del capital para destruir la organización popular —y muy en particular su expresión sindical— en contextos en los que la democracia liberal no logra resolver las contradicciones o encuentra problemas en la construcción de su hegemonía política.

A su vez, también es importante tomar en cuenta las condiciones de surgimiento de las experiencias fascistas europeas en la primera mitad del siglo XX, a saber: el rol de las crisis interimperialistas y la disputa por el control de los territorios coloniales en África y Asia, el surgimiento de burguesías nacionales en Alemania y en Italia con intenciones de disputar la hegemonía global anglofrancesa, las transformaciones generadas por la Revolución Soviética en toda Europa y la reacción de los sectores dominantes frente al cuestionamiento de los sectores populares en cada uno de los Estados europeos, el reagrupamiento de las derechas alrededor de una alternativa que permitiera reconfigurar el mapa político a partir de la derrota de las asonadas revolucionarias en Alemania, Hungría y España, entre otros numerosos elementos.

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