Pero todo lo que tenían, como haría un mago con las palomas o un replicante con sus lágrimas en la lluvia, va a desaparecer de nuestra vista. Y los que gobiernen no podrán argumentar que hay que apretarse el cinturón por aquello de que la gente ha vivido por encima de sus posibilidades. Y no se podrá argumentar que las desigualdades son buenas para el sistema. Ni que no pasa nada porque a pocas manzanas o cuadras de donde vivimos se esté muriendo gente o pasando hambre o viviendo en los márgenes sin lo mínimo para vivir. Ni que unas empresas que enriquecen a unos pocos ensucien un medio ambiente que termina vengándose. Todo esto lo van a intentar. Lo de las fake news va a ser una tontería en comparación con lo que viene. En 2008, cuando los poderosos dijeron, asustados, que había que dulcificar el capitalismo, no había condiciones para el enfado. Los poderosos son más marxistas que los pobres. Ahora sí. De hecho, antes de la covid-19 el enfado ya estaba en las calles. Y está pasando todo demasiado rápido como para que se olvide. Los que la sufrieron, se acuerdan de la crisis de 2008. Dicen que el olvido necesita una generación, esto es, unos quince años. Alguno andará pensando en implantes colectivos de memoria.
El escenario está abierto. ¿Ganará el relato de que los que más tienen deben colaborar más? ¿Ganará el relato que dice que la naturaleza ya no nos puede dar más avisos? ¿Ganará el relato de que protegernos, cuidarnos y reinventarnos es una tarea colectiva? Es muy difícil que sea así en el corto plazo. Confinados, la acción colectiva es más difícil. Además, las aguas discurren por surcos profundos que nos llevan necesariamente a otros sitios ya prefigurados. Pero, en el medio plazo (que pueden ser meses), ni los liberales con más medallas van a poder defender que se llenen las calles de parados, de sin techo, de hambrientos, ningún gobierno va a aguantar el empuje de millones de personas pidiendo soluciones, nadie va a tolerar ver cómo otra vez unos pocos se benefician privatizando bienes esenciales para la vida.
Como en La vida de Brian, vamos a ver a muchos profetas subidos en su púlpito ofreciéndonos sus apocalipsis, su paraíso, su éxodo, su desierto y su vergel. Decía Jesús Ibáñez que la antesala de una revolución siempre es una gran conversación. Eso pasó con las «primaveras árabes», Occupy Wall Street o el 15M. El poscovid-19 va a ser una gran conversación. Con revolución o con contrarrevolución. Hay razones para el pesimismo en el corto plazo y para el optimismo en el medio y largo plazo. Decía Bertrand Russell que un optimista es un idiota simpático y un pesimista un idiota antipático. Buenos diagnósticos es lo que necesitamos. Ojalá seamos capaces de ahorrarnos el dolor del interregno.
Recuperación en puntos suspensivos…
[1]Claudi Pérez, «Así será el mundo tras la Gran Reclusión», El País, 10 de mayo de 2020. Disponible en: [ https://elpais.com/economia/2020-05-09/asi-sera-el-mundo-tras-la-gran-reclusion.html].
[2]John F. Weeks, The Debt Delusion. Living Within Our Means and Other Fallacies, Cambridge, Polity Press, 2020.
[3]«Brasil: pandemia, guerra cultural y precariedad. Entrevista a Lena Lavinas», Nueva Sociedad 287 (mayo-junio de 2020). Disponible en: [ https://nuso.org/articulo/brasil-pandemia-guerra-cultural-y-precariedad/?utm_source=email&utm_medium=email].
[4][ https://edition.cnn.com/2020/04/23/politics/michael-caputo-tweets/index.html].
[5]Peter Sloterdijk, «El regreso a la frivolidad no va a ser fácil», entrevista en El País, 3 de mayo de 2020. Disponible en: [ https://elpais.com/ideas/2020-05-02/peter-sloterdijk-la-supervivencia-es-indiferente-a-las-nacionalidades.html].
Campos de concentración sin nazis: intentar organizar el desconcierto del coronavirus
Los riesgos naturales son inevitables, el desastre no lo es.
Lucy Jones, The Big Ones
Nosotros, en la izquierda, tenemos una gran cantidad de ideas, pero una pobreza de estrategias políticas y líderes unificadores eficaces. Y allí donde hay personalidades carismáticas, éstas parecen estar principalmente a la derecha.
Walden Bello, «El mundo después del coronavirus»
La izquierda lleva cincuenta años escribiendo el mismo libro para intentar diagnosticar el presente, pero el presente se mueve muy deprisa y no termina de acertar. Sin embargo, sería injusto decir que no se aproxima. Han surgido problemas nuevos, se han agravado los viejos y ha crecido la conciencia sobre algunas desigualdades. La señal más evidente de la debilidad de la izquierda está en que sus propuestas suelen quedarse en deshacer los rotos creados o agravados por el neoliberalismo: de-crecer, des-globalizar, des-patriarcalizar, des-colonizar, des-mercantilizar…
Entonces es normal que con esos mimbres llegues otra vez a la socialdemocracia, a ese lugar entre los 70 y los 90 donde se abrieron algunas ventanas pero siguieron cerradas las puertas. Esto no es una metáfora misteriosa: se redujeron las desigualdades, pero no desaparecieron las causas de las desigualdades. Otra señal de esa debilidad está en que las propuestas socialdemócratas hoy parecen bolcheviques. Un joven no entiende por qué el mes de vacaciones pagado sea un derecho humano reconocido en la Declaración Universal de 1948.
Tampoco ha tenido mayor éxito la izquierda a la hora de predecir el futuro. Se suele dejar llevar por el optimismo –necesita dar buenas noticias a sus huestes– y pronostica que será todo tan estupendo en el socialismo que no hace ni falta plantear los contornos del día después. La verdad es que el futuro nunca está escrito, pese a lo que pronostiquen los gurús. De lo que se trata es de hacer un trabajo de análisis de las tendencias que nos han traído hasta aquí con el fin de ponerlas al servicio de empujar para construir el futuro que deseemos. Para equilibrar los miedos y las esperanzas. Porque el futuro no va a venir solo.
Google, Facebook, Amazon, Apple están haciendo predicciones de hacia dónde puede ir el mundo después de la pandemia. Tienen millones de datos y la forma de procesarlos. El big data es tan real como la covid-19. Los datos de cualquiera de nosotros ocupan varios gigas [1]. Ellos tienen mucha información de adónde es probable que se dirija el futuro. Aún más, están convencidos de hacia dónde va a ir, que se parece bastante al lugar hacia donde quieren que vaya. Mientras estabas distraído cazando Pokemon, te llevaban a la puerta de un MacDonald’s. Hay surcos profundos cavados en los últimos decenios sobre surcos anteriores. Caminamos por ese surco sin notarlo. ¿Podemos variar ese curso? Está claro que, de no cavar nuevos cauces, regresaremos a los mismos conductos.
El perfil del futuro se está construyendo ahora mismo: cuando nos creemos las mentiras que circulan sin freno; cuando no ponemos en cuestión lo que nos dicen los que tienen interés en convencernos de algo que nos perjudica; cuando asumimos que no hay alternativas. Construye el futuro cada cual en sus afanes, viendo decenas de series en Netflix, haciendo videoconferencias con activistas sociales o comentando con los vecinos lo que pasa. Mandando memes graciosos o llenos de odio, circulando bulos y articulando redes de apoyo vecinales. Haciendo lobby en las instituciones, doblando el brazo a los medios de comunicación e intentando colocar en el debate público perspectivas resignadas o críticas. Apoyando las mentiras de los políticos mentirosos o impulsando una política que recuerde que la verdad es revolucionaria. Confinados desde la responsabilidad o saliendo a las calles para protestar. El futuro no será igual haciendo unas cosas u otras. Vivimos en sociedad para burlar la muerte. Y viene en silencio una enorme amenaza de muerte y nos aísla, nos fragmenta, nos vuelve impotentes, nos despoja de todas las armas y herramientas trabajosamente fabricadas para sobrevivir, y es ella, silenciosa, microscópica la que se burla de nosotros [2].
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