RODOLFO DAGNINO
LAS INSOPORTABLES TRANSPARENCIAS
COLECCIÓN
EL GRAN CRONOPIO
Esta obra fue posible gracias al apoyo de:
CONACULTA - CECAN - GOBIERNO DE NAYARIT
D.R. 2014, Primera edición: CECAN.
D.R. Por la obra: Rodolfo Dagnino.
Segunda edición: Libros Invisibles, 2018.
Corrección editorial: Nicolás Guzmán Olague.
Ilustración de portada: Bea Ortiz Wario.
Proyecto gráfico e impresión: Libros Invisibles, servicios editoriales.
informes@librosinvisibles.com - 33 1482 2765
www.librosinvisibles.com
ISBN-13: 978-1503225169 | ISBN-10: 150322516X
Impreso y hecho en México.
Presentación
De los claroscuros de la memoria emergen historias por demás sinuosas y llenas de una melancolía intangible, quizá un tanto lejanas para un lector distante de sí mismo. Historias que se entretejen en zonas insospechadas de una ciudad multiforme y diversa, compleja y simple a la vez, ciudad que pide a gritos ser narrada por los nuevos personajes que la habitan y la padecen más allá del anecdotario popular o de las efemérides históricas.
Flotan aires familiares, los rostros van y vienen, cambian de nombre y forma pero su materia narrativa esencial es la misma. Se baña en el mismo río pero nunca en las mismas aguas. Conjugación de tiempos, modos y pronombres, Las insoportables transparencias revela un narrador desdoblado en diversas versiones de sí mismo aunque, de cualquier manera, el fabulador no pueda esconderse, antes bien deambula suplantado, enmascarado, objeto y sujeto de sí mismo, entre el equilibrio catastrófico de historias y atmósferas. De repente le brotan alas, sale volando por una página y regresa más adelante, como si saliera a recorrer las calles de otras ciudades o mundos posibles e imposibles en donde rigen las leyes inexorables del encuentro y el desencuentro.
Ya sea desde el realismo crítico o bien desde el realismo fantástico, Las insoportables transparencias es una exploración en torno a lo visible en lo invisible (y de nuevo en sentido contrario), a partir no sólo de la disolución de la identidad de sus personajes y su búsqueda desesperante para restituirla, sino también del equívoco y de la suplantación.
Desde el vago azar o desde las precisas leyes, el primer volumen de cuentos del narrador y poeta Rodolfo Dagnino (¿Roberto Lara?), contiene la suma (y por consiguiente resta, diría el gran Cronopio) de sus otredades y alteridades. Las insoportables transparencias es el canto de cisne de las últimas boqueadas de las pulsiones adolescentes y miedos genitales, rito de paso de una escritura que presiente y preanuncia una nueva bancarrota de imágenes en el espejo.
Convicto –y confeso– del “ansia insaciable e innúmera de ser siempre el mismo y otro”, como lo dicta el epígrafe de uno de sus dioses tutelares, podría concluirse que la inminente navegación escritural del narrador, personajes y materia investigada –tal vez muy próxima e ineludible– discurrirá inevitablemente entre el zumbido incesante de una multitud de voces que nos dicen, inequívocamente, la vida, siempre, está en otra parte.
Brisa López
La energía de lo visible, es lo invisible.
Marianne Moore
Una mano invisible acaricia calladamente la pulpa triste
de los mundos rodantes. Alguien, a quien no comprendo,
me macera el corazón de dulzura.
Alfonsina Storni
El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.
Oscar Wilde
El viaje en autobús
Él llega un minuto antes de la hora de partida: ocho veintinueve p.m. Entrega el boleto a la edecán y recibe una bolsa con un emparedado y a la pregunta de qué quiere tomar, él responde. Whiski. Sonríe y rectifica. Coca Cola por favor. La edecán entrega la bebida y con una sonrisa confirma su número de asiento: 12, pasillo. Él le sonríe y nota que la edecán tiene bonitos labios, discretos pero sugerentes. ¿Las edecanes van también en el autobús? Pregunta con malicia. No, nosotras nos quedamos en puerto. Contesta de manera impersonal. Lástima. Dice él y aborda.
Ella ocupa el asiento número 11. Habla por teléfono. Sí mamá, el viernes en cuanto termine tomo un autobús de regreso. Sí, sí. Dales un beso por mí, diles que las amo, no dejes que coman dulces por la noche, adiós. Cuelga. Ve su reloj y voltea hacia la ventana. Ve su rostro reflejado en el cristal. Se arregla un poco el cabello y suspira. Busca en su bolsa y saca una caja de Paracetamol. Toma dos pastillas y bebe de la botella de agua que está en el portavasos. Su celular vibra. Revisa sus mensajes y lee bajo el nombre de Julián. ¿Ya tomaste tus pastillas? Que tengas bonito viaje. Te veo al regreso. Besos. Piensa en responder el mensaje pero no lo hace. El detalle de las pastillas la enoja. Antes eran cosas que apreciaba, ahora, no sabe bien por qué, le molestan.
Él camina por el pasillo con los ojos puestos en la cinta de numeración de los asientos. Se da cuenta de que cada vez que sube a un autobús avanza contando parsimoniosamente: uno-dos, tres-cuatro, cinco-seis hasta llegar al que le corresponde. Ríe mentalmente de sí mismo y se detiene en el once-doce. Ella tiene el rostro vuelto hacia la ventana. Él piensa que Alba no tuvo la precaución de escoger un asiento que estuviera solo cuando le compró el boleto. ¡Es tan distraída! Ella siente la presencia de alguien que se prepara para sentarse a su lado y maldice el momento en que le pidió a Chelita que le comprara el pasaje. Claramente le dije que escogiera uno que fuera solo, creo que se desquitó por hacerla trabajar hasta tarde. Él saca un libro de su valija, lo deja en el asiento y sube la valija al portaequipajes. Ella voltea a ver el libro. El profesor del deseo, Philip Roth. Después voltea a ver el rostro de la persona que lo acaba de dejar ahí en el mismo momento en el que él, después de acomodar su pequeña valija, dirige su vista hacia ella. Los dos se contemplan un instante cuya duración les parece incierta. Hola. Dice él. Creo que nos toca compartir. Hola. Responde ella. Sí, creo que sí. Y acomodándose como si quisiera proteger en la medida de lo posible el espacio que le corresponde regresa su vista a la ventana. Él se sienta. Vamos retrasados, ¿no? Pregunta ella como para sí. Él ve su reloj. Sí, pero sólo por cinco minutos. Ella, sintiendo una especie de reproche en su precisión, responde. Bueno, me parece que deben de ser más cuidadosos con sus horarios. Él, dándose cuenta de que su comentario la ofende de alguna forma, afirma sin convicción. Sí, creo lo mismo. El chofer aparece, se para al inicio del pasillo y recorre el espacio con la vista. Parece contar el número de asientos vacíos u ocupados, no lo saben. Da media vuelta y toma su lugar como conductor. Sienten el motor al arrancar con una suave vibración en el cuerpo. Él imagina que se acaba de sentar en un gato enorme que ronronea. Ella ve su reloj y se tranquiliza.
¿A dónde se dirige? Pregunta él dejando a Roth de lado. Ella, abandonando las luces al fondo de la oscuridad de la ventana voltea a verlo y después de dudar un momento responde. Voy al DF. Él asiente en silencio. ¿Conoce? Pregunta ella. Un poco. Miente él. Ella lo ve con detenimiento y él rectifica. Bueno, sí. Yo nací allá. Hace ya algunos años. Ríe. Evito ir lo más que puedo. Ella suspira y cuando se recobra continúa. Y ¿usted? Voy a Querétaro. ¿Hacemos escala en Querétaro? Pregunta ella sobresaltada mientras ve su reloj. Eso espero, de lo contrario estoy en el lugar equivocado. Ella lo ve repentinamente como si hubiese un mensaje oculto en lo que acaba de decir. ¿Qué? Dice él. Nada, nada. Responde ella. Silencio. Y ¿a qué se dedica? Pregunta ella buscando algo, para él inimaginable, en su bolso. Mmm, soy poeta. Saca la cabeza del bolso. ¿Poeta? No me diga.
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