Thomas H. McCall - Introducción a la teología cristiana analítica

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Introducción a la teología cristiana analítica: краткое содержание, описание и аннотация

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En las últimas décadas ha surgido un nuevo movimiento que lleva las
herramientas conceptuales de la filosofía analítica a la reflexión teológica. La llamada teología analítica, busca traer una
claridad de pensamiento y un uso disciplinado de la lógica al trabajo de la teología cristiana constructiva. En esta introducción a la teología analítica para especialistas y no especialistas por igual, Thomas McCall expone lo que es y lo que no es. La meta de este campo creciente y energético no es la eliminación de todo misterio en la teología. Al mismo tiempo, insiste en que el misterio no debe confundirse con la incoherencia lógica. McCall explica las
conexiones de la teología analítica con las Escrituras, la tradición cristiana y la cultura, usando estudios de caso para iluminar su discusión. Más allá de la mera descripción, McCall llama a la disciplina a un compromiso más profundo con los recursos tradicionales de la tarea teológica. En esta introducción a la teología analítica para especialistas y no especialistas por igual, Thomas McCall establece lo que es y lo que no es. El objetivo de este campo creciente y energético no es la eliminación de todo misterio en teología. Al mismo tiempo, insiste en que el misterio no debe confundirse con la incoherencia lógica.

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P2. Da la mayor importancia a la precisión, a la claridad y a la coherencia lógica.

P3. Evita el uso sustantivo (no ilustrativo) de metáforas y otras figuras del lenguaje cuyo contenido semántico supere su contenido proposicional.

P4. Trabaja cuanto sea posible con conceptos antiguos bien entendidos, y conceptos que puedan analizarse bajo esos mismos términos.

P5. En cuanto te sea posible, trata el análisis conceptual como una fuente probatoria. 20

Todo esto, como mínimo, caracteriza a la filosofía analítica. Entonces, ¿qué ocurre con la teología analítica? Según lo ve Rea, “la teología analítica es simplemente la actividad de ocuparse de temas teológicos con las ambiciones de un filósofo analítico y con un estilo que se adapta a las exigencias propias del discurso filosófico analítico. También implicará, más o menos, ocuparse de esos temas de manera que produzca la literatura propia de la tradición analítica, empleando parte de su vocabulario técnico, etc. Pero al final, lo más importante es el estilo y las aspiraciones”. 21

Todo esto es válido, pero quizás venga bien un poco más de explicación. Considera el punto P1. Esto no tiene por qué significar necesariamente que todas las afirmaciones significativas en teología (o filosofía) deban expresarse formalmente; no hay que entenderlo en el sentido de que toda propuesta teológica debe establecerse sistemáticamente, con proposiciones numeradas y una estructura formal. Lo que sí significa, sin embargo, es que para los teólogos la posición de partida debería ser el realizar propuestas que puedan expresarse de ese modo. Porque, como dice Rea, “salvo circunstancias especiales”, las cosas “han ido muy mal” si un punto de vista “se expresa de modo que no tenga conclusiones lógicas claras”. 22

Considera también el punto P2. Esto no debe –ni debería– interpretarse como que la precisión lógica y la coherencia fueran los únicos criterios importantes para un teólogo, ni tampoco ha de entenderse que la precisión lógica y la coherencia sean los criterios más importantes. El teólogo que está convencido de que su primer compromiso es la fidelidad a lo prioritario y definitivo de la revelación divina no debería tener ninguna dificultad en aceptar el punto P2. Además, tampoco se debe entender que este punto P2 implique que los mismos niveles de precisión lógica son posibles con todos los temas teológicos, ni tampoco que todos los proyectos teológicos requieren los mismos niveles de precisión y rigor argumental. Consideremos, por ejemplo, la literatura catequética infantil. Está claro que esta literatura es teológica, pero ni puede ni debe intentar mostrar el mismo nivel de precisión lógica o rigor argumental que, por ejemplo, un trabajo avanzado de teología escolástica. El punto P2 no exige que tal literatura teológica deba hacerlo, o que todo trabajo teológico tenga que realizarlo siempre.

Tampoco debemos malinterpretar el punto P2 con respecto a la importancia de la “claridad” que se pide. Rea señala que esta afirmación puede parecer irónica “sabiendo que gran cantidad de filosofía analítica (y, podríamos agregar, cierta teología analítica) es muy difícil incluso para los especialistas, y totalmente inaccesible para los no especialistas”. 23Pero “claro” no quiere decir “fácil”. En cambio, expresa el compromiso de trabajar “aclarando premisas ocultas, tratando escrupulosamente de desvelar cualquier evidencia que uno tenga (o de la que carezca), de las afirmaciones que hace, y tratar de ceñir su vocabulario al lenguaje común, a conceptos primarios bien entendidos y a un lenguaje técnico definible en esos mismos términos”. 24Por último, hemos de señalar que el punto P2 no implica que todo (o todo de lo que merezca la pena hablar) en teología estará claro como el cristal. El objetivo de la teología analítica no es (o al menos no lo es necesariamente) eliminar todo misterio de la teología. Por el contrario, los filósofos analíticos de la religión han sido durante mucho tiempo muy conscientes del lugar que ocupa el misterio en teología, y puede que en ciertos puntos un papel importante del teólogo sea aclarar dónde reside realmente el misterio. El punto P2 no dice que la teología analítica haga que todo esté “claro”, en el sentido de que logre que todo sea “fácil y fácilmente accesible para el no especialista”. En cambio, lo que reclama es la claridad frente a los destinatarios apropiados y en la mayor medida posible. E insiste en que no debemos confundir el “misterio” con la incoherencia lógica, así como que no debemos ensalzar lo que es claramente incoherente con el manto del “misterio”. Como dice Alan G. Padgett, la teología debería “buscar la verdad sobre Dios” y “por tanto, ha de evitar la incoherencia y la irracionalidad”. 25Donde “a veces se evoca el ‘misterio’ como excusa para el pensamiento poco riguroso, esto ha de ser anatema para cualquier teología académica digna de ese nombre”. Porque, “después de todo, el misterio de Dios no termina cuando la teología habla claramente. La sencilla frase, ‘Cristo me ama, bien lo sé, la Biblia me lo dice así’, cubre vastos y profundos misterios que incluso los ángeles miran con asombro y admiración”. 26

El punto P3 “evita el uso sustantivo (no ilustrativo) de metáforas y otras figuras del lenguaje cuyo contenido semántico supere su contenido proposicional”. Esto no significa, o no tiene por qué significar, que no haya un lugar válido o valioso para la metáfora en teología. Los teólogos analíticos no estarán de acuerdo entre sí en cuanto a cómo, y en qué medida, la metáfora es útil y legítima. 27Pero el punto fundamental está bastante claro: en el punto P3, los teólogos no pueden usar libremente las metáforas si no explican exactamente lo que tales metáforas significan. No son, por tanto, libres de defender aquello cuyo significado no puede ser especificado o explicado. Los teólogos no están autorizados a utilizar lo que Randal Rauser denomina “falta de claridad inclarificable”. 28El punto P4 le pide al teólogo analítico que trabaje con “conceptos primarios bien entendidos” que razonablemente se consideran básicos, intuitivos o (al menos) no polémicos (y con conceptos que pueden ser entendidos en sus propios términos primarios). Algunos teólogos verán rápidamente un problema aquí; les preocupará que la misma noción de “conceptos primarios bien entendidos” pueda ocultar puntos ciegos de posicionamiento y privilegios sociales y ser una cama de Procusto 29que recorta los conceptos teológicos a “lo que ya sabemos que es verdad” y, por tanto, restringe la posibilidad de comprometerse con la revelación divina. Pero, una vez más, es importante no malinterpretar el punto P4. El “cuanto sea posible” es fundamental aquí, pues si los conceptos entendidos previamente no bastan, entonces se pueden ajustar algunos de ellos. Otros no serán tan fáciles de ajustar o de rechazar, pero esta categoría de conceptos primarios es bastante pequeña y muy básica (por ejemplo, la ley de la no contradicción). Es decir, que no hay razón alguna para pensar que la idea de “conceptos primarios bien entendidos” tenga que ser como una cama de Procusto.

Por último, Rea dice que el punto P5 nos invita a “tratar el análisis conceptual (en cuanto sea posible) como una fuente probatoria”. Debe quedar claro que él no está diciendo que el análisis conceptual es la única fuente probatoria, y no hay ninguna razón para pensar que deba entenderse así. Tampoco dice que el análisis conceptual sea la fuente probatoria principal o definitiva . El punto P5 hace una afirmación importante, pero es más bien modesta. Insiste en lo siguiente: si un análisis conceptual próximo revela que alguna proposición teológica P es, digamos, internamente contradictoria, entonces ese análisis nos proporciona toda la evidencia que necesitamos para rechazarlo. No importa lo grande que sea lo que dicen los partidarios de P en defensa de las evidencias presentadas, si P es contradictorio (basado en sí mismo, o de algún otro modo), entonces no es verdadero. Una vez establecido que P es contradictorio (tarea mucho más difícil de lo que a veces se supone), tenemos toda la razón para llegar a la conclusión de que es erróneo. Además, por supuesto, el análisis conceptual también puede servir de evidencia en otras formas más positivas. Pensemos, teológicamente, por ejemplo, en lo perfecto: los teólogos estudian la “perfección” y luego toman conclusiones de ese estudio como pruebas que apoyen sus conclusiones teológicas.

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