Samuel Fernández Eyzaguirre - Jesús

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Este libro quiere prestar un servicio a los cada vez más numerosos lectores creyentes y no creyentes que desean conocer más de cerca la apasionante persona de Jesús y los orí­genes del cristianismo. Aborda, con perspectiva histórica, el perí­odo que va desde el inicio del ministerio de Jesús, año 28, hasta el Concilio de Jerusalén, año 48, que casi coincide con la fecha de la redacción del escrito más antiguo del Nuevo Testamento. Estudia, entonces, el perí­odo en que se establecieron las convicciones centrales acerca de Jesucristo. La obra enfrenta algunas dificultades que años atrás preocupaban solo al ambiente académico, pero que hoy los medios de comunicación se han encargado de propagar, no siempre de la mejor manera.

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Jesús no fue un soberano, protagonista de la alta política o de la historia bélica, ni un constructor de edificios públicos o acueductos. Para muchos de sus contemporáneos, Jesús fue un ejecutado más de una larga lista, en el marco de una política imperial de represión a los grupos nacionalistas. Baste recordar las afirmaciones de Flavio Josefo, durante el asedio de Jerusalén del año 70: «Los soldados, llevados por su odio a los judíos, en son de burla, crucificaban a los cautivos de distintas maneras, siendo tan grande el número de víctimas que faltaba espacio para las cruces, y cruces para los cuerpos» ( Bellum Iudaicum V,11,1). Por lo tanto, no debe sorprendernos que inicialmente sean escasas las referencias a Jesús en la literatura no cristiana. Poco tiempo después, con el crecimiento de la Iglesia, estas referencias se multiplicarán.

El dato extrabíblico más antiguo que conservamos sobre Jesús es un texto escrito en griego en torno al año 93 por Flavio Josefo, historiador judío que defendió los territorios de Galilea contra Vespasiano, y que luego se cambió de bando y ayudó a los romanos a tomar Jerusalén en el año 70. Al describir los acontecimientos en torno a los años 30, afirma:

En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Pilato lo condenó a ser crucificado y a morir. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas 28.

Otra noticia antigua proviene de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia (actual Turquía), en torno al año 112. En una carta al Emperador Trajano, le describe las prácticas de los cristianos. Es importante notar la centralidad de Cristo y el culto que la comunidad le rinde, como a Dios, incluso a riesgo de la propia vida:

Por otra parte, ellos afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a Dios (quasi Deo) y en obligarse bajo juramento no ya a perpetrar delito alguno... 29.

Uno de los grandes historiadores romanos, Tácito, en torno al año 116, al describir la crueldad de Nerón, también alude a Jesús de Nazaret:

Mas, ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio [de Roma] había sido ordenado [por Nerón]. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad [de Roma], lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de actividades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día,eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche 30.

Junto con la mención histórica acerca de Jesús, Tácito, que profesa desprecio por los cristianos, nos informa sobre los martirios que padecieron muchos cristianos en torno al año 64, es decir, durante la persecución de Nerón. Finalmente, Suetonio, recuerda que por el año 49, el Emperador Claudio «expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto» 31. Naturalmente «Cresto» es una deformación del nombre de Cristo. Esta noticia concuerda con Hech 18,2-3, que menciona a un judío llamado Aquila y a su mujer Priscila, quienes habían salido de Roma por causa del decreto de Claudio.

De este modo, la existencia de Jesús, sus prodigios, la conformación de un grupo de seguidores, las circunstancias de su muerte, la participación de Pilato y las tempranas y firmes convicciones de sus discípulos, tanto de su resurrección como de su divinidad, están atestiguadas por varios autores no cristianos e incluso anticristianos.

Si estos datos nos parecen demasiado modestos, es por falta de familiaridad con los estudios de historia antigua. Para tener un juicio adecuado, deberíamos comparar lo que sabemos de Jesús con lo que sabemos de sus contemporáneos. De la inmensa mayoría de las decenas de millones de habitantes del Imperio Romano, no sabemos nada; de un grupo reducidísimo conocemos el nombre; y de un grupito aún más pequeño, poseemos algunos datos biográficos. Jesús, entonces, pertenece al pequeñísimo grupo de los personajes mejor conocidos de la antigüedad.

No sólo sabemos más de Jesús que lo que sabemos acerca de los que fueron crucificados junto a él, o de Simón de Cirene, o de Gamaliel, o del Sumo Sacerdote; incluso si consideramos personajes tan importantes como Pilato, Procurador de la Provincia de Judea por un largo período, o Tito Livio 32, el gran historiador romano, nos daremos cuenta de que, en términos comparativos, sabemos mucho de Jesús, por fuentes diversas y confiables.

B. Testimonios de la literatura cristiana antigua 33

Contamos con textos muy hermosos que nos permiten acceder a las convicciones de los cristianos de los primeros siglos. Pero los datos acerca de Jesús que ellos contienen dependen de la tradición del Nuevo Testamento y, por tanto, no nos ofrecen datos nuevos. Nos permiten, eso sí, conocer más de cerca el desarrollo de la teología cristiana. Son un vehículo privilegiado para conocer las afirmaciones acerca de la identidad de Jesús de los cristianos del año 95 o del 107, pero nos aportan poquísimo material complementario para conocer históricamente a Jesús.

La Didaché es un breve escrito judeocristiano de fines del siglo I. Es un documento precioso para conocer algo de la liturgia cristiana más primitiva y de ella podemos deducir la centralidad de Jesús en el culto cristiano primitivo:

En cuanto a la eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Luego, sobre el pedazo [de pan]: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo. Nadie coma ni beba de vuestra eucaristía a no ser los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de esto también dijo el Señor: ‘No deis lo santo a los perros’ (Didaché, IX,1-5).

Las cartas de San Ignacio de Antioquía, obispo martirizado en Roma en torno al año 107, nos transmiten las convicciones cristológicas de este cristiano de origen pagano que estuvo dispuesto a entregar su vida por amor a su Señor. Insiste tanto en la realidad de la humanidad de Jesús como en su divinidad:

Por tanto, haceos los sordos cuando alguien os hable a no ser de Jesucristo, el de la descendencia de David, el hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió, que fue verdaderamente perseguido en tiempo de Poncio Pilato, que fue crucificado y murió verdaderamente a la vista de los seres celestes, terrestres e infernales. Él resucitó verdaderamente de entre los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre, y a semejanza suya, a los que hemos creído en Él, también su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del cual no tenemos vida verdadera (Carta a los Tralianos, IX,1-2).

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