TOM WOLFE
CRONISTA DE LA NORTEAMÉRICA SIN DIOS
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
http://www.uv.es/bibjcoy
Directora
Carme Manuel
TOM WOLFE
CRONISTA DE LA NORTEAMÉRICA SIN DIOS
Juan F. Trillo
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans
Universitat de València
Tom Wolfe: cronista de la Norteamérica sin Dios © Juan F. Trillo
1ª edición de 2016
Reservados todos los derechos
Prohibida su reproducción total o parcial
ISBN: 978-84-9134-182-6
Imagen de la portada: Sophia de Vera Höltz
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Publicacions de la Universitat de València
http://puv.uv.espublicacions@uv.es
A mi esposa Sagrario
Índice
Prólogo, Carmen M. Méndez García
Introducción
Una aproximación al concepto de poder
Tom Wolfe y el periodismo creativo
No-ficción, entre el reportaje y la novela
Ensayos: arte, sociedad y ciencia
La hoguera de las vanidades : dinámicas de poder en un mundo sin dios
Todo un hombre : estoicismo empoderador
Yo soy Charlotte Simmons : la duda existencial
Bloody Miami : la nostalgia del cronista
Conclusiones
Bibliografía
Prólogo
Carmen M. Méndez García Universidad Complutense, Madrid
Resulta casi un cliché referirse a ciertos autores norteamericanos que comenzaron su carrera de los años sesenta como provocadores. Sin embargo, en el caso de Tom Wolfe, la intención polémica de sus textos, de ficción y no-ficción, permea de tal manera su escritura que es imposible pasar por alto la conjunción de intencionalidad y sus obras. Valgan como ejemplo de la indisoluble relación entre Wolfe y la polémica tan solo cuatro de los momentos (en la década de los sesenta, los setenta, los ochenta y los noventa) en que ha usado su sátira contra instituciones asentadas de la vida cultural del siglo XX en los Estados Unidos. En primer lugar, destaquemos su ataque a The New Yorker , una auténtica institución ya cuando Wolfe publica en 1963 los ensayos “Tiny Mummies! The True Story of The Ruler of 43d Street’s Land of The Walking Dead!” y “Lost in the Witchy Thickets”. En ellos, identifica al público de la revista como mujeres de clase acomodada a las que gusta comprar cosas caras con el dinero de sus maridos, pero también sentir el leve cosquilleo de intelectualidad domesticada que la revista representa para Wolfe, y califica de “embalsamador” al poderoso editor del New Yorker , William Shawn. Una década más tarde, en 1975, Wolfe embiste con su “The Painted Word” contra el expresionismo abstracto, considerado el primer movimiento característicamente norteamericano en las artes plásticas contemporáneas, aquel que coincidió temporal e intencionalmente con el desplazamiento del foco artístico desde París y Londres a los museos de arte contemporáneo neoyorquinos. En tercer lugar, en 1989, en la revista Harper’s , Wolfe ataca los cimientos de las instituciones (el llamado “establishment”) literarias con su pieza “Stalking the Billion-Footed Beast”. La afirmación por parte de Wolfe de que solo el naturalismo de Zola, la ficción social de Steinbeck o el sentimentalismo social de Dickens podían “salvar” la novela americana, y que era el momento de abandonar los “excesos” experimentales asociados con el postmodernismo, el realismo mágico, el minimalismo o la influencia de autores extranjeros, ocasionó respuestas airadas por parte no sólo de autores considerados parte de dicho establishment, sino también por otros aparentemente alejados del foco público como J. D. Salinger. Finalmente, en 1998 Wolfe publica una novela que le había tenido ocupado más de una década, A Man in Full , con la que es nominado para el National Book Award . En su crítica en The New Yorker , John Updike alaba la novela pero la califica como “entretenimiento, no literatura”, mientras que John Irving afirma que en una página cualquiera de cualquier novela de Tom Wolfe se puede contar con que haya al menos una frase que provoque arcadas. El también siempre polémico Norman Mailer compara, de nuevo en The New Yorker , la lectura de la (gruesa) novela de Wolfe con hacer el amor a una mujer de ciento treinta kilos (“una vez que se pone ella encima, se acabó: o te enamoras, o te asfixias”), para acabar afirmando con sorna que quizá sea Wolfe el autor de best-sellers más dotado desde Margaret Mitchell. Como respuesta a estas críticas, Wolfe publica un mordaz ensayo, “My Three Stooges”, en el que acusa a los “títeres” del título, Updike, Irving, y Mailer de intentar establecer una distinción artificial entre los adalides de la “tradición literaria”, pasada ya de moda como ellos mismos, y autores destacados (como se concibe a sí mismo Wolfe) que escriben ficción de extraordinaria calidad y relevancia que goza, además, de gran éxito de ventas. Irónicamente, y quizá en consonancia con la intención siempre provocadora de Wolfe, se le podría acusar también a él, en los otros ensayos citados, de crear distinciones entre tipos de arte o cultura y de sugerir de forma subjetiva y en ocasiones por el placer de la provocación en sí la preponderancia de un tipo sobre otro.
La percepción generalizada de Wolfe como polemista es casi indisociable de su importancia como figura cultural en la Norteamérica de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Desde su participación en (algunos dirían su “invención” del) en Nuevo Periodismo, un movimiento en sí controvertido al que Dwight Macdonald llamó “paraperiodismo” ya en 1963 por su falta de objetividad, pero que para Wolfe era una respuesta rompedora a las limitaciones del “viejo periodismo” y a la tendencia hacia el mito y la fabulación por parte de la “vieja ficción”, Wolfe ha hecho siempre bandera de sí mismo como “salvador” del mundo periodístico, literario, y cultural. Incluso su tesis doctoral sobre la influencia del comunismo en autores norteamericanos entre 1928 y 1942, defendida en la Universidad de Yale en 1956 (justo después de la caída del Senador McCarthy) ya daba cuenta de su intención polémica y contracorriente. La personalidad misma de Wolfe, su reconocible estilo, engloban no solo lo literario sino también lo personal. La excentricidad de su reconocible traje blanco, sus adhesiones políticas de corte conservador en un contexto cultural a menudo liberal - pese a su insistencia en que sus escritos carecen de intención política - y su crítica de los extraños compañeros de cama que se generan indiscriminadamente en la derecha e izquierda políticas no han resultado, sin embargo, en uno de esos casos en que el personaje creado acaba devorando a su autor, algo notable en otros autores de su generación como Hunter S. Thompson. El estilo de Tom Wolfe y su fuerte voz como autor se alzan perfectamente reconocibles, con su uso exagerado de la puntuación y la elipsis, sus obsesiones temáticas, y la convicción de que la novela es necesaria en tanto que crítica social anclada en la realidad, siempre desde una mirada satírica no necesariamente en consonancia con las costumbres literarias de su época.
Quizá algo alejado ya en el siglo XXI de estas polémicas que animaron la creación y recepción de su obra durante la segunda mitad del s. XX, la actualidad de Wolfe se mide en detalles que siguen afirmando su importancia en la escena literaria y cultural de Estados Unidos, como demuestra la adaptación como ópera de su novela de The Bonfire of Vanities , estrenada en el Upper East Side neoyorquino en octubre de 2015, o la compra por parte de la Biblioteca Pública de Nueva York (tras un desembolso no exento de polémica de más de dos millones de dólares) de su archivo personal, más de ciento noventa cajas de materiales (borradores, esquemas, una nutrida correspondencia de más de diez mil cartas, y materiales de investigación) de los que tan solo se ha expuesto hasta el momento una pequeña selección, en febrero del año 2015.
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