En total se cuentan 6.033 manuscritos: 110 papiros, 299 manuscritos en mayúscula, 2.812 en minúscula y 2.281 leccionarios, algunos de ellos del siglo II y III, e incluso se conserva algún trocito que puede ser de fines del siglo primero o inicios del segundo (por ejemplo, el P 52, de la Biblioteca Ryland en Manchester, ver la ilustración en p. 267).
De este modo, para algunos documentos, hay menos de cien años entre el original y las copias más antiguas. De aquí se desprende que desconfiar de los textos del Nuevo Testamento significaría desconfiar muchísimo más de toda la literatura de la antigüedad.
Del Evangelio de Judas, por ejemplo, se conserva sólo un manuscrito del siglo IV que contiene una traducción copta del original griego, lo que demuestra que en su época fue un texto poco leído, poco copiado y, por ello, posiblemente, poco relevante. Por todo lo anterior, los cuatro evangelios tienen muchísimo sustento material, histórico y científico , muchísimo más que los apócrifos y que, en general, el resto de la literatura de la antigüedad.
A continuación, se presenta una página que pertenece a la edición crítica del Nuevo Testamento en su idioma original. Se trata de la edición 27 de Nestle-Aland, de 1994.
El texto corresponde a Jn 4,48-5,3. La parte superior contiene el texto mismo y la parte inferior es el aparato crítico que consigna por medio de signos especializados las variantes textuales, es decir, las diferencias registradas entre un manuscrito y otro. Basta dar una mirada a esta página de su edición crítica, para convencerse de la seriedad del trabajo científico que hay detrás de este texto.
Los manuscritos más útiles para establecer nuestro actual texto son los grandes códices unciales de los siglos IV y V, que por lo general, contienen el Nuevo Testamento completo, es decir, los cuatro evangelios, Hechos, las cartas y el apocalipsis. Los principales son: el códice Sinaítico, del siglo IV, Londres; el códice Vaticano, del siglo IV, Roma; el códice Alejandrino, del siglo V, Londres; el códice Efrén Rescripto, del siglo V, París y el códice Beza, del siglo V, Cambridge.
Los papiros, incluso los que contienen textos relativamente breves, sirven para comprender el 'árbol genealógico' ( stemma codicum ) de los grandes manuscritos y así comprobar que estos grandes códices del siglo IV y V nos permiten reconstruir el texto del Nuevo Testamento tal como se leía en el siglo II. Los papiros más antiguos son los siguientes:
P 46, cartas de Pablo, año 200, Chester Beatty , Dublín.
P 52, Jn 18,31-33.37-38, año 125, John Rylands Library .
P 64, fragmentos de Mt, año 200, Oxford - Barcelona.
P 66, el Evangelio de Juan, año 200, Colección Bodmer .
P 90, Jn 18,36-19,7, Oxyrhyncus 3523, siglo II, Oxford.
(Ver las ilustraciones en pp. 266-271).
C. Formación del Nuevo Testamento
El gráfico que está a continuación muestra la fecha de la redacción final de los diversos escritos del Nuevo Testamento. Naturalmente, cada fecha es discutida por los estudiosos, pero el cuadro nos proporciona una visión de conjunto coherente.
* Datos tomados del Nuevo Comentario bíblico San Jerónimo , Verbo Divino 2006.
a. Las cartas de San Pablo
Los documentos más antiguos del Nuevo Testamento son las cartas de Pablo. Y entre ellas, la más antigua es la primera a los tesalonicenses, datada en el año 50. San Pablo es el teólogo más decisivo del Nuevo Testamento (J. Gnilka), pero sus cartas no son escritos sistemáticos, sino ocasionales (es decir, responden a una ocasión específica). Su teología se apoya: a) en la Escritura (el Antiguo Testamento que recibe del judaísmo); b) en su vocación–revelación (camino de Damasco); y c) en las tradiciones que recibe de la comunidad cristiana anterior a él. A partir de todos esos elementos, elabora su teología. Lo más propio de la teología de Pablo es la universalidad de la gracia.
Escritura—Revelación personal—Tradición cristiana—Teología paulina
Si bien se puede distinguir en Pablo su labor de transmisor de la Tradición y la de teólogo original, toda su elaboración teológica está marcada por la Tradición (que recibe y transmite) y por la Escritura. Ya en los primerísimos años hay un cierto grupo de convicciones comunes a las diversas comunidades cristianas que Pablo recibe y transmite. Por ello, dentro de los escritos del Apóstol, podemos distinguir tres clases de material:
1. Material prepaulino: se trata de una cantidad de breves afirmaciones y cánticos que provienen de las comunidades cristianas más primitivas, anteriores a las cartas, y que San Pablo recibió e integró en sus escritos.
2. Material propiamente paulino. Son las cartas de Pablo propiamente tales, es decir, aquellas que escribió, o mejor dicho, que dictó personalmente (cf. Gál 6,11). Así, 1 Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios, Romanos, Gálatas, Filemón y Filipenses ciertamente provienen de la pluma de Pablo. Colosenses y Efesios no es claro si son paulinas o déutero-paulinas.
3. Material déutero-paulino. Se trata de algunas cartas que es posible que hayan sido redactadas después de la muerte de Pablo, por sus discípulos y con ideas propias de Pablo. En la antigüedad, el concepto de autor era más amplio que el nuestro. 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, y Tito posiblemente son posteriores a Pablo. La Carta a los Hebreos ciertamente no es de Pablo (la carta tampoco lo dice).
b. Los Evangelios y la cuestión sinóptica
Los evangelios canónicos, es decir, los contenidos en el Nuevo Testamento, son los escritos que contienen una información más amplia y mejor documentada sobre la vida de Jesús. Estos escritos pueden considerarse auténticas biografías, siempre y cuando tengamos en cuenta que las biografías antiguas no son idénticas a las modernas.
Quienes escribieron estas antiguas biografías de Jesús buscaban, ante todo, mostrar el significado de las acciones y palabras de Jesús, y estaban menos preocupados por la exactitud cronológica y material de los hechos narrados. Por ello, los evangelios nos transmiten los hechos y el significado de los hechos, sin que podamos renunciar a ninguno de estos elementos: los hechos sin significado son irrelevantes y no valdría la pena transmitirlos; y por el contrario, el puro significado sin los hechos es evasión, y contradice el carácter histórico de la encarnación y la revelación.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son muy parecidos y poseen muchas tradiciones en común. Se les llama sinópticos (adjetivo de la palabra syn-opsis que significa visión conjunta ), porque sus coincidencias permiten leerlos en columnas paralelas. Sus enormes coincidencias hacen pensar que debe existir alguna relación de dependencia literaria entre ellos. Así se plantea el problema sinóptico, que consiste en saber cómo se explican las semejanzas y a la vez las diferencias entre estos tres evangelios.
Después de muchos intentos, actualmente la mayoría de los estudiosos considera que la mejor manera de explicar las diferencias y semejanzas entre los evangelios es suponer que:
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