[1]Is 49, 20.
[2]* Los datos sobre la situación actual de Tierra Santa dados por Fillion, así como los de J. Leal, están hoy anticuados, por ello aportamos algunas referencias que nos ayuden a conocer el país de Jesús, tal como lo podemos contemplar ahora. Los límites establecidos por los libros sagrados se extienden «desde Dan a Berseba» (cfr. Jc 20, 1; 1 Sam 3, 20; 2 Sam 24, 2; 1 Cro 21, 2), es decir, una distancia de 240 km. Hoy el límite norte se mantiene, en la frontera con el Líbano, mientras que por el sur se llega hasta el puerto de Eilat, alcanzando así una longitud de unos 580 km. La superficie actual del Estado de Israel, contando los territorios ocupados a los palestinos, es de unos 25.817 km2.
En cuanto a la población, las cifras dadas en 1985 hablan de 4.250.000 habitantes. El 82,5 por 100 eran judíos, el 13,5 por 100 musulmanes, el 2,3 por 100 cristianos y el 1,3 por 100 drusos.
[3]Este río lleva también el nombre de Nahr-el-Kasimiyeh.
[4]Llamada así por estar dominada, al Oeste, por la mole del Líbano, y al Este, por la del Anti-Líbano. Alcanza, sin embargo, en su cumbre, cerca de Baalbek, una altura de 1.176 metros. Su nombre actual es El-Bekaa. Su longitud es de 112 kilómetros.
[5]Su punto culminante tiene 2.860 metros. El Líbano alcanza 3.212.
[6]También se le ha comparado al esqueleto de una ballena. Las dos imágenes vienen a decir lo mismo.
[7]Jos 17, 15; Jud 2, 9; Sam 9, 3; I Cro 6, 67; Jer 4, 15, etc.
[8]Jos 11, 21; II Cro 27, 4.
[9]Mt 4, 8; Lc 4, 5.
[10]Mt 5, 1 y 8, 1.
[11]Mt 14, 23; Mc 6, 26.
[12]Mt 17, 1, 9, etc.
[13]Mt 28, 16.
[14]Lc 24, 50.
[15]De la raíz yarad (descender).
[16]Es decir, situada «al lado de acá» (cis) del río, con respecto a nosotros.
[17]Situada «al otro lado» (trans) del río.
[18]* Actualmente, la política agraria de Israel ha conseguido devolver a parte de la tierra prometida el esplendor de su fecundidad, según se describe en la Biblia (cfr. Dt 8, 7-10). Un instrumento eficaz han sido los famosos Quibuts y Moshav en los que, mediante un sistema similar a nuestras cooperativas agrarias, aunque con mayores exigencias en sus componentes, se ha cultivado la tierra con resultados muy positivos. Con esfuerzo, tesón e inteligencia, el pueblo de Israel ha sabido aprovechar muy bien los recursos, en general escasos, de la tierra. Sobre todo han logrado un sistema de distribución adecuada del agua de riego, mediante el cual han fertilizado unos territorios duramente castigados por la sequía, sacando provecho incluso en la parte desértica del Negueb.
[19]Ez 5, 5.
[20]Sal 73, 17. También Gn 8, 22, hace mención solamente del invierno y del verano, del período del frío y del calor.
[21]Cfr. 1 Re 18, 42-45.
[22]Lc 12, 54.
[23]Ct 2, 17, y 5, 2. Cfr. Jdt 6, 38; Sal 132, 3.
[24]Se repite por lo menos veinte veces en los Libros Santos. Cfr. Ex 3, 8, 18; Nm 13, 28; Dt 6, 3; Jos 5, 6; Jer 11, 5; Ez 20, 6.
[25]Los libros del Antiguo Testamento mencionan varios. Cfr. Jos 17, 14-18; 1 Sam 22, 5; 23, 15; Sal 131, 6, etc.
[26]Mt 6, 28-29.
[27]Sal 89, 6; Is 40, 6-8; Mt 6, 30; Sa 1, 10-11, etc.
[28]Lc 12, 24.
[29]Mt 24, 28.
[30]Mt 6, 19-20.
[31]Geogr., 16, 2.
[32]Tal de Bab., Baba Bathra, 21, b.
[33]Jos 15, 11.
[34]2 Cro 26, 6.
[35]Jon 1, 3.
[36]Tal de Bab., Guittin, 67 a.
[37]Por este motivo los árabes llaman a Hebrón con el nombre de El-Khalil (el amigo), es decir, la ciudad de Abraham, que era el amigo de Dios por excelencia.
[38]Ecli 50, 27-28.
[39]2 Re 17, 24.
[40]JOSEFO, Ant., 10, 11, 1.
[41]Jn 8, 48.
[42]Jn 4, 9.
[43]Lc 9, 52-53. Cfr. Mt 10, 5.
[44]* Las excavaciones que realiza el Estado de Israel en esta región marítima han puesto de relieve muchos restos de la época romana, bizantina y cruzada. El hallazgo más importante, bajo el punto de vista evangélico, tuvo lugar en 1961, y consiste en una lápida, hoy en el Museo Nacional judío de Jerusalén, con una inscripción latina que guarda los dos nombres de Tiberio y Poncio Pilato. Es el primero y único testimonio arqueológico del célebre Procurador de Judea. La inscripción, que hoy se conserva en el Museo Nacional judío de Jerusalén, dice así: «TIBERIEVM (PON)TIVSPILATVS (PRAEF)ECTVSIVDA(EAE).
[45]Bell. jud., 3, 3, 1.
[46]Tal de Bab., Meguilloth, 6, a.
[47]Bell. jud., 3, 3, 2.
[48]Ant., 13, 1, 6; Bell jud., 3, 3, 1; Vita, 17.
[49]Lc 13, 2; Act 5, 37.
[50]Tal de Jer., Kethuboth, 4, 14.
[51]Is 8, 2; Mt 4, 15. Cfr. JOSEFO, Bell. jud., 3, 1, 2.
[52]
[53]Erubîn, fol. 53, 1.
[54]SAN JERÓNIMO, Epist. 45, ad Marcell.
[55]Vita, 45.
[56]Cfr. Mt 16, 13-20.
[57]La palabra griega de donde procede su nombre, πέραν (péran) tiene precisamente el sentido de «al otro lado». Cfr. Jos 1, 12-15, etc.
[58]Bell. jud., 3, 3, 3.
[59]JOSEFO, Ant., 18, 3, 2.
[60]Cfr. Jos 17, 11; Jdt 1, 27, etc.
[61]Lc 3, 1.
[62]El nombre árabe de Jerusalén es precisamente El-Qods (la Santa).
[63]En dos ocasiones, tanto en Lc 5, 17, como en Act 10, 39, San Lucas habla en sentido análogo, mencionando seguramente a Jerusalén y la Judea.
[64]Tal de Jer., Sanhedrin, 6, 11
[65]Sal 86, 2-3.
[66]Cfr. Sal 136; Is 2, 2-3; 60, 1-22.
[67]Act 2, 5.
[68]Hist. nat., 5, 14.
[69]Sal 124, 2.
[70]Is 2, 2.
[71]Actualmente cuatro grandes calles, dos en sentido de su longitud, yendo de Norte a Sur, y dos en el de su anchura, yendo de Este a Oeste, dibujan en el área de la ciudad una especie de tablero de damas, con las casillas relativamente regulares al Occidente, no tan simétricas al centro. Terminan en las cuatro puertas mencionadas arriba. * La población actual de la Ciudad Santa alcanza algo más de los 300.000 habitantes. La mayoría son judíos.
CAPÍTULO II
EL PUEBLO DE JESÚS
La nación de la que Jesús se dignó hacerse miembro por su encarnación era ciertamente pequeña en lo exterior, como el territorio sobre el que Dios la había instalado. Y con todo, era una raza distinguida, a la que el Señor había otorgado durante largos siglos magníficos privilegios, precisamente con miras a la íntima unión que había de existir entre ella y el Mesías. San Pablo resumió en hermosísimo lenguaje estas prerrogativas de que justamente se enorgullecía él, «Hebreo, hijo de Hebreo», «Mis hermanos —decía[1]— los israelitas, a quienes pertenecen la adopción de hijos, y la gloria, y la alianza, y la ley, y el culto y las promesas; ellos cuyos padres son los patriarcas de quienes desciende, según la carne, el Cristo, que está sobre todas las cosas, Dios, bendecido por todos los siglos.»
No era posible trazar en tan pocas líneas cuadro más glorioso ni más verídico. Dios había adoptado a los israelitas como pueblo que le pertenecía en entera propiedad, y les había dispensado un trato paternal. Por esta razón les había cubierto de gloria, de una gloria singular en los fastos del mundo antiguo. En el Sinaí concluyó con ellos una alianza especial y les dio leyes admirables destinadas a hacer de ellos una nación santa. Igualmente ellos solos recibieron de Él un culto superior por su excelencia, que contrastaba en modo maravilloso con las prácticas idolátricas, inmorales casi siempre, de los otros pueblos. Y ¡cuán espléndido porvenir les prometieron muchos profetas, con oráculos reiterados, anunciando la venida del Mesías y la efusión de inefables gracias vinculadas a este acontecimiento! Los patriarcas, representados por los nombres ilustres de Abraham, Isaac, Jacob y sus inmediatos descendientes, fueron el principio bendito de donde procedía el pueblo judío. En fin, para concluir, afirma el apóstol que la prerrogativa mencionada en último lugar es la más honrosa y la de más precio de todas: de Israel había de nacer, según la carne, según la naturaleza humana, el Cristo, que posee al mismo tiempo la naturaleza divina en toda su plenitud.
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