Es así como la asignatura es, en el fondo, el alumno mismo, pues mientras el profesor transmite unos conocimientos y fomenta unas competencias, entra en juego la vida misma del alumno, y el profesor se convierte en algo más que un transmisor de ideas o técnicas. En la cuestión del sentido, penúltimo o último, se da la posibilidad de un encuentro personal entre profesor y alumno, de un aprendizaje como experiencia. Y aquí también la Filosofía y la Teología aportan una palabra significativa.
¿Para qué el Derecho? Distintas corrientes darán distintas respuestas: el positivismo jurídico dirá que para ordenar conductas mediante la fuerza del Estado; el realismo jurídico clásico dirá que para que a cada uno se le dé lo suyo, es decir, para realizar la justicia. La respuesta depende de la concepción de la persona, del poder y del Estado de la que se parta; y las consecuencias que se derivan de una u otra respuesta inciden radicalmente en la enseñanza del Derecho y en la manera en que el alumno se conducirá en el futuro.
El profesor de Narrativa Audiovisual Pedro Gómez, al reflexionar sobre la pregunta por el sentido, decidió plantear a sus alumnos un nuevo enfoque de la asignatura (que hasta entonces había impartido desde un punto de vista casi exclusivamente técnico): ¿por qué escribimos relatos?; ¿en qué modo influyen en la vida de las personas los valores mostrados en las películas?; ¿puede servir una película para conseguir un cambio vital en una persona? La importancia vital de estas preguntas se comprende fácilmente si pensamos en la importancia cultural del mito, o en que un relato es una simulación de la vida que establece lazos emocionales con el público a través de un personaje que experimenta una muerte y una resurrección. Es, por tanto, una experiencia vicaria que alimenta nuestra ilusión y puede reorientar nuestra forma de afrontar la vida propia.
A la pregunta ¿cuál es el sentido de la intervención psicológica? Ana Ozcáriz explica que el papel del psicólogo, tal como lo entendemos en la Universidad Francisco de Vitoria, consiste más en acompañar que en curar, cuando nos referimos a su aplicación práctica, tanto en su orden clínico, como preventivo o de desarrollo. Curar implica una intervención propiamente en el plano psicobiológico, del orden exclusivamente farmacológico o psicofarmacológico en que acompañado de ejercicios adecuados, podemos ayudar en la rehabilitación propiamente dicha de aquellas estructuras dañadas que limitan las posibilidades de acción del ser humano. Ahora bien, lo que propiamente define la actuación del psicólogo no son tanto las acciones a nivel estructural, como funcional. Y en esa decisión, el papel del psicólogo no puede intentar usurpar la responsabilidad del otro. El psicólogo no define ni el por qué, ni el para qué. Su función es ampliar el campo de visión de la persona que tiene delante, afinar su percepción, ayudarle a superar sus miedos…, pero también tiene que ayudar a descubrir las razones del para…, los valores, a distinguir lo que es realmente significativo de aquello que no lo es… en definitiva, ayudarle a mejorar su situación de elección y compromiso, ensanchando su comprensión y afinando sus herramientas para que, de una forma libre y responsable, responda en cada momento a lo que la vida le demanda.
Después de esta sucinta exposición, y a través de los diversos ejemplos, puede verse cómo y por qué estas cuestiones amplían la racionalidad universitaria y ponen en juego al hombre que hace ciencia y al hombre destinatario de la ciencia. Piden respuestas que superan la racionalidad científica y suponen la necesidad de algo más, de un diálogo fecundo con la Filosofía y la Teología. Son preguntas que llevan a una dimensión sapiencial o a la acción que corresponda con las respuestas o caminos encontrados. Sin consecuencias positivas para sí o para otros, lo encontrado simplemente no tendría sentido. En todas estas cuestiones, una fundamentación personalista y bíblica tiene mucho que aportar al diálogo de las ciencias con la Filosofía y la Teología.
2.5. NO SOLO HAY QUE REPENSAR LA ASIGNATURA…
También debemos repensarnos nosotros mismos y nuestra misión como docentes.
El profesor no se puede conformar con enseñar una materia. El verdadero maestro no enseña solamente una asignatura, unos contenidos o unos programas; enseña, además, una concepción de la disciplina, una forma de mirarla, una filosofía de la vida. 51En cada una de las asignaturas debe encontrarse el reflejo palpable de una filosofía y de una personalidad, las de quien lo ha elaborado, la nuestra, con nuestra circunstancia y peripecia vital; 52porque nuestras asignaturas deben ser una proyección de nosotros mismos como docentes e investigadores.
El saber que se transmite a los alumnos en la universidad se hace persuasivo para el alumno cuando se encarna en personas, es decir, cuando encierra una verdad sobre la que se puede tener experiencia y dar testimonio. 53Por eso, toda la personalidad del profesor interesa y afecta a los estudiantes: su competencia pedagógica, el dominio de la materia que enseña, y también sus cualidades humanas y morales, su cultura general, su manera de evaluar, su forma de relacionarse, etc. Todo tiene una repercusión decisiva en la formación del alumno. Debemos que ser conscientes de que la más fuerte de las influencias que ejercemos no procede de los que decimos, sino de lo que somos y hacemos. Esto último crea la atmósfera, y el alumno va poco a poco absorbiendo todo como por ósmosis, a veces hasta sin darse cuenta. 54Las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra.
Siempre ha sido más eficaz el ejemplo del testigo que los argumentos del razonador, y en esta época nuestra de relativismo a ultranza es mucho más claro todavía. Los argumentos, los razonamientos, convencen poco. A veces resulta difícil hasta hacerse escuchar. Sin embargo el testimonio de autenticidad y de coherencia llega de una forma directa. El profesor que es capaz de defender con argumentos una determinada concepción de la vida, y que además demuestra con su testimonio que es razonable vivir de esa determinada manera, está convenciendo de una manera doble: con el razonamiento directo y con lo razonable de su testimonio. 55
Señalábamos antes que, en los últimos años, el profesor se ha convertido en un técnico que se limita a transmitir información como si fuera una mercancía, y esto ha provocado una degradación de su figura y de su tarea. Es muy importante que recuperemos la conciencia de que somos, necesariamente, testimonios de una forma de concebir la vida y de concebir el saber. Porque, si nos concebimos a nosotros mismos como transmisores de técnicas, evidentemente solo seremos capaces de transmitir técnicas y, además, no solamente de transmitir técnicas, sino de transmitir una forma de ser técnico, una concepción del hombre como mera técnica. 56Como ya se ha dicho, en la Universidad Francisco de Vitoria no queremos que el profesor sea un transmisor de técnicas. Queremos que cada profesor, al explicar su asignatura, transmita auténtica sabiduría.
Por eso hace falta que el profesor, en su tarea docente, y también en su ineludible tarea investigadora, vaya al fondo de las cuestiones que dibujan el mapa de su área de conocimiento. El profesor debe preguntarse: ¿qué es eso que yo explico? ¿Qué es lo que yo entiendo por eso de lo que supone que soy especialista? El profesor tiene que hacerse preguntas. Hacerse preguntas y buscar respuestas. Tiene que escarbar hasta ver que las preguntas del propio corazón encuentran algo de respuesta en el fondo de cada asignatura. Implicarse personalmente en el propio conocimiento y su transmisión. La síntesis, ya lo hemos dicho, se logra en el corazón del buscador. A veces no es fácil reconocer y plantear esas preguntas, pero es nuestro desafío como formadores.
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