1.3. JUSTIFICACIÓN Y NECESIDAD: HOMO QUARENS
Esto no es solo una idea loca fruto de la ingenuidad de una universidad joven y demasiado entusiasta, sino que es algo que se deriva directamente del propio ser del hombre. Lo vemos con claridad si nos preguntamos: ¿está el hombre hecho para algo más que para ser un buen profesional?
Parece que sí, que somos algo más que homo faber. Y también más que homo oeconomicus. El hombre es cabeza y corazón, inteligencia y voluntad, afectividad, libertad, creatividad. El hombre es un espíritu encarnado que se relaciona con las cosas y con los demás hombres, que depende de su entorno vital y tiene una historia, una biografía, que va haciéndose en camino con otros como él. El hombre es un ser capaz de amar y ser amado. Es un ser abierto al infinito. Es un buscador.
En la encíclica Fides et Ratio , Juan Pablo II, citando a Aristóteles, recuerda que: «todos los hombres desean saber», 24y define al hombre como «aquel que busca la verdad». 25El hombre desea saber y desea amar. ¿Hay alguna relación entre la verdad y el amor? Sí, la hay. La verdad sin el amor es algo frío y tremendo. El amor sin la verdad es un engaño. Ambas realidades exigen una respuesta armónica por parte del hombre. Pero ¿qué tiene que ver la universidad con todo esto? Creemos que mucho. La universidad ha de convertirse en el lugar privilegiado donde se elabora esa síntesis armónica, el taller donde se forja, en el interior de la persona, la pasión por la verdad y el amor sin fronteras, sin límites, sin obstáculos interiores. 26
Reconocer que el hombre en cuanto buscador de la verdad, del bien y del amor es la razón de ser de nuestro proyecto universitario es una invitación a educar, y ser educados, en el descubrimiento del significado del mundo, en la atracción que ejerce la realidad, en la sorpresa que nos producen las cosas, en la sed de verdad, de felicidad, de belleza, de significado, de amor, que nos hace humanos. Lo cotidiano en la vida académica —una poesía, un teorema, un fenómeno químico, un fragmento de música— es ocasión preciosa para descubrir el camino que, desde cualquier fragmento de la realidad, conduce hasta la verdad última, aquello que da unidad y confiere sentido a todas las cosas.
Muchas veces nos quejamos, y con razón, de la falta de interés de nuestros alumnos. Pero es de justicia que hagamos un pequeño examen de conciencia y analicemos si nosotros mismos no estamos provocando esa falta de interés por habernos convertido en meros transmisores de información, de técnicas, o bien por perdernos en reflexiones abstractas sin referencia alguna al sujeto y mortalmente aburridas. Quizás, en ocasiones, la culpa es nuestra por no ser capaces de despertar inquietud, de provocar, de abrir en la mente de nuestros estudiantes horizontes más amplios. El sistema universitario, tecnicista e hiperespecializado, ha matado al maestro, y está a punto de matar a los alumnos de puro tedio y desmotivación. 27
Si el profesor no consigue comunicarse, si no consigue hacer que su temario sea significativo, interpelante, que permita al alumno descubrirse en el objeto de estudio, entonces su enseñanza degenerará en una abstracción sin significado para la vida, en una fastidiosa y terrible aridez. Todos sabemos lo frustrante que es pretender enseñar a quien no está dispuesto a aprender. Sin duda, asimismo será frustrante para quien está ávido por aprender encontrar docentes mediocres, incapaces de aportar ningún valor añadido a lo que dice el manual de la asignatura.
Es nuestra obligación crear un ambiente intelectualmente estimulante. La universidad debe convertirse en una auténtica escuela de pensamiento, abierta a todas las dimensiones de lo humano, en la que profesores y alumnos recuperen la pasión por la verdad y la sabiduría. Cada una de nuestras asignaturas debe convertirse en un espacio que ayude a los alumnos a preguntarse por el sentido de las cosas, a crecer como personas y a enfrentarse a la realidad con curiosidad, con deseos de conocerla y comprenderla, y, si es necesario, transformarla. Podemos —y debemos— despertar en nuestros alumnos el deseo de aprender, y de atreverse a pensar, de ser ellos mismos, de comprometerse con grandes ideales y asumir su propio destino, y de servir material y espiritualmente a los demás. Solo así la universidad será realmente escuela de saber y no una mera fábrica de titulados.
Una educación universitaria movida por ese espíritu de buscar la verdad y el amor en toda ciencia, en toda actividad, en toda relación personal, lleva a un aprendizaje que enriquece la existencia. Hace que los alumnos sean más reflexivos sobre sus creencias, sus opciones vitales, más autoconscientes, más creativos en la solución de problemas, más críticos con los tópicos culturales, más perceptivos del mundo en que viven, mejores personas y profesionales. Un aprendizaje así les prepara mejor para el resto de la vida. Realmente, el alumno es la asignatura importante de la Universidad Francisco de Vitoria.
Por tanto, el repensamiento de las disciplinas científicas no es un mero ejercicio intelectual abstracto, sino una tarea fundada en el propio ser del hombre y al servicio directo de la misión de la universidad. Es un proyecto académico y humanístico de primera importancia. Un «proyecto que requiere una cierta capacidad contemplativa de la vida, de las cosas, de los acontecimientos, para escudriñar su sentido último y trascendente». 28Un proyecto que necesita también de un esfuerzo creativo en orden a una programación renovada. No se trata de hacer una revisión decorativa, como con un barniz superficial, sino una reforma profunda, creativa y auténticamente transformadora.
2. ¿En qué consiste el repensamiento?
Todos sabemos que en cada área de conocimiento existe una tradición —forjada en la comunidad universitaria— de cómo se deberían hacer las cosas. A veces, estas concepciones se prolongan en el tiempo sin que nadie se pare a cuestionarlas, a preguntarse qué idea del hombre subyace en ellas, qué es lo que de verdad se está transmitiendo. En la Universidad Francisco de Vitoria no queremos limitarnos a reproducir una estructura políticamente correcta, sino elaborar nuestra propia propuesta —argumentada, sólidamente fundamentada y estructurada con coherencia— impregnada de nuestra concepción del mundo y de las cosas.
El repensamiento de las asignaturas requiere una mirada distinta, que brota de la razón ampliada, busca la unidad del saber, tiene su base en las preguntas fundamentales (antropológica, ética, epistemológica y de sentido) y, por supuesto, pone en juego al profesor. Porque, evidentemente, ser valiente y fiel a uno mismo no está exento de peligros. Es un camino exigente, incómodo y trabajoso, además de arriesgado. Es, también, un camino ilusionante y lleno de sentido.
2.1. ENSANCHAR LOS HORIZONTES DE LA RACIONALIDAD
Gracias a la razón, el hombre ha logrado conquistas formidables, pero, en los últimos tiempos, la razón ha sufrido un reduccionismo terriblemente empobrecedor y limitante: ha quedado circunscrita al empirismo científico, en un marco de pensamiento postmetafísico. Y esto deja fuera cuestiones fundamentales para la persona humana.
La vida académica e intelectual que corre por las venas de la universidad actual tiene una nota dominante que es la racionalidad científica, la convicción de que la demostración matemática y/o la prueba empírica de una hipótesis es camino seguro para avanzar en el conocimiento cierto y en sus aplicaciones para el bien del hombre y de la sociedad. Una universidad que se precie de serlo cuidará mucho del rigor científico de su trabajo intelectual. Ahora bien, si la racionalidad científica se generaliza como única forma de conocimiento cierto, se dejan fuera cuestiones vitales para el hombre que no entran en el campo de juego de ninguna ciencia. El sentido de la realidad, de la vida del científico y de la ciencia misma no es materia de las ciencias positivas sino de las Humanidades, de la Filosofía y de la Teología. Ensanchar los horizontes de la racionalidad científica es volver a poner en juego al hombre como sujeto y beneficiario de la ciencia. Esto lo sabe la universidad desde sus inicios, y una que prescinda de la cuestión del sentido, que es la cuestión de la verdad, es una universidad ideologizada, o políticamente correcta, pero a costa de su propia identidad.
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