La estructura teórica de los dos primeros capítulos converge en un tercer capítulo de análisis, centrado en la visibilización de dinámicas de acción o agenciamientos que configuran las subjetividades, en la sociedad, como una realidad objetiva de la estructura social, en la cual existen o se han constituido “esquemas tipificadores” (Berger y Luckmann, 1978). En otras palabras, las instituciones sociales son el mejor ejemplo para mostrar los sistemas de control social existentes en toda sociedad. En este orden de ideas, la familia se convierte en un escenario concreto para describir cómo se configuran las formas de ser sujeto. Así, se llega a un elemento central desde la postura foucaultiana: la introducción de la ética del cuidado del otro y de las tecnologías del yo.
En este capítulo se llega a la definición de subjetividad como un campo de acción y representación, siempre establecido en las condiciones históricas, políticas, culturales, religiosas, etc., y como capacidad de interacción a partir de la intencionalidad y la negociación. Se afirma, entonces, que la subjetividad es dada por la experiencia que constituye y acompaña al sujeto toda la vida; es un producto que le permite hablar desde la experiencia de lo individual, lo propio, lo alterno, lo diferente y lo otro.
En este sentido, la subjetividad corresponde a la capacidad de constituirse a sí mismo como individuo a partir del lenguaje, la interacción y la interpretación. Se entiende que así como la subjetividad se constituye con otros, también plantea la posibilidad de configurarse sobre sí mismo. Por ende, el sujeto es una construcción histórica como producción, y el proceso de socialización es el modo como el sujeto se configura como “verdadero” en el marco social. A partir de este análisis se llega a un concepto fundamental: la anatomopolítica, donde el peso de los discursos condiciona la anatomía de los sujetos.
La comprensión del disciplinamiento del cuerpo se convierte, entonces, en el elemento para entender la emergencia y el funcionamiento del capitalismo en su forma actual, y a partir de ello, describir cómo las instituciones configuran la producción de la subjetividad en todas sus expresiones, porque la disociación del poder del cuerpo garantiza productividad y obediencia cuando las técnicas de poder ejercidas encauzan la potencia corporal en un circuito de relaciones directamente proporcionales; por tanto, se encuentra que a mayor productividad, mayor obediencia, y viceversa. Estos elementos llevan a reconocer que el sujeto se configura como sujeto epistémico, sujeto moral y sujeto político, es decir, como sujeto que acontece como resultado de la producción biopolítica de la subjetividad.
Entre tanto, comprender de manera amplia la subjetividad involucra la intimidad como un concepto emergente. Pensar la relación subjetividad-intimidad permite hacer un acercamiento a la perspectiva de Pardo (2004), quien plantea la “pasión comunicativa” que hace posible mirar el lenguaje más allá, es decir, asumiendo la intimidad, “no hecha de sonidos sino de silencios. No tenemos intimidad por lo que decimos sino por lo que callamos, ya que la intimidad es lo que callamos cuando hablamos” (p. 38).
El análisis existente hasta este punto refleja cómo la subjetividad si bien es la verdad que habita y configura al hombre, también se expresa en el silencio de lo que se calla, es decir, en la intimidad; pero también introduce la posibilidad de proponer un análisis del agenciamiento de los sujetos en las instituciones a partir de una cartografía de la condición histórica del hombre, lo cual conlleva interesarse por la afectividad y las pasiones humanas como un motor de la subjetividad.
Una vez realizado el recorrido por el concepto de dispositivo y planteada la constitución de la subjetividad como un ejercicio ético de reconstruirse, pensarse, revaluarse y ubicarse en el lugar de la crítica —crítica no solo como autoevaluación, sino también como posibilidad de interrogar a la verdad y lo que se ha dicho que un hombre es—, se plantean los dos últimos capítulos, orientados al contexto específico de la educación superior.
En el cuarto capítulo se hace un análisis, desde una postura biopolítica, en torno al papel de la universidad en el contexto globalizado, para lo cual se propone una línea de reflexión sobre su carácter funcional en medio de la producción de capital y en el marco de la visión mercantilista del conocimiento.
En este orden de ideas, se retoma el planteamiento de Lazzarato, quien presenta elementos de análisis para pensar la actualidad de la universidad desde la postura teórica de Foucault. Lazzarato afirma que a través del concepto de biopolítica se había anunciado, desde los años setenta, lo que hoy día va haciéndose evidente: la “vida” y lo “viviente” son los retos de las nuevas luchas políticas y de las nuevas estrategias económicas. Pero desde la biopolítica también se había mostrado que la “entrada de la vida en la historia” corresponde al surgimiento del capitalismo. Se presentan, por tanto, fenómenos como estos: 1) la mercantilización de la universidad; 2) el capitalismo cognitivo; 3) la producción de subjetividades mercantilistas; 4) el lugar del conocimiento, y 5) la lógica de la financiación; todos ellos, ejemplos concretos de las lógicas biopolíticas en las que la universidad se ha convertido, por cuanto representan una racionalidad neoliberal.
En este punto se plantea que el problema actual no es la educación como instrumento (“aparato”) del Estado, sino como prolongación de la forma empresa, porque la educación se ha convertido en una mercancía cuyo fin es el incremento de “activos intelectuales” y de competencias laborales en una economía del conocimiento. Ello se traduce en un escenario para proponer análisis y reflexiones que cuestionen el lugar del conocimiento y de los sujetos como mercado.
El último capítulo da continuidad al análisis biopolítico de Foucault (2004) en el texto Nacimiento de la biopolítica , donde afirma que “un aspecto central de la teoría y de la práctica neoliberal es la transformación de los seres humanos en ‘capital humano’”. Todo lo que conforma al individuo —la inteligencia, la apariencia, la formación, el matrimonio, la ubicación— constituye una inversión de tiempo o de energía que puede convertirse en futuras ganancias. Tal y como escribe el autor, “el homo economicus es un empresario de sí mismo” (Foucault, 2004, p. 239).
Desde este enfoque se plantea que las prácticas pedagógicas se convierten en prácticas mercantiles que responden no a la educación de los sujetos en términos de la vida, sino a la formación para el trabajo, de tal forma que la vida se va convirtiendo en trabajo. Así, se asume que el neoliberalismo crea el marco a través del cual ámbitos sociales, como el de la educación —que no son estrictamente contextos económicos—, pueden funcionar como mercados y vincularse al mecanismo de la competencia.
A la luz de estos planteamientos, se desarrolla el lugar de la crítica como la posibilidad de indagar la práctica, entendida como la praxis y la poiesis que surge en la interacción entre educación y sociedad. Se enuncia la parresía como la manera a través de la cual una estética de la existencia terminó siendo un modo de resistencia ética y política, que hoy puede ser una ruta para pensar la relación educación-sociedad y para analizar nuestras prácticas pedagógicas y educativas.
Entonces, se propone la necesidad de construir una teoría pedagógica o unas prácticas pedagógicas desde una actitud, desde un ethos , que permita la constante revisión de los límites de la libertad y de los modos como estos son sujetados por la gubernamentalidad. Esto significa que la ética interactúa con la política para preguntarse por los límites de la libertad y su posible franqueamiento.
Читать дальше